Entrevista a Vicente Guallart, arquitecto y fundador de Guallart Architects
Actualmente, lidera el estudio de arquitectura Guallart Architects, realizando proyectos a nivel internacional. Entre algunos de los que ha desarrollado se encuentran los puertos de Fugee y Keelung en Taiwán, el barrio de Sociopolis en Valencia o la residencia de viviendas universitarias compartidas en Gandía.
También dirige el Proyecto para la Ciudad Autosuficiente, en el Instituto de Arquitectura Avanzada de Cataluña (IACC), que ayudó a fundar en el 2001, donde trabaja en el desarrollo de una nueva Teoría del Hábitat humano que ayude a racionalizar el desarrollo y la regeneración urbana a partir de los principios que emergen de la revolución digital.
Guallart es autor de numerosas publicaciones, como ‘La ciudad autosuficiente’ –traducido al inglés, castellano y chino– y ‘GeoLogics’, y co-autor del ‘Diccionario para la Arquitectura Avanzada’.
¿La innovación, en un concepto muy amplio y como convencimiento real, está siendo uno de los nuevos parámetros de la construcción tras la crisis?
La arquitectura española, tradicionalmente, ha tenido una importante vocación de servicio, materializada en múltiples edificios públicos y proyectos urbanos de alta calidad, que ha sido reconocida internacionalmente. Sin embargo, en los últimos años, el arquitecto también ha sido cómplice en muchos casos del boom inmobiliario y de la transformación de la arquitectura en un espectáculo alejado de los retos sociales que hoy están en el centro del debate urbano. La innovación en los proyectos ha pretendido ser más formal que material o funcional. Y es aquí donde se presentan los mayores retos y oportunidades para nuestra profesión. Nuestra tradición se ha construido mucho más a través del oficio de proyectar y construir que a partir de innovar e inventar.
Si a principios del siglo XX los principales retos de la arquitectura se centraban en aprovechar la era industrial para construir una nueva arquitectura a partir de nuevos tipos de vivienda y el uso de nuevos materiales, ahora, al principio del siglo XXI, la sociedad nos pide una arquitectura que construya un nuevo hábitat para la era de la información. Ha tenido que llegar una crisis muy importante para reconocer la necesidad de la innovación en la arquitectura y en el urbanismo, que tienen que ser más permeables a otras disciplinas, con las que literalmente el arquitecto no interactuaba.
Sin embargo, las nuevas generaciones están muy abiertas a desarrollar nuevos principios para la arquitectura, a tener una mayor implicación y compromiso social y ciudadano con su trabajo y de un mayor rigor en el presupuesto de los edificios. Pero espero que ese compromiso social no implique alejarse de la calidad del diseño y de la voluntad en la innovación que siempre ha aportado la arquitectura a la sociedad, y que ha ayudado a construir mejores ciudades.
Hace casi 20 años fue uno de los creadores de Metápolis. ¿Qué ha cambiado desde entonces?
Aquella generación post-olímpica pensó que había que intentar construir un nuevo relato a partir del impacto de la sociedad de la información en la arquitectura y el urbanismo y del desarrollo de una nueva ecología urbana. Por eso impulsamos el Instituto de Arquitectura Avanzada y el Máster de Arquitectura Avanzada con la UPC y empezamos a trabajar con el MIT, con la fabricación digital y con la autosuficiencia energética. Años después, tras una gran crisis económica y social, todos éstos son ahora temas fundamentales en el ámbito de la arquitectura y la construcción. Por tanto, acertamos en el análisis y nos preparamos para afrontar los retos del futuro.
El otro gran eje fundamental en el que trabajamos es hacer del urbanismo una herramienta para combatir las desigualdades sociales. Nuestro gran reto es poner a la arquitectura y el urbanismo al servicio del bienestar de las personas y del progreso social, a partir de proyectos e iniciativas concretas. Cuando en el Ayuntamiento nos reuníamos con ciudadanos que vivían en casas afectadas urbanísticamente durante casi 40 años cerca del Turó de la Rovira se comprendía cómo una herramienta creada para servir a la sociedad –el urbanismo– se había alejado de la realidad.
Desde este punto de vista, nos interesa mucho trabajar de forma sistémica, poner en el mapa mental de la sociedad lugares y temas que no se reconocen como centrales en la ciudad y que por ello la gente entiende que no se debe invertir en ellos.
También queremos hacer del acceso a la información o a la innovación un derecho social. Lo importante es que el proyecto urbano empodere a las personas, las haga más libres y tengan capacidad de innovar y de decidir en los barrios. Pero creo que hay que perder el miedo a trabajar por los proyectos de ciudad de gran escala, que son los que nos hacen competitivos de forma global. El mapa de las desigualdades sociales en Barcelona coincide con el mapa de las zonas que tienen y que no tienen grandes equipamientos.
