La cara y la cruz de la biomasa, o viceversa
Siempre que me pongo delante de un folio en blanco para plasmar y enlazar algunas reflexiones sobre la evolución de nuestro sector, el de la biomasa energética, me asalta la misma duda. No sé si iniciar la redacción atendiendo a los aspectos que van bien —en mi opinión—o a los que presentan más dificultades.
Quizás sea más conveniente, tanto para quien esto escribe como para el lector, dejar para el final lo que va bien, con el fin de que nos quede un ‘buen sabor de boca’ al terminar de redactar o de leer estas líneas.
Después de más de siete años desde que se perpetrara uno de los mayores atropellos a un sector, en este caso desde la Administración, con la promulgación del RD 1/2012, nuestro sector de la biomasa eléctrica sigue sumido en una atonía total.
Esta es la situación general, que solamente se ha visto aliviada por unos pocos proyectos surgidos de la primera subasta (la que promovió el Gobierno del presidente Rajoy) y que desde mi punto de vista no son sino un parche, que no solucionarán de ninguna manera la necesidad de generalizar la puesta de marcha de plantas de generación eléctrica con la biomasa como combustible, para aprovechar la ingente cantidad de ésta que atesora nuestro país.
Dadas las especiales características que ofrece nuestro territorio, es incomprensible que no se maximice esta vía de generación eléctrica.
“Después de más de siete años desde que se perpetrara uno de los mayores atropellos a un sector, en este caso desde la Administración, con la promulgación del RD 1/2012, nuestro sector de la biomasa eléctrica sigue sumido en una atonía total”
Más de 50 millones de metros cúbicos cada año
España cuenta con más de 28 millones de hectáreas forestales, con unas existencias de más de 1.100 millones de metros cúbicos de biomasa (madera, leñas, etc.), cuyo crecimiento anual supera los 50 millones de metros cúbicos.
Somos uno de los países que más cereal produce, lo que implica producción de paja, que supera cada año las siete millones de toneladas. Contamos con más de 750.000 hectáreas de viñedos, que producen más de un millón y medio de toneladas de podas. Y a ello se suman los más de tres millones de toneladas de arbustos leñosos y las podas de frutales, así como otras biomasas, entre las que se encuentran los restos de la producción del aceite de oliva.
Todo ello hace que podamos contar con una ingente cantidad de biomasas disponibles, por lo que —insisto— resulta incomprensible que no se lance un plan de aprovechamiento de al menos una parte de esta grandísima cantidad de biomasa para producir electricidad, eliminando del parque instalaciones con producciones contaminantes, que utilizan combustibles fósiles importados.
Y ello nos permitiría, además, generar riqueza, empleo y esperanza para las zonas rurales más castigadas por la despoblación de nuestro país; y de paso, rebajar la salida de divisas para pagar esas compras de combustibles fósiles, dejando aquí todos esos fondos que ahora se van a otros países.
Utilizando simplemente el 40% de los recursos biomásicos que están disponibles cada año, podríamos abastecer plantas con una potencia instalada de más de 4.000 MW, que —funcionando 8.000 horas año— pondrían en la red Kilovatios suficientes para suplir a todas las térmicas de carbón de nuestro país, dando una seguridad y una estabilidad al sistema que solo una renovable gestionable como la biomasa le puede dar.
“Utilizando solo el 40% de los recursos biomásicos disponibles cada año, podríamos abastecer plantas de generación eléctrica con una potencia instalada de más de 4.000 MW, que pondrían en la red Kilovatios suficientes para suplir a todas las térmicas de carbón de España”
Un planteamiento realista
Quede claro que esto no es el cuento de la lechera. Es un planteamiento absolutamente posible de realizar. Contamos con la experiencia de otros países que ya lo han puesto en marcha con resultados altamente satisfactorios.
Ahora bien, para que esto sea posible hay que tomar medidas en varias direcciones. Primero, determinando una remuneración al KW acorde con lo que implica esta tecnología. No es lo mismo generar energía eléctrica con la eólica o la solar que con la biomasa; y los retornos generados tampoco son los mismos, ni desde el punto de vista de la inversión ni del empleo, ni —por supuesto— de los beneficios ambientales relacionados con los sectores agrícolas y forestales.
En segundo lugar, es preciso generalizar la prohibición de quemar biomasa, pues a día de hoy todavía se queman las podas de los viñedos y de árboles frutales, como los naranjos, almendros, manzanos… Es una verdadera barbaridad desperdiciar esa biomasa, como también emitir a la atmósfera —sin control alguno— cenizas y ciertos contaminantes, que si se quemaran en calderas no contaminarían nuestro aire.
