La vivienda del futuro
24 de febrero de 2011
El mundo actual se caracteriza principalmente por una aceleración exponencial en los procesos de transformación del estatus personal del individuo, así como de las relaciones entre el cuerpo social más próximo en el que vive y su entorno físico (Comunidad humana versus Naturaleza). En síntesis, la incidencia de los puntos anteriores se debería a que:
- Las transformaciones personales (adiestramiento, formación, y conocimientos) permiten una creciente movilidad social. La idea de pertenencia a una clase social se ha quedado obsoleta.
- Las transformaciones en las relaciones con el cuerpo social más inmediato han modificado las relaciones familiares, laborales y de ocio.
- La transformación del entorno físico debida a la expansión de la población está dando lugar a nuevas formas de obtención de recursos y producción de alimentos, de bienes y servicios, y de nuevas formas de relación con la naturaleza.
Todo lo cual, al incidir en los modos de vida, y por consiguiente en la vivienda, ha dejado en desuso la aún arraigada idea de una vivienda para toda la vida. La mayor parte de los problemas urbanos derivan de este desfase.
Por lo tanto, para resolver los problemas planteados, la vivienda debería permitir a lo largo de su vida útil cambios en el estatus personal del individuo, en su situación familiar y en sus relaciones laborales (cambio en el tipo o en la forma de trabajo), así como en la localización física del trabajo.
Para ello se hace necesario:
- Transformar el concepto de vivienda
- Cambiar la actitud de diseño
- Modificar su forma de producción (fabricación)
- Desarrollar nuevas formas de propiedad
- Reformar la promoción, gestión, uso y mantenimiento
- Transformar su sustitución y permitir la reutilización, y el reciclaje posterior del conjunto y las partes
- Permitir su deslocalización facilitando el cambio de lugar, local o geográfico
Arquitectura e Inteligencia
Como en otras muchas áreas del conocimiento, las palabras van por delante de los hechos. Probablemente adjetivar cualquier cosa de inteligente sea, por sí mismo, poco inteligente. Incluso como dotación humana extraordinaria en el reino animal, el propio concepto de inteligencia es objeto de intenso y apasionante estudio y debate. Pero sin duda existen hoy día edificios inteligentes como los hay idiotas, en sentido figurado. Esta distinción elemental no debería necesitar mayor atención, lo cual no quiere decir que el tema no requiera de una reflexión más amplia.
¿Podemos negar la perturbación que dispositivos electrónicos y automatismos provocan en nuestra percepción del espacio que habitamos? ¿Podemos mirarlos con desdén por no pertenecer, sin más, al catálogo de la industria de la construcción actual? ¿Estamos instalados en una mirada obsoleta sobre algunos de los agentes que, de facto, intervienen en nuestra experiencia del medio construido? Esta comunicación no quiere ser un manifiesto tecnófilo. Sí tiene como objetivo minar la idea reduccionista de que estos sistemas no pertenecen a la caja de herramientas del arquitecto. Están ahí para ser usados, experimentados, y repensados en una dimensión arquitectónica cuya trayectoria es todavía errática, novel, pero que ocupa actualmente a numerosos colectivos y creadores -no sólo arquitectos- pues, además, a nuestro juicio, condensa inquietudes de la cultura contemporánea.
La condición adaptativa ha inspirado teorías y definiciones sobre inteligencia, a la hora de explicar sus desencadenantes y maneras de operar. Pero este término tiene su historia propia en arquitectura. Podrían encontrarse ejemplos más lejanos que aporten perspectiva histórica de cómo este aspecto ha ido transformándose, pero un hito en la historia de la adaptabilidad en arquitectura seguro fue el empleo del acero en la construcción, un material que introducía valores inéditos, como la posibilidad de reconfiguración, modulación, la industrialización y el reciclaje.
Transgredir la naturaleza estable de la arquitectura ha sido fuente de inspiración para innumerables proyectos. Dinamismo en las formas, la variabilidad de la luz, los reflejos, han sido instrumentos recurrentes, así como la inclusión de elementos móviles para producir espacios ad hoc, configurables para una situación particular.
Edificio inteligente
El concepto de edificio inteligente proviene de la industria de la construcción de los años 60. Fue promovido a la llegada de los primeros ordenadores —cuyos usuarios pusieron en circulación la expresión inteligencia artificial en 1956—, pero también auspiciado por un entorno cultural que, en aquella época, sobreestimaba las expectativas del progreso tecnológico.
