El año que vivimos peligrosamente
No es la primera vez, ni será la última, que reflexionamos de la suerte del año que acaba de escaparse de nuestras manos, pero en pocas ocasiones tendremos una visión tan clara de lo que ha pasado y de las repercusiones que tiene lo que ha pasado: todo ha saltado por los aires, así de sencillo.
Todo ha saltado hecho añicos, todo nuestro sistema eléctrico, el de Europa entera, ha mostrado todas sus debilidades y ha dicho basta, hasta aquí hemos llegado, porque la dependencia de las importaciones de materias primas ha roto todos los equilibrios del sistema y lo ha llevado a una situación de pavorosa dificultad, de enorme incertidumbre, y para muchos, de verdadero dramatismo. Porque no es sostenible un sistema eléctrico que opere en los precios que desde verano estamos padeciendo. No es sostenible un mercado eléctrico ni una economía de mercado que pretenda ser competitiva en el mundo hoy. Y lo más grave de todo, quizás, es pensar que carecemos del más mínimo control de la situación.
Esta vez el precio de la electricidad se ha disparado por el incremento de producción de bienes en Asia, por las debilidades de las relaciones que Europa tiene con Rusia, por el frío que empieza a hacer estragos… No queremos frivolizar, pero ¿qué vendrá después?, ¿cuál será la siguiente causa de este mismo efecto tan letal para todos? Como funambulistas, estamos haciendo equilibrios, y la impresión que tenemos muchos es que no hay red, no a corto plazo al menos. Los más optimistas ven en marzo, quizás abril, como muy tarde junio, la fecha en la que las aguas volverán a su cauce, pero nos inclinamos a pensar que si los factores geopolíticos no cambian radicalmente, esta situación de precios altos podría estirarse más, todo el 2022, incluso.