Entrevista con Óscar Martínez Gaitán, director de Los Árboles Mágicos y miembro de la Junta Directiva de Amja
Impresiona su capacidad de absorber, estrujar y sintetizar cualquier información sobre las plantas por compleja y extensa que sea. Sus «Arboles Mágicos» son una revolución en las redes sociales en donde difunde sus amplios conocimientos sobre infraestructuras verdes y arboricultura con una facilidad de conectar que da miedo.
Óscar Martínez Gaitán es director de Los Árboles Mágicos y miembro de la Junta Directiva de Amja. Tiene una extensa experiencia profesional y sus especialidades abarcan desde los fitosanitarios hasta los árboles centenarios pasando por céspedes, paisajismo, soluciones basadas en la naturaleza, y en todos los ámbitos controla al máximo. lee con avidez y se le nota, como también se palpa el amor por las plantas que heredó de su madre.
¿Por qué es usted Jardinero?
Soy Jardinero de vocación, yo soy un “niño” de la generación de Félix Rodríguez de la Fuente, un héroe que nos inculcó a toda nuestra generación un apasionado amor por la naturaleza y en mi caso era más de vegetales que de animales. Soy de Linares, y como casi cualquier linarense mi familia viene de la industria y la minería, no tengo ascendencia familiar en este campo salvo al amor de mi madre por sus plantas.
Quise estudiar Ciencias del Mar, pero cuando llegó el momento, pusieron la especialidad de Hortofruticultura y Jardinería como experimental en la Universidad de Almería (entonces aún dependiente de Granada) y cambié mi opción.
Como decía Cicerón: “La agricultura es la profesión propia del sabio, la más adecuada al sencillo y la ocupación más digna para todo hombre libre” y esa máxima me ha acompañado siempre solo que yo le añadí un corolario: “La agricultura alimenta el cuerpo, pero la jardinería es una agricultura que alimenta el espíritu”.
En la Politécnica de Almería me topé con auténticos maestros que añadieron pasión a la que ya tenía, por eso es obligado mencionar a mi profesor Rafael Jiménez (QEPD) de quien aprendí, no solo de plantas ornamentales, sino algo mucho más importante, a amarlas apasionadamente. Así que desde el primer momento estudié y trabajé para ser jardinero.
Cuando enfermamos vamos al médico. ¿Piensa que la sociedad en general es consciente de que las plantas aportan salud? ¿Hemos sabido explicar a la sociedad nuestra profesión?
Hay dos problemas en esto. Uno es que no, no hemos sabido explicar la profesión, de hecho, seguimos sin saber explicarla. Los espacios verdes son tan importantes para la población como un colegio o un centro de salud, pero eso no se considera así por la mayoría de la población. Los ciudadanos, en general, están demasiado preocupados por su día a día (que ya es bastante) como para pensar en los árboles del parque. Además, como ellos trabajan silenciosamente, sin ningún tipo de ruido, sin publicitar sus servicios, aceptando estoicamente cualquier barbarie que se les haga, esto hace que los ciudadanos crean que son un mobiliario más.
Las nuevas tendencias de “monetizar” los beneficios ecosistémicos, con las que estamos trabajando, pueden ser una herramienta interesante a la hora de hacer ver a los ciudadanos la importancia de los árboles, de la Infraestructura Verde en general y de las personas encargadas de su planificación, construcción, gestión y mantenimiento. Es muy triste tener que poner precio a un árbol para llegar a ello, pero parece que es el único camino.
El otro problema es que hay un nivel de intrusismo preocupante en la sociedad, son los que yo llamo “jardineros de hipermercado”, aquellos que compran un cortacésped, un cortasetos, o lo que es peor, una motosierra en un centro comercial y ya son jardineros, volvemos a lo mismo, como el seto no se va a quejar parece que no pasa nada pero denigran a la profesión y a los magníficos profesionales que tenemos y que jamás podrán competir en precio con estos piratas.
¿Por qué nos atraen las plantas?
Tampoco habría una única forma de abordar esta respuesta; las plantas nos atraen porque inconscientemente todos sabemos que dependemos completamente de ellas, porque nos proporcionan oxígeno, porque eliminan carbono y otros contaminantes que son nocivos para las personas, emiten compuestos, los COVs que son básicamente monoterpenos que bajan las hormonas del estrés, tienen propiedades antinflamatorias, neuroprotectoras y antitumorales y esto nos atrae involuntariamente.