Su enfoque (del que somos herederos) que era inicialmente pragmático y asistencial, pasó por alto la posibilidad de que estos sistemas pudieran ser diseñados para incidir en el desarrollo de una experimentación arquitectónica con un sentido mucho más amplio. No en balde, el edificio-objeto denominado 'inteligente' no ha pasado de ser un mero asistente que nos abre las ventanas, seca la ropa, o toma imágenes sin seleccionar para la protección de la vivienda (o de las oficinas y demás edificios), pero poco más.
Sin embargo, a lo que en el mundo de la calle se denominaba genéricamente inteligencia se le han ido añadiendo algunos matices procedentes de otro tipo de consciencia: así, ahora podemos hablar de inteligencia creativa, de inteligencia cenestésica, inteligencia lingüística, o incluso de inteligencia emocional, y se han separado sus procesos según a qué fines o dimensión de la consciencia estuviera orientada.
¿Podrían ser añadidos estos matices también a nuestro edificio-objeto inteligente? El destino inmediatamente utilitarista de la gran mayoría de los automatismos empleados en arquitectura nos ha llevado, en la esfera de una domótica entendida únicamente como búsqueda de niveles superiores de confort y control, hacia el empleo multitud de aparatos de todo tipo y de automatismos que no toman 'decisiones', sino que responden a impulsos eléctricos movidos por un sensor que recibe radiación solar, temperatura o cualquier otro parámetro del entorno físico. No hacen otra cosa muy diferente a lo que hace un sofisticado despertador matutino programable.
Pero, ¿qué pasaría si desposeyéramos a la actual domótica de ese objetivo ciegamente servil? Esta pregunta, poco novedosa en el ámbito artístico, se podría trasladar a la arquitectura para hacernos ver la faceta que estos sistemas pueden tener como prótesis amplificadoras, con una cierta capacidad de decisión, y no sólo como ciegos mecanismos que responden a simples estímulos, siempre de la misma manera.
Lejos de plantear la mera hibridación técnica como una nueva cosmovisión de la arquitectura, tal y como lo hicieron los movimientos futuristas en el pasado, se trataría ahora de ajustar el paso ante el hecho incontestable de que la disciplina arquitectónica, tal como hoy la conocemos, va perdiendo cada día más protagonismo en la codificación de nuestro entorno construido, a favor de un variopinto paisaje de sistemas electrónicos ajustables, personalizables, transportables e integrados, que, en su conjunto, construye una suerte de espacio mental, del que la gran mayoría de los arquitectos no hemos sido conscientes.
El término vivienda inteligente se refiere, en esta comunicación, a aquella capaz de controlar, no solamente su relación directa con el propietario, administrando sus necesidades funcionales inmediatas, sino aquella que además puede aprender de situaciones precedentes.
Sería la vivienda que estudia los hábitos y conducta de sus habitantes, la que reconoce individualmente a cada uno de ellos y también a los visitantes habituales o esporádicos; la que sabe sus manías y costumbres. Aquélla que, al igual que los mayordomos de las novelas de la primera mitad del siglo XX, es capaz de sugerir actividades y soluciones personalizadas para los problemas domésticos del momento y recomienda orientación para los venideros. O sea, la que puede formalizar una cierta conducta social que relaciona la casa con sus habitantes y el entorno próximo y remoto.
La denominada vivienda inteligente podría ser la vivienda del futuro. No es un objeto definido. Es un conglomerado constituido por un soporte físico, materializado por lo que habitualmente se entiende por 'casa' (piezas o habitaciones juntas o dispersas), por sus habitantes y aquellos con los que éstos se relacionan, además de una difusa aglutinación de elementos de todo tipo, desde sistemas mecánicos, interruptores, actuadores, cableados antenas, componentes electrónicos, programas, y un largo etc. Es, por tanto, un concepto de largo alcance cuyos límites serán tanto más difusos cuanto lo sea la sociedad en la que se inserta y de la que depende.
Socialización edificatoria
Conducta social vivienda – habitantes
La vivienda inteligente no sólo se preocuparía del confort físico de los habitantes que alberga en su interior, (como es lo habitual, o sea, mantener determinado número de parámetros dentro de una serie de valores fijados previamente: temperatura, humedad relativa, ventilación, etc.), también estudiaría sus necesidades individualizadas, analizaría las relaciones personales de los habitantes y sus conflictos, se adelantaría a ellos, e intentaría en todo momento que las relaciones entre ellos y con la casa fueran que éste fuera lo más cómodas posible para cada uno de los integrantes del grupo.
