Un lugar al que pertenecer
Juan Díaz Cano, presidente de la Real Liga Naval Española
25/01/2023
Me encontraba hace unos días preparando mi próxima intervención en el V Congreso Marítimo Nacional cuando accidentalmente escuché un pasaje de una vieja canción de Joe Cocker titulada ‘Up where we belong’. Como de costumbre en el repertorio del músico británico, la letra de sus canciones suele ser lo de menos. Lo mejor es, siempre e indefectiblemente, su música, escuchar su voz rota y deleitarse pensando en el sentido de alguno de los títulos de sus composiciones. En este caso, el título de la canción hace referencia a esa necesidad humana de pertenecer a algo, a algún sitio o incluso, por qué no, a alguien.
Entronca este pensamiento con la disquisición que me estaba haciendo momentos antes de escuchar la canción. Me preguntaba sobre el motivo por el que el asociacionismo marítimo no funciona en nuestro país. ¿Qué tal si intentamos sintetizar este hecho? Empecemos para ello por ver la realidad que rodea al caso del sector marítimo español.
Una rápida visión sectorial nos permite comprobar, en primer lugar, que en España carecemos de un lobby marítimo de corte anglosajón. No conviene olvidar que los lobbies, en contra del pensamiento llamado progresista, son palancas de desarrollo económico que presionan a los poderes públicos para que la sociedad camine hacia sendas de innovación y desarrollo que éstos nunca hubieran atendido ni contemplado.
Lo más parecido a un lobby con que contamos es el Clúster Marítimo Español, asociación aglutinadora de nuestras industrias marítimas cuya transversalidad de intereses asociativos le impide llevar a cabo una verdadera labor de lobby. Labor que choca con otra realidad transversal competencial: la de la Administración marítima española. Transversalidad privada frente a transversalidad pública, ecuación destinada al fracaso.
Una segunda derivada es la atomización asociativa que rige en el sector. Innumerables asociaciones, de pequeño tamaño todas ellas, ejerciendo un papel disgregador del conjunto, explican la escasa repercusión de sus mensajes. Unos mensajes que nunca ponen el foco en una idea superior centrándose, por el contrario, en lo pequeño y en lo local. De este modo, el mensaje se pierde en la nada. Este hecho tal vez tenga que ver con el carácter individualista y anárquico de los españoles, lo que seguramente viene a explicar muchos hitos y momentos trágicos de la historia de nuestro país. Desgraciadamente, la llegada de esta cuarta revolución industrial (más bien tecnológica) que nos impone modelos sociales, laborales y económicos de nuevo cuño ha venido a acrecentar el cariz individualista de una sociedad que vive esclavizada de la pantalla de un ordenador o del teclado de un teléfono móvil.
Un fenómeno que viene a agravar todo este panorama es el egoísmo latente en una sociedad española cada vez más rota que, además, ha perdido el orgullo de declararse española. Cuando el lugar al que pertenecer se pierde como refugio mental último resulta ciertamente difícil alcanzar metas que vayan más allá de la recompensa inmediata y casi siempre gratuita. Este fenómeno, generalizado en mayor o menor medida en las sociedades occidentales, surge como consecuencia de la ceguera de unos poderes públicos incapaces de entender que con su inacción motivadora están agrietando su propio esqueleto funcional. Cuando este proceso se haya consumado, conceptos como nación o soberanía nacional habrán pasado a formar parte del baúl de los recuerdos en el imaginario colectivo.
De cualquier modo, no seamos pesimistas porque, mientras tanto, siempre nos quedarán sujetos encantados de ser el presidente de su comunidad de propietarios.