Hace 20 años la palabra ‘futuro’ literalmente no existía, y ahora es un término que está en el centro del debate. Hay que definir un futuro a largo plazo y empezar a construirlo mañana. Obama y el Papa hablan del futuro, de las ciudades y la ecología. Estamos empezando a ganar el partido.
¿Y cuáles serían los ejes fundamentales de ese futuro, de esa innovación?
Las tecnologías de la información ayudan a desarrollar un nuevo mundo. Y este mundo puede estar bajo un control más centralizado, de las grandes corporaciones. O bien pueden favorecer el empoderamiento de las personas, el desarrollo de los recursos locales, de la innovación y de la educación. Nosotros apostamos por el uso de las nuevas tecnologías en pro de este segundo modelo. A partir de aquí, nuestra visión de la ciudad pasa porque, más allá de que la ciudad sea digital, esté basada en modelos distribuidos. Es decir, hacer ciudades que no funcionen en base a un centro que controla una periferia, sino que todos tengan la misma oportunidad de acceso a la fabricación, a la construcción, a la innovación, a la energía.
Una ciudad es una máquina de hacer ciudadanos, de integrar personas provenientes de cualquier lugar y compartir sus derechos y obligaciones con los de las otras personas. En Barcelona tenemos la tradición de que cualquier progreso económico y social se construye en piedra en el espacio público de la ciudad. Este principio forma parte de nuestra visión de futuro: seguir transformando en el espacio de la ciudad los logros y las conquistas de los ciudadanos, ahora aprovechando las posibilidades de las tecnologías de la información.
En su libro ‘La ciudad autosuficiente’ planteaba un nuevo modelo urbano. En esta línea, afirma que Internet ha cambiado nuestras vidas, pero aún no ha cambiado nuestras ciudades. ¿Cómo puede hacerlo?
El libro propone una visión para las ciudades de la era de la información. Si las tecnologías de la información sirven alargar el mundo industrial obsoleto no tienen sentido. Sí lo tienen, sí las utilizamos para desarrollar un modelo distribuido del mundo; para empoderar a las personas; para construir barrios más humanos y conectados entre ellos; para eliminar la movilidad obligada, haciendo que las ciudades sean más caminables y menos circulables en vehículos privados; para conseguir que los edificios sean autosuficientes; para desarrollar el Internet de la energía, de forma que no dependamos del petróleo de Oriente Medio para hacer funcionar nuestras ciudades. Y todo esto sabemos que va a pasar.
Hoy nos empobrecemos comprando recursos a países que no están construidos alrededor de los principios democráticos que defendemos, y que se hacen ricos en base a nuestra poca capacidad de innovar. El futuro es la ciudad productiva y conectada o es Blade Runner. Sin lugar a dudas, trabajamos por la primera opción.
¿Este modelo encaja con el modelo de smart cities del que tanto hablamos ahora?
A la marca smart city le veo muy poco recorrido, todo lo contrario que a la relación de las tecnologías de la información con las ciudades, y sobre todo con las personas. Los arquitectos y urbanistas no han estado muy atentos al impacto de las nuevas tecnologías en las ciudades, y han sido otros –principalmente empresas– los que se han lanzado a capturar un mercado.
En el Ayuntamiento recibíamos a empresas a las que les decíamos: “no queremos comprar lo que ustedes nos quieren vender, lo que pretendemos es definir lo que queremos hacer y que ustedes nos ayuden a hacerlo, con el objetivo de mejorar la calidad de vida de las personas.” Y, en muchos casos, desarrollamos alianzas estratégicas para construir juntos proyectos e iniciativas innovadoras. Ganamos el premio de Bloomberg Philantropies frente a todas las ciudades europeas por el proyecto Vincles, que usa las tecnologías de la información para crear redes de confianza alrededor de las personas mayores que viven solas. Me gustaría que la capacidad y la velocidad de la innovación en torno a las tecnologías de la información llegara al mundo físico.
¿Existen ciudades donde encontrar atisbos de estos desarrollos?
Copenhague es un ejemplo de capital europea de tamaño medio-grande que ha decidido ser una ciudad de emisiones 0 en el año 2025 y está trabajando para ello. La fabricación digital también es un fenómeno creciente y habrá que ver cuál es su impacto final desde el punto de vista económico y social. La producción alimentaria de km 0 cada vez es más importante, y se ha consolidado una red de slow cities que ahora trabajan para llevar ese modelo a grandes metrópolis.