Conducta social vivienda - viviendas
La vivienda inteligente sería aquella que, además, se comunicaría diariamente con otras viviendas, del área próxima o remota, que estuvieran en condiciones parecidas. Intercambiaría experiencias de estas relaciones, (las que tiene tanto con los habitantes como con el medio físico) y almacenaría las nuevas para aprender de ellas ensayando nuevas respuestas y mejorando sus conocimientos.
Conducta global a escala urbana
Todo ello finalmente llevaría a hacer aflorar la ciudad o conurbación inteligente, constituida mediante la conjunción del saber acumulado de una inteligencia distribuida entre todos los nodos de la red, compartida en sus valores y resultados abstractos pero inaccesible en cuanto al conocimiento o difusión de las características y hábitos específicamente particulares de cada uno de los sujetos humanos a los que da soporte dicha red.
Por lo tanto, la vivienda inteligente o vivienda del futuro, sería la que, en definitiva, tomaría datos, respondería a los estímulos, aprendería, comunicaría y almacenaría sus experiencias como parte de un todo más general y difuso, de rango superior, que por su falta de centralización, y por sus conocimientos distribuidos podría denominarse ciudad inteligente, la cual podría dar lugar, a su vez, una imagen personal y no mediatizada de sí misma, tanto global como local, en cada instante del día, y en cada momento del año. ¿Tal vez la personalidad de la ciudad?
La denominada conducta de esta vivienda de localización difusa (que abarca la residencia habitual, el coche, el lugar de trabajo, la residencia de fin de semana, la de vacaciones, los posibles alojamientos temporales, etc.), se refiere a la serie de relaciones estímulo —respuesta de tipo cuasi repetitivo que se traducen, a medio y largo plazo— en una serie de pautas que recuerdan a lo que en los seres vivos entendemos como conducta. En realidad se podría hablar de una verdadera conducta en el sentido clásico ya que es reconocible por el usuario que interactúa con la vivienda, aunque en puridad debiera, más bien, de hablarse de conducta virtual.
Sensores, obsolescencia y multimodalidad
No cabe interacción sin retroalimentación. En las instalaciones interactivas, el papel de los sistemas sensores, puros captadores de información y actualmente disociados del resto, es el de posibilitar dichas acciones. Aunque actualmente los esfuerzos se concentran en lograr una superabundante distribución de puntos de recogida y procesado de datos (pervasive computing) y en la optimización de aspectos energéticos, comunicación y dimensiones (embedded sensor technolgies), un salto cualitativo vendría dado por el desarrollo de interacciones de segundo orden entre los sistemas. Es decir, que los datos sensados desencadenen escenarios diferentes que volverán, a su vez, a ser nuevamente sensados.
Parece bastante probable que todos, o la mayoría, de estos sistemas que se citan aquí, hayan de sufrir aún una revisión cualitativa en el sentido de que puedan llegar a ser adaptativos o móviles por sí mismos, pero lo que no cabe duda, es que, hasta ahora, siempre ha pesado más el valor por sí misma, de la interfaz resultante que la calidad de la información que ha de ser recibida y manipulada por los procesadores de datos. Bien es verdad que ninguna de las instalaciones y prototipos que ahora —o en un inmediato futuro— se pudieran mostrar, habrá de tener una vida tan larga como la de un edificio corriente, ya que tanto la fragilidad como la fugacidad son una característica común a todos estos nuevos implementos, especialmente si los comparamos con los materiales o instalaciones edificatorias tradicionales.
La vocación comunicadora de estos dispositivos choca con las exigencias de los elementos arquitectónicos tradicionales. Dadas las restricciones que imponen las cualidades señaladas de estos artilugios, sus posibilidades de aplicación se ciñen a lugares que puedan ser controlados, y desde luego distintos de los encapsulamientos en los elementos más propiamente arquitectónicos. Y no solamente por problemas sólo de mantenimiento, sino por la obsolescencia propia y característica de la tecnología empleada.
Conclusiones
En este campo de la llamada domótica existen prototipos de superficies con partes móviles capaces de regular algunos parámetros lumínicos o energéticos, que a la vez, también pueden aportar un valor añadido (de diseño) al espacio en donde se encuentran. Sin embargo, incluso considerando los posibles beneficios de la justa regulación energética —o de otro tipo— que pudiera aportar cualquiera de estos dispositivos, su viabilidad económica, en una aplicación extensiva, es cuando menos y por el momento bastante improbable.
