Una China en el zapato
Juan Díaz Cano, presidente de la Real Liga Naval Española
12/12/2024Siempre he tenido la percepción de que la raza china es, con diferencia, la más cruel de cuantas habitan el planeta tierra. Puede que se trate de un prejuicio poco fundamentado; es posible. Sin embargo, creo que, hasta la llegada del mundo woke y sus apóstoles, ha existido esa misma percepción dentro del mundo occidental desarrollado. El cine nos ha regalado notables villanos de raza china. Unos odiaban y combatían a la raza blanca (Fu Manchú), otros empleaban su tiempo en desviar cohetes e interrumpir el affaire entre Connery y Úrsula Andres (Dr. No) y otros se empeñaban en acabar con la muralla china (Shan Yu). Si bien es cierto que éste último técnicamente era mongol. Igualmente, la historia nos ha legado el mayor asesino de la humanidad (Mao Zedong) que, anecdóticamente, también era chino.
Finalizada la fase de provocación que debe presidir todo artículo que quiera suscitar la atención del lector, convendría pasar a hablar sobre el tema que da origen a éste: el papel desestabilizador que juega China en el contexto de la economía internacional. Amparándose en el falso relato chino que señalaba al colonialismo como el origen de su, hasta hace unas décadas, atraso económico, China ha utilizado este papel victimista para erigirse en una potencia económica de primer orden. Un relato que occidente compró sin mayores reparos sin pararse a analizar que el verdadero origen del inicial atraso económico chino no se explicaría sin su angustioso pasado comunista.
Consecuencia de esta abdicación occidental, China se ha convertido en una nación imperialista que acapara la mayor parte de los recursos naturales africanos, maneja dos terceras partes de la desmedida deuda norteamericana, ignora las agendas ambientales que tanto parecen preocupar a Europa y los armadores chinos ostentan el primer puesto en el ranking de buques controlados y el segundo en tonelaje solo por detrás de la bandera panameña.
Los astilleros chinos copan el 56% de los pedidos internacionales en vigor de buques mercantes, sus navieras se encuentran apoyadas financieramente por el Estado chino, siete puertos de China se encuentran entre los diez primeros del mundo y la armada china en poco tiempo habrá superado a la norteamericana.
La alargada sombra del Estado chino es la que consolida este milagro industrial que permite a China competir favorablemente con el resto de un mundo que, olvidándose del juego limpio comercial, acepta como reglas de juego el dumping, la falta de respeto a los derechos humanos, condiciones laborales precarias y sueldos muy por debajo de las medias occidentales.
Enfrentando esta realidad, el recién elegido presidente norteamericano Donald Trump amenaza con barreras arancelarias a los productos chinos. Mucho me temo que se trate de un anuncio de cara a la galería tal y como las interacciones económicas de Estados Unidos con el gigante asiático hacen presagiar. Y en medio de ninguna parte, Europa seguirá apostando por la descarbonización, la agenda 2030, el coche eléctrico (chino, por supuesto), el desmantelamiento de su sector agropecuario y el resto de los mantras ecologistas sobradamente conocidos.
Es cierto que seguramente China se acabará teniendo que enfrentar en un futuro no muy lejano a severos ajustes internos en su economía, pero no nos engañemos, parece evidente que el siglo XXI pertenece a China. Se lo hemos puesto fácil.