En París, en la Cumbre del Planeta, también se plantearon unos objetivos fundamentales con la misión de desconectarnos del petróleo y producir energía a través de las energías renovables producidas de forma local. Por lo tanto, creo que aquella visión que hace unos años era emergente y no estaba en el centro del debate, hoy ya lo está. Ahora nos hacen falta más proyectos y más liderazgo político y económico para que la revolución de las ciudades productivas y conectadas se convierta en un proyecto social y económico global. Y esto va a pasar, sin duda.
¿Arquitectos, urbanistas y diseñadores deben recuperar este papel de liderazgo quizás algo perdido?
Tanto arquitectos como diseñadores tenemos una característica fundamental: estamos orientados al proyecto. Es decir, sabemos maternizar cosas objetivas y concretas que transforman la realidad colaborando con muchas disciplinas diferentes.
Sin embargo, nos hace falta una nueva generación de profesionales capaces de utilizar de forma natural nuevos materiales, procedimientos y tecnologías. Y también hacen falta nuevas formas de economía, que ya no estarán basadas en comprar y vender, sino en colaborar y compartir. Será una economía más orientada a los servicios que a los productos. Todo esto se tiene que construir y, desde este punto de vista, encuentros como Beyond Building Barcelona-Construmat contribuyen al avance objetivo y a convertir a Barcelona en el enclave de referencia mundial para debatir sobre estos cambios.
¿Tenemos una confianza excesiva en la capacidad transformadora de Internet?
En la historia de la humanidad siempre se ha repetido el debate en torno a la bondad de una nueva tecnología cuando ésta ha planteado un cambio en los paradigmas sociales y económicos. En general, todo tiene un lado positivo y otro negativo, pero en nuestro caso trabajamos por democratizar el futuro, por permitir la participación de mucha gente en la definición de ese futuro. Se trata de construir un futuro en positivo que llegue a mucha gente.
¿El modelo de promotor/constructor interesado en gestionar el edificio después de construirlo no está muy alejado de la realidad?
La cultura anglosajona está mucho más orientada al servicio que al producto. En cambio, la cultura mediterránea está mucho más enfocada al producto, a comprar y vender y también a especular, y eso ha ido perfecto para el desarrollo del boom inmobiliario de las últimas décadas en nuestro entorno. Se trataba de construir barato, vender caro y salir corriendo. Sin embargo, creo que este enfoque de servicio va a llegar al mundo de la construcción o la gestión del hábitat.
Hace años tuve la suerte de construir para una empresa llamada Visoren el primer edificio de viviendas universitarias compartidas en España, en Gandía. Ellos fueron pioneros en introducir la idea de viviendas en suelo dotacional a través de una concesión y de alquiler. Eso significaba construir en suelo de otro con una concesión que en 50 años devuelven a la Administración. Parecía una locura, pero hoy ellos existen y muchos de los que operaban con el otro modelo han desaparecido. En un modelo orientado más a servicios, hay que invertir primero para gestionar después. Por lo tanto, tiene todo el sentido del mundo construir mejor.
Le gusta utilizar mucho más el concepto de hábitat urbano que el de urbanismo. ¿Por qué?
Me interesa más el concepto de hábitat que el de urbanismo. El urbanismo es un concepto asociado a una construcción física del territorio. Se produce a través de la urbanización, que ha creado algunas de las mejores obras humanas pero, sobre todo, muchas de las peores. Sin embargo, hoy en día, la mayoría de las ciudades del mundo occidental están prácticamente urbanizadas y, por lo tanto, hay que añadir valor al territorio de otra manera. Y para ello hay que impulsar la regeneración urbana a partir de nuevos principios ecológicos. Tenemos que crear mecanismos para evaluar no sólo las ciudades en abstracto, sino sobre todo la habitabilidad humana. Porque llamamos ciudades a Igualada y Mumbai, que tienen dimensiones, flujos y relaciones muy diferentes.
Las ciudades del futuro no deben basarse en un centro rico y una periferia pobre. Las ciudades deben ser metrópolis de barrios, que son unidades construidas a escala de la comunidad, en la que las personas tengan acceso a todos los servicios necesarios para habitar y, en el mejor de los casos, puedan también trabajar. El barrio, construido con un radio de 500 m alrededor de los equipamientos, es una unidad de medida de la habitabilidad humana. Y una buena ciudad será aquella que se construya como una red de barrios concitada por ejes cívicos y transporte público.
La idea del hábitat está mucho más centrada en mirar la ciudad vista desde las personas. Objetivamente, en el mundo hay 7.000 millones de ciudades, porque cada persona habita una ciudad diferente, su centro de gravedad es diferente, y empieza la vida cada día desde un punto diferente. Por lo tanto, si nos centráramos más en garantizar la habitabilidad de las personas una a una y, a partir de ahí, desarrollar la construcción de la ciudad, encontraríamos respuestas diferentes a los problemas reales. Creo que ésta es la gran discusión que tenemos hoy: cómo hablar mucho más del hábitat que del urbanismo, referirnos más a las personas que viven en el medio urbano, a su bienestar, a su acceso a los equipamientos, a la energía… Y de todo esto no se puede hablar sólo desde el continente –el territorio urbanizado–, sino desde el contenido –la habitabilidad humana–.