Pero todo esto suena demasiado científico, las plantas nos atraen porque son mágicas, porque desde que el hombre es hombre ha divinizado a los árboles, los celtas al tejo, al fresno, al roble o al almez, los asiáticos al Cerezo o a los Ficus, las civilizaciones precolombinas a la Ceiba, las tribus africanas hacían lo propio con el Baobab. Desde Roma tenemos al ciprés como símbolo de la unión entre la Tierra y el Cielo, entre la muerte y la vida.
Nos alimentan, a nosotros o a nuestros animales, nos visten, nos han dado cobijo y techo desde siempre. Los hombres no somos animales de un ecosistema de vidrio, acero, hormigón y asfalto, somos hijos del bosque y como hijos del bosque, el que nos ha mantenido durante decenas de miles de años, éste nos atrae sistemáticamente, tenemos a las plantas presentes en la música, en la arquitectura, en la poesía o en la pintura de forma recurrente. Esa es la pasión del jardinero, el poder traer un poquito de nuestra casa a esta jungla de asfalto en la que ahora, erróneamente, vivimos.
Hablemos de usted. ¿Cuándo supo que era Jardinero?
Sin duda ninguna, el día en que vi brotar a los primeros árboles que había plantado de forma profesional. Antes era un aficionado, pero cuando aquellos chopos, plantados a raíz desnuda en el invierno de 1992 se vistieron de verde en primavera, entonces ya no era un aficionado a la jardinería, me sentí orgulloso de ser JARDINERO.
Si hay algo que me puede es la “titulitis” de algunos, yo soy Jardinero y me honra decirlo, que estudié una ingeniería al respecto, pues sí, pero no soy jardinero por ser ingeniero, soy ingeniero por ser jardinero. Y me gusta plantar árboles, y bulbos, hierbas, y me gusta experimentar con nuevos colores, con las texturas, los olores. Ser jardinero es regalar los sentidos.
Por eso, en los muchos años que llevo dedicándome, entre otras cosas, a los céspedes deportivos, he experimentado con texturas y colores de patrones de corte hasta la saciedad y en los diseños paisajísticos me gusta jugar no solo con los colores y texturas puntualmente, sino con el básico acompañamiento de las estaciones. No hay nada más dinámico que los cambios en un árbol con las estaciones del año.
Con la pandemia ha habido muchos cambios. ¿En qué cree que ha afectado a los jardines?
En un principio, cuando estábamos confinados en nuestros domicilios, nos dimos cuenta de la falta que nos hacía un jardín público. No todo el mundo tiene la posibilidad de tenerlo en casa, incluso nos conformamos con una pequeña terraza. En esos meses pensé que habría un antes y un después, que los gestores se darían cuenta de la necesidad fundamental de espacios verdes para la población y en un principio así lo pareció, después, misteriosamente, todo volvía a ser secundario, las inversiones mastodónticas de Fondos europeos para “lo verde” se las llevan de nuevo las grandes corporaciones energéticas.
Parece que verde es reciclar, es la energía “limpia”, son las plantas fotovoltaicas o los aerogeneradores y eso, nos guste o no, es absolutamente necesario, pero no es verde.
“Somos hijos del bosque. Tenemos las plantas presentes en la música, en la arquitectura, en la poesía o en la pintura de forma recurrente”
Debemos reivindicar lo verde con todas nuestras fuerzas, entre otras cosas porque como estamos comprobando, como casi siempre por las malas, la pérdida de contacto con la naturaleza, la pérdida de biodiversidad que sirva de tampón para las zoonosis, nos mata, literalmente, nos mata por millones.
Espero que ese espíritu del confinamiento, en el que parecía que se iba a apostar por el verde (por el verde de verdad) regrese y el pueblo presione a sus gestores para exigir un mejor trato a los jardines existentes y, por supuesto, la construcción de nuevas y mejores infraestructuras verdes, no solo en las ciudades, sino en las vías de comunicación, en los entornos periurbanos o incluso en la ordenación del territorio rural, con la recuperación de marjales, linderos, humedales, etc.
