Del campo a la ciudad: más economía circular en el entorno construido
Ignacio Fernández, director asociado de Arup
Según estadísticas recientes proporcionadas por la Unión Europea, en Europa se generan unas 2.600 millones de toneladas anuales de residuos. De esta cifra, unos 43 millones de toneladas son de origen natural, es decir, residuos procedentes de cultivos o de ganadería. Sin embargo, este dato solo representa una parte de lo que se conoce como residuos orgánicos, pues no incluye los residuos post-consumo generados en las ciudades.
La pregunta es: ¿se puede hacer algo útil con esos más de 40 millones de toneladas anuales? Hay múltiples respuestas positivas y de lo más variadas: por ejemplo, la cervecera Damm transforma 90.000 toneladas anuales de bagazo, un subproducto de la cebada origen de la cerveza, en alimento para granjas de vacuno próximas a su planta en Cataluña. Es un buen ejemplo de lo que se conoce como economía circular: se aprovecha un residuo orgánico vegetal muy rico en proteínas como alimento para animales y, así, todos salimos ganando.
Hoy tenemos claro que la política de negocio unidireccional que ha marcado hasta el momento el panorama global no puede continuar. En este sentido, sabemos que continuar trabajando como hasta ahora no puede ser una opción si queremos lograr el modelo de desarrollo sostenible que demanda la sociedad. Y no se trata solo de donar parte de los beneficios a obras sociales. La responsabilidad social de las empresas abarca mucho más, y les obliga a actuar sobre sus procesos clave de producción y desechos para implantar una estrategia cradle to cradle.
En ese sentido, la industria de la construcción está muy retrasada en Europa respecto a otros sectores productivos; no solo por lo que deja de hacer, sino por lo que todavía hace de manera incorrecta. Por ejemplo, la Agencia Europea del Medio Ambiente atribuye unas 16.000 muertes prematuras al año en España debido a las partículas en suspensión en el aire, cuyo origen se atribuye en un 15% a la construcción. El empleo de materiales con alto impacto ambiental, las soluciones de construcción irreversibles y los procesos de fabricación de baja eficiencia, son factores que definen al proceso edificatorio y le sitúan a la cola en responsabilidad social. El avance en ahorro energético, tanto en la producción de materiales de construcción como en la operación de los edificios, se ha llevado la mayor parte del esfuerzo, pero no puede ser el único enfoque. A pesar de que vamos por el buen camino, somos conscientes de que queda mucho por hacer.
Por este motivo, nos preguntamos si se puede mejorar la sostenibilidad y la calidad de los productos de construcción mediante una selección y reutilización más eficiente de materias primas y subproductos de otros sectores. La respuesta es positiva y abarca un cambio radical de concepto que encuentra su razón de ser en la vuelta a la economía de construcción (“nada se tira, todo se aprovecha”) que caracterizó a la llamada arquitectura vernácula. Como refleja el informe de Guglielmo Carra, director de materiales en Arup Europa, The Urban Bio-Loop: Growing, Making and Regenerating, el uso de materiales naturales otorgaría una perspectiva diferente a las opciones industriales propias del siglo XX, reduciendo el contenido de CO2, los riesgos para la salud y el coste de los productos, tanto económico como ambiental.
La conferencia de la COP 23 celebrada en Bonn este mes de noviembre ha puesto de manifiesto que la agricultura jugará un papel clave en la lucha contra el cambio climático. Este sector, que necesita reducir la emisión de gases de efecto invernadero, podría generar soluciones sostenibles a largo plazo si los residuos originados en su producción son reutilizados como suministro de materia prima en otros sectores productivos, en particular, en la construcción.
En Arup, hemos trabajado desde hace tres años en proyectos de investigación con universidades, laboratorios y empresas de materiales para analizar cómo emplear estos desechos en materiales que satisfagan la demanda del mercado de construcción existente. En el informe mencionado anteriormente, Carra aborda esta cuestión a través de la reutilización de materia orgánica, destacando diferentes productos y sus aplicaciones al entorno construido:
- Maíz: los desperdicios de las mazorcas de maíz pueden usarse para hacer un núcleo rígido y resistente, combinable en un panel sándwich con planchas obtenidas a partir de virutas de madera u otros desechos orgánicos. Debido a su baja conductividad térmica los residuos del maíz son un buen aislante térmico, y tienen aplicaciones para uso interno como paredes ligeras, muebles y puertas.
- Piña: con las fibras creadas a partir de residuos de la cosecha de la piña se pueden fabricar telas naturales de alta resistencia, aplicables en revestimientos internos (mezcladas como fibras con yeso o con cemento) o como tapizado de mobiliario y paneles acústicos.
- Trigo: mediante un proceso de extrusión continuo, con este material se pueden elaborar paneles con una densidad y grosor ajustable. Además de funcionar como aislamiento acústico, si se cubren con una membrana de papel impermeable, los paneles de trigo pueden ser resistentes al agua. Estos paneles pueden emplearse tanto en fachadas como en particiones interiores.
- Girasol: con los residuos de la cosecha de girasol se pueden fabricar tablas agregando agua, calor y presión, sin necesidad de aditivos o ligantes. Este material podría ser aprovechado para fabricar paneles de techos, suelos y paredes.
- Cáñamo y lino: tras triturar y prensar los tejidos naturales de estos residuos, los paneles que se obtienen pueden ser utilizados en particiones, puertas y falsos techos.
- Celulosa: tanto si proviene del campo como de la ciudad, la celulosa puede reciclarse en revestimientos internos con distintas formas y características, simplemente añadiendo agua, presión y temperatura.
- Caña de azúcar: mediante su maceración se genera el bagazo, un producto con excelente durabilidad y acabados impecables, de gran utilidad en solados interiores, tableros de fibra y muebles.
El informe cubre, además, aspectos económicos para demostrar la viabilidad de estos aprovechamientos. Tomando como ejemplo las placas de revestimiento interior, se estima que un kilo de residuos orgánicos generaría un metro cuadrado de producto final. Comparado con los procesos de reciclado de residuos agrícolas (alimento de animales o combustión para generar calor), el valor en el mercado de esos residuos se incrementaría de cinco a seis veces respecto a su valor actual. Esto produciría un efecto de ahorro en cascada con múltiples beneficiarios: tanto en el productor del residuo como en las empresas de gestión y tratamiento, así como en los fabricantes de materiales de construcción y por supuesto, en los usuarios. A eso podemos sumar la creación de empresas y equipos de investigación en nuevas tecnologías para mejorar la calidad de los productos biológicos.
El objetivo es lograr un verdadero enfoque cradle to cradle sin afectar a la cadena de suministro de alimentos. En este caso, la innovación juega un papel clave en la cadena de suministro al generar nuevas oportunidades de negocio para la gestión de residuos, la restauración, la logística inversa y el desarrollo de nuevos materiales.
Para hacer posible esta transición es imprescindible el compromiso de todas las partes interesadas y el apoyo del marco regulatorio, que permita un acceso más fácil a los flujos de residuos y los convierta en un activo financiero más atractivo. Tanto, como lo han sido durante los últimos 10.000 años.