¿Confía en que aún se puedan ver cumplidos los objetivos fundacionales de Sociópolis?
El proyecto pretendía construir mucha vivienda protegida en un momento –el año 2003– en el que prácticamente ésta no existía. En segundo lugar, también se buscaba que los arquitectos volvieran a diseñar viviendas sociales siguiendo los principios modernos de los años 20, con un presupuesto limitado, e impulsando la innovación tecnológica. Y, finalmente, se pretendía demostrar que en un proceso de transformación de suelo agrícola, como era el caso, se podía conseguir que al menos el 50% del espacio fuera verde y que pudiera existir actividad agrícola en el interior del barrio. Precisamente este último aspecto es el que ha dado sentido al proyecto en todos los años de crisis, que llegó cuando la urbanización estaba a medio hacer y sólo estaban construidos el 20% de los edificios previstos.
Afortunadamente, ahora el nuevo Gobierno valenciano va a acabar la urbanización, y la parte de los huertos urbanos tiene un importante éxito social construido alrededor de la identidad de un paisaje productivo y social propio de la huerta valenciana. Que el territorio se urbanice y se siga regando con agua de las acequias, dentro de la ciudad, siguiendo el principio implantado hace más de mil años, es un modelo a imitar. En Barcelona también tenemos agricultura en la ciudad, regada por el Rec Comtal en Vallbona, y habría que protegerla por su valor antropológico y social. Es un proyecto que ha tenido una crisis durante 8 años, pero un día veremos el barrio funcionando con el deporte y la agricultura como elementos que ayudan a estructurar la comunidad.
¿Cuáles son las líneas de trabajo más inmediatas del IACC?
El objetivo del IACC es ayudar a democratizar el futuro, a acelerar la innovación, a formar nuevos profesionales para que sean líderes sociales en sus países. Ahora mismo hay 150 estudiantes de 40 países y seguramente hacen falta más estudiantes locales para el desarrollo de proyectos locales.
Desarrolla proyectos europeos –ahora tiene 9 en marcha– y quiere utilizar el conocimiento que tiene de la transformación urbana para ayudar al desarrollo de proyectos en municipios pequeños y medianos, pero también para desarrollar nuevos paradigmas. Desde el Fab Lab se trabaja en nuevos proyectos, en la aplicación de la fabricación digital en el mundo de la construcción. Hemos colaborado estrechamente con la anterior edición de Beyond Building Barcelona-Construmat, con el pabellón de la innovación. El IACC trabaja para la innovación en la arquitectura y la construcción de la ciudad, y para hacer de Barcelona una de las ciudades de referencia en estos ámbitos. Las nuevas generaciones que trabajan en el IAAC, encabezadas por Areti Markopoulou y Tomás Diéz, lideran proyectos y trabajan con una gran profesionalidad.
¿La arquitectura tendrá un papel fundamental en el futuro urbano?
Soy muy optimista sobre el rol de la arquitectura en el mundo porque siempre va a ser necesaria la capacidad de transformar las ideas en proyectos. Siempre van a producirse transformaciones, tanto técnicas como sociales, que van a requerir nuevos proyectos. Los arquitectos se han reinventado cada vez que ha habido un cambio social, cultural y tecnológico en el mundo. En esta ocasión, tras una fuerte crisis que ha producido la reorganización de múltiples despachos profesionales, estoy seguro que volveremos a ejercer un importante liderazgo en la sociedad si somos capaces de construir nuestro proyecto alrededor de la voluntad de servicio a las ciudades y los ciudadanos.
¿Atentados como los de Bruselas pueden afectar a la construcción de esos espacios públicos, a la articulación urbana?
Europa debe ser un lugar mucho más receptivo con las personas que atraviesan dificultades, porque nosotros hemos pasado por experiencias similares. Hemos de trabajar de forma consistente para conectar los valores de la democracia y los derechos humanos como un elemento básico de la construcción del espacio público.
El modelo urbano catalán y español, desarrollado en un territorio de cruce de culturas, siempre ha sido muy integrador, a diferencia de otros países de nuestro entorno. En este sentido, creo que debemos seguir luchando para rechazar el miedo como argumento para el diseño urbano y para ser mucho más inclusivos con las personas de nuestro entorno que necesitan nuestra ayuda. La idea del espacio público como representación de la democracia es fundamental y debemos seguir trabajando para construir un futuro mejor para nuestras ciudades.