Brava, el último reducto gallego en el mundo del olivo
La expansión del Imperio Romano en la Península Iberíca introdujo el olivo en Galicia. De hecho, hace siglos, esta región estaba especialmente poblada de olivos, no en vano, Vigo es la ciudad olívica, tal y como señala en uno de sus últimos informes el consultor e investigador Juan Vilar.
Con el paso del tiempo, estos olivos fueron adaptándose, y transformándose a su climatología, y alta humedad, tornando a una variedad, completamente distinta y autóctona que se denominó Brava, por su tenacidad, resistencia, menor porte y escasa vecería. El olivo autóctono gallego es diferente al de otras latitudes, es apto para convivir con exceso de agua, es más pequeño, de tronco menos grueso y de pequeño fruto, con un rendimiento medio del 16%, dependiendo de la época de lluvias, modo de cultivo, momento de recolección, etc.
Lo campos de olivos gallegos fueron devastados en la época de los Reyes Católicos, por culpa de los altos impuestos exigidos. Motivo por el que se talaron la mayoría, quedando a salvo sólo los ubicados en zonas recónditas y poco accesibles. También se mantuvieron en las proximidades de los templos porque a la Iglesia se la exoneró del pago del impuesto, ya que el aceite se empleaba en la elaboración de los santos óleos para administrar la unción de bautizados y enfermos.
Los olivos de la variedad Brava más antiguos que aún hoy se conservan datan del 1700. Siendo los herederos del origen de esta variedad Brava, la cual ocupa el número 273 de las variedades de olivo del banco de germoplasma europeo de la Universidad de Córdoba, dependiente del Ministerio de Agricultura.