De pronto hay personas que quieren abandonar las ciudades y vivir en el campo, en los pueblos. ¿Abandonar las grandes ciudades es la solución?
Rotundamente no, esa puede ser una solución muy válida para algunas personas, pero si ocurriese que la población urbana se trasladase masivamente al campo lo que conseguiríamos sería un efecto contrario, porque convertiríamos el campo en una ciudad, con sus problemas de logística, de basuras, de comunicaciones… Hacer urbanizaciones de adosados en un pueblo de 300 habitantes no es la solución para la España vaciada, la solución pasa por naturalizar las ciudades, no por urbanizar la naturaleza.
La España vaciada se merece inversión en infraestructuras básicas y la mejora, o mejor dicho, la creación de oportunidades para que los jóvenes no se vayan. No olvidemos que el mundo rural es el custodio de nuestro mayor y más preciado bien, que es la naturaleza.
Creo que este es el momento de las ciudades medias, que sean fácilmente convertidas en auténticos emplazamientos sostenibles y autoabastecibles, no de hacer un despliegue constructivo de segundas residencias junto con las autopistas para llegar a ellas.
La naturalización de la ciudad es un proceso que debería haber comenzado ya y que no podemos seguir aplazando, el uso de soluciones basadas en la naturaleza para dar alternativas a los problemas comunes de la ciudad es una asignatura pendiente para la que no nos queda casi tiempo de recuperar, aunque no nos queda otra. Hay que ahondar en eso, en las Soluciones basadas en la Naturaleza, no en las Soluciones Urbanas para la Naturaleza.
José Elías dijo que para que haya buenos jardines hacen falta buenos jardineros. ¿Qué pasa con la formación en Jardinería?
La formación es otro de los pilares fundamentales y tampoco funciona. Pero además es que no lo hace a ningún nivel. Falta formación básica para los nuevos jardineros ya que se cuentan con los dedos de una mano las escuelas de formación profesional que se dedican a este tipo de formación.
Normalmente con un curso de FPO de 300 o 400 horas ya es suficiente, y no lo es. Hay que formar bien a los jóvenes que quieren ser jardineros, pero es que también es imprescindible reciclar a los que ya lo son.
No se pueden mantener infraestructuras del siglo XXI con criterios de arboricultura forestal de los años 40 del siglo pasado, y se hace, de hecho, no solo se hace sino que lo raro es que no se haga así. Por ello vemos esa plaga de motoserristas desmochando, terciando, talando por doquier en cualquier punto de nuestra geografía argumentando criterios de hace ochenta años.
También es muy importante la especialización. Es difícil ser trepador, diseñador, paisajista, podador, etc.… y ser el mejor en todo. Por eso debemos ahondar en la especialización una vez formado al jardinero, con formaciones específicas en podas, trepa, enfermedades, diseño, céspedes, etc. No olvidemos que de todas las plantas que cultivamos en el mundo, la que más veces sale por televisión es, de muy lejos, un césped y éste debe ser mantenido por un especialista, al igual que quien poda los árboles de una ciudad debe tener conocimientos de arquitectura arbórea, biología, etc.
Otro pilar fundamental es la formación de los gestores y los técnicos. Ellos también deben comprender perfectamente la importancia que tiene una buena jardinería en muchos ámbitos; en la salud principalmente, pero además, es que es la primera impresión (esa que no se puede dar dos veces) que un visitante se lleva de nuestras calles y muy importante, es la seguridad. Los árboles no se caen porque si, los árboles se caen precisamente por las malas podas, por el maltrato que se hace a sus raíces cada vez que hay que actuar en la infraestructura gris. Como no se ven, las cortamos que hay que pasar un cable. Luego el árbol se cae y daña a alguien o algo y ya estamos cortando cualquier árbol que a cualquier técnico o gestor le parezca peligroso, con ese método, que le parece peligroso, sin más base técnica ni documental. Y por último está la educación ambiental de la población. ¿Cuántas veces hemos visto que los vecinos piden una tala porque se les atranca el canalón o los árboles no les dejan ver la playa? Y lo que es peor ¿Cuántas veces los gestores hacen caso de esas demandas por miedo a una campaña contra ellos en redes sociales? No nos olvidemos que los árboles no se quejan nunca. Fuente: Amja