De lo metálico y de lo humano
Ibon Linacisoro
Director15/03/2007
Director15/03/2007
¿Y por qué no otro punto de vista? El sector de la máquina-herramienta, el sector de la transformación del metal, se relaciona entre el común de los mortales, entre los cuales lo menos común es trabajar en este sector, con algo duro. No físicamente. Áspero para el ser humano, falto de suavidad, nada ameno, poco próximo a nuestra condición de humanos. Pero es, sin duda, una mala transmisión a la sociedad de lo que la industria puede hacer por nosotros. Porque el metal es caliente tras ser calentado y frío tras ser enfriado. Es permeable a lo que le hagamos, influenciable por la mano firme de quien sobre él quiere actuar. Es fiel durante un tiempo a lo que más se le aproxima. ¿Por qué no calentarnos en el metal durante el crudo invierno, dejarnos envolver por su liso tacto envolvente? ¿Por qué no enfriarnos con él en los meses de verano? El duro metal sabe ser cálido, puede serlo e incluso, tal vez, hasta quiera serlo. Pues no se entiende si no es así su dejarse querer, malear, para facilitar la alocada carrera de los humanos hacia una meta inexistente, desconocida, por un camino adornado de numerosos objetos metálicos deformados, mecanizados, sometidos a cinco ejes, torneados, escariados, roscados, tratamientos térmicos, agresiones superficiales. ¿Qué sería de nosotros sin este duro metal que calienta cuando hay que calentar, enfría cuando hay que enfriar y soporta cuando hay que soportar? En el fondo lo sabemos. No conscientemente, pero en algún rincón de nuestra bola de hueso se encuentra la idea de que sin el metal no seríamos nada y no lo seríamos, por lo tanto, tampoco sin esas máquinas todopoderosas que devuelven el metal a su forma original, aquella de la cual partieron, pues no parece factible que un material adquiera formas tan complejas si no es recordando el camino hacia su forma original. Y es posible que, precisamente por saberlo, aunque no sepamos que lo sabemos, nos veamos impulsados a disfrutar del armonioso movimiento de una máquina-herramienta y seamos capaces de quedarnos mirando, ensimismados, con la mirada atenta y los pensamientos perdidos, cómo una herramienta actúa con determinación pero sin agresividad sobre un bloque de acero para sacar de él la pieza que lleva dentro. Tal vez por ello en las ferias se concentre también un público no profesional que sólo quiere ver máquinas por el puro placer de verlas actuar. Porque en el vaivén controlado de un mecanizado de cinco ejes hay algo de humano, algo de caricia que aproxima al espectador al duro metal sometido a la herramienta. Y en el fondo, hasta el más duro de los humanos, incluso los que han ocultado su corazón tras una coraza metálica, ceden en su dureza para permitir que su armadura transmita un calor agradable al interior de su condición de ser.