Y un tercer tema, no menos importante, es la necesidad rebajar la enorme burocracia que rodea la construcción y puesta en marcha de las plantas de generación eléctrica con biomasa. Es muy negativo para la viabilidad de estos proyectos el hecho de que la tramitación de las autorizaciones se prolongue durante más de un año, no solo porque se trata de un periodo muy dilatado, sino por la multitud de gastos inherentes a ese largo plazo.
Buen ritmo en generación térmica
Muy distinta es la situación de la actividad del sector vinculada a la generación térmica con biomasa en España, tanto por la evolución de los últimos años como por su perspectiva a medio y largo plazo.
Se trata de la cara más agradable de nuestro sector, que ha calado hondo en nuestra sociedad, debido a la impresionante transformación tecnológica que han experimentado los equipos (estufas, calderas y las propias instalaciones), a la confortabilidad que ofrecen para los usuarios y al ahorro tan importante del que se benefician, así como a su decisiva contribución en la estrategia nacional contra la emisión de gases de efecto invernadero.
El número de estufas y calderas de calefacción y agua caliente que se instalan anualmente en España aumenta a un ritmo de un 20% anual, generando más negocio y empleo, sobre todo en el medio rural. Un dato, este último, que pone en valor la actividad de nuestro sector como eficaz instrumento de dinamización de entornos muy castigados por la despoblación y por el progresivo empobrecimiento de la actividad productiva.
Según el último informe del Observatorio de la Biomasa, que gestionamos en Avebiom, a principios de este año había en España unas 300.000 estufas y calderas de biomasa en funcionamiento, con una potencia nominal de unos 10.500 MW.
Un volumen de instalaciones nada despreciable, teniendo en cuenta que el Observatorio contabiliza únicamente las tecnológicamente avanzadas, que son las que protagonizan el mercado, en detrimento de las tradicionales como las históricas estufas de leña.
“En generación térmica con biomasa, el negocio que generan las instalaciones tecnológicamente avanzadas se sitúa en los 900 millones de euros; y el empleo, por encima de las 9.600 personas"
Más negocio y más empleo
El negocio generado por esta actividad se situó el año pasado en torno a los 900 millones de euros, impulsada sobre todo por el crecimiento de las ventas de estufas de pellet, lo que ha permitido elevar la cifra de empleo por encima de las 9.600 personas, que se dedican fundamentalmente a las tareas de fabricación, comercialización, instalación y mantenimiento de estufas y calderas.
Hay algunos datos más que ponen de relieve la importancia de nuestro sector en España, en el ámbito de la energía térmica. Citaré dos de ellos.
La energía consumida por las instalaciones alimentadas con biomasa en 2018 fue de 1.345 KTEP, cifra que equivale a casi 1,6 millones de litros de gasóleo que España no ha consumido y que, por lo tanto, no solo ha permitido ahorrar su coste de importación, sino que ha reducido el volumen de emisiones de CO2.
En concreto, durante 2018, el uso de la biomasa para calefacción evitó la emisión de casi 4,2 millones de toneladas de CO2, equivalente a la contaminación que producen en un año 2,7 millones de coches.
En la última década, el negocio de esta actividad se ha multiplicado por 3,8, mientras que el empleo es cinco veces mayor y el volumen de emisiones de CO2 que se han evitado se mutiplicó por 5,2.
El avance del modelo District Heating
La evolución de estos indicadores nos permite ser francamente optimistas de cara al próximo futuro, dado que se están consolidando las tendencias, tanto de las instalaciones individuales como colectivas. Y con una particularidad para estas últimas, como es el hecho de que cada vez se construyen instalaciones más grandes, con el fin de atender las necesidades de más ciudadanos mediante el District Heating.
En España ya contamos con medio millar de redes de calor en funcionamiento y un centenar más en fase de construcción. Algunas de ellas son de dimensiones muy considerables, como la de Soria, a la que se han conectado unas 2.500 viviendas y un importante número de edificios de uso colectivo; entre ellos, un hospital y varios centros educativos.
Esperamos un importante crecimiento a medio y lago plazo de este modelo de climatización, que incluye el servicio de agua caliente sanitaria, a medida que se vayan conociendo mejor las grandes ventajas que ofrece. De hecho, además de los que se están construyendo, actualmente hay numerosos proyectos en fase de estudio o de comercialización.
Previsiblemente, en España seguiremos la estela de una buena parte de los países europeos, donde la fórmula del District Heating se ha desarrollado con mucho vigor. Y en algunos, hasta alcanzar cotas extraordinarias, como en Dinamarca, donde el 90% de la población urbana ya está conectada voluntariamente a la red urbana de calefacción.