No obstante, para Ole Bouman, actual director del Instituto Holandés de Arquitectura (Netherlands Architecture Institute, Nai), en la actualidad se presentan condiciones decisivas para una cierta asimilación e incorporación de los sistemas electrónicos a la arquitectura. Para él, esta implantación procederá inicialmente de la demanda de colectivos específicos de personas. Por ejemplo, se requerirá para ser empleada por aquellas personas mayores, o por aquellos individuos que vivan solos en su vivienda, o por las parejas en las que los dos miembros tienen apretadas agendas trabajo.
También, la incorporación de los sistemas electrónicos será demandada para las viviendas (más del 50%) que sólo se ocupan de 10 a 12 horas al día (las de dormir y poco más) ¿Qué va a ocurrir en ellas durante las otras 10-12 horas restantes?
Asimismo, es bastante probable que la puerta principal de acceso de esta técnica pueda ser la originada por la presión energética y medioambiental. Por la búsqueda de sistemas que hagan más eficiente el consumo energético, a todo lo largo del día, en el más amplio sentido del término. A pesar de todo lo anterior, o añadido a ello, debido a un efecto de simetría elemental con respecto a nuestra percepción de la realidad, una arquitectura animada, atenta, observadora y amablemente servicial parece mucho más acorde con la actual vida, aceleradamente cambiante en gustos, deseos y necesidades, que la resultante del empleo de las técnicas tradicionales de construcción. Un input que presiona de manera imparable y cuyas formas, resultados e impactos hay obligatoriamente que explorar.
De aquí a las redes multimodales (sociales como facebook o de interés musical como youtube) a las que se puede acceder desde cualquier vivienda y cualquier lugar de una ciudad, la capacidad de búsqueda y de organización de los medios informáticos han generado redes urbanas de todo tipo, dando lugar a verdaderas miniciudades dentro de la ciudad, o a macrociudades virtuales en red, algunas de las cuales llegan a ser ciudades formadas por “ciudadanos” interconectados que, desde el punto de vista administrativo, pertenecen a países y territorios diferentes.
Desde esta óptica, la vivienda, tal y como ha sido habitualmente considerada, se ha empezado a desvanecer de una manera progresiva pero imparable. Su extensión y dimensiones ya no tienen límites precisos ni siquiera fijos. Sus límites son difusos y cambiantes. Sus necesidades y su 'territorio' también. De la misma manera que antaño algunos temporeros tenían viviendas móviles o caravanas que utilizaban estacionalmente y que les permitían desplazarse con su vivienda al lugar en el que se encontraba su trabajo de temporada, el mundo de la red permite, por el contrario, tener el lugar de trabajo, o lo que se conoce como trabajar fuera de casa, sin abandonar la propia vivienda física.
A tenor de estas expectativas la vivienda del futuro se podrá configurar, pues, con una organización y con unos estándares nuevos que den una respuesta más apropiada a esta nueva situación. Sus espacios podrán ser mucho más reducidos y su organización más compacta. Según se vaya incrementando su inteligencia y su capacidad de comprender lo que sucede dentro de ella (y, como consecuencia, pueda comenzar a tomar decisiones y asumir responsabilidades que descarguen al usuario de las tareas más rutinarias), el habitante podrá alcanzar unos mayores niveles de confort con una menor cantidad de espacio, puesto que podrá hacer un uso más racional y certero de cada uno de los espacios o estancias en los que se desarrolla su vida diaria.
Bibliografía
- Bouman, O. (2005). Architecture, Liquid, Gas. Architectural Design, vol. 75, nº1. pp 14-22.
- C.C. Sullivan (2006). Robo Buildings: Pursuing the Interactive Envelope. Architectural Record, nº194, pp 149-156.
- Lorente, Santiago (1991). La casa inteligente. Hacia un hogar interactivo y automático. Madrid: Fundesco.
- Tzanos, José Féllx (2000). Estudio Delphi sobre la casa del futuro. Madrid: Sistema.
El presente artículo forma parte de la ponencia que pronunció Alicia Ozámiz Fortis, de la Universidad Camilo José Cela, en la pasada edición del Congreso Nacional del Medio Ambiente (Conama 2010), celebrado entre el 22 y el 26 de noviembre de 2010 en Madrid.