La discutida bondad del ahorro
1 de junio de 2010
Y la pregunta es, ¿esto es bueno o malo? Un buen número de economistas afirma que, a estos niveles y en la situación actual, es malo. Por un lado, porque es síntoma de desconfianza, cuando no de pánico, ante la gravedad de la situación económica. Y por otro, porque la consecuencia directa de este aumento del ahorro es la reducción del consumo, lo cual retroalimenta la crisis. Otros, sin embargo, argumentan que tanto particulares como empresas vivían con un peligroso sobreendeudamiento que ahora empieza a corregirse, y esto es positivo. Y que, además, este mayor nivel de ahorro podrá ser canalizado por el sistema bancario facilitando el crédito a las empresas. Como es habitual, los economistas, supuestamente expertos, no se ponen de acuerdo tampoco en este caso.
Sin embargo, más allá del debate técnico hay en esta cuestión un trasfondo filosófico que a mí me parece más interesante. Ya en el siglo XVIII Immanuel Kant, en sus 'Lecciones de Ética', abordaba esta cuestión en un capítulo titulado 'en torno al ahorro', cuya lectura resulta ciertamente estimulante. Decía el célebre filósofo alemán que "el ahorro no es una virtud, ya que para ahorrar no se precisa habilidad ni talento [...], hasta el más tonto puede amontonar dinero" y argumentaba que, en el plano individual, no hay razones para juzgar más necio al manirroto que al prudente ahorrador. Mientras este se priva de la vida presente, el otro se despoja de la vida futura (pero que le quiten lo 'bailao'). En cambio, cuando aborda la cuestión desde la perspectiva social, concluye Kant, que los ahorradores son ciertamente más provechosos para la sociedad en su conjunto y que solo ellos "resultan compatibles con los fines universales del orden general de las cosas".
Kant no era economista ni empresario. Y las generaciones de emprendedores que nos han precedido difícilmente habrían leído a Kant. Pero la consideración del ahorro como un valor positivo, como un elemento de seguridad que nos fortalece para crecer de forma sostenible, atenuando los riesgos y afianzando el futuro, ha sido, desde Kant hasta nuestros padres, poco menos que un axioma. Un axioma que se pulverizó en los años del desmadre previos a la crisis. Cuando todo el mundo, empresas y particulares, empezó a vivir por encima de sus posibilidades. Cuando la irresponsabilidad de los que pedían prestado lo que nunca podrían devolver palidecía ante la irresponsabilidad de los que se lo prestaban. Hasta que, como era de esperar, acabó quebrándose eso que Kant define como el orden general de las cosas.
Hoy la crisis ha vuelto a poner en evidencia lo que siempre había sido evidente. Las familias y las empresas que actuaron con prudencia, que mantenían un razonable nivel de ahorro o que se habían endeudado de forma responsable, van a salir en su mayor parte airosas de la crisis, muchas de ellas incluso fortalecidas. Las demás saldrán muy debilitadas, o no saldrán. Me alegro pues de que el ahorro privado esté aumentando y de que decrezca el endeudamiento. Aunque las empresas nos resintamos, durante algún tiempo, de un consumo menor. Lo mismo vale, huelga decirlo, para las administraciones públicas, pero eso, queridos lectores, da para unos cuantos artículos más.