Mis optimistas previsiones
10 de febrero de 2009
“La mejor forma de predecir el futuro es inventarlo”, Alan Kay.
Corría el mes de marzo de 2007 cuando el Fondo Monetario Internacional, dirigido entonces por Don Rodrigo de Rato y Figaredo, publicó sus previsiones para 2008 referidas a España. Sostenían entonces los sesudos economistas del prestigioso organismo regulador que el crecimiento económico español aumentaría dicho año un vigoroso 3,5%. Pocos meses después, concretamente en octubre de 2007, la misma acreditada entidad, a cuya dirección había accedido un mes antes el célebre profesor de economía en la Universidad de Nancy, Dominique Strauss-Kahn, rebajaba prudentemente la previsión a un razonable 2,7%. En eso estábamos cuando empezó 2008 y la evolución de la economía real no hacía presagiar nada bueno. Así que los avispados económetras del FMI, siempre atentos a la evolución real de las magnitudes macroeconómicas, ajustaron en abril sus modelos predictivos para colegir que la economía española sólo iba a crecer un modesto 1,8%. Alarmados ante tal panorama, los agentes económicos en presencia intuyeron que pintaban bastos y decidieron empezar a deshacer posiciones. Y ya en pleno estallido de la burbuja financiera, recién empezado el mes de octubre, los agudos analistas del FMI se percataron una vez más de que los resultados de sus ecuaciones no se correspondían con el mero sentido común y, apelando al dicho de que rectificar es de sabios, donde habían dicho digo, dijeron 1,4. Y se quedaron tan anchos. El 31 de diciembre, eso sí tal como estaba previsto, se acabó 2008. Y pocas semanas después supimos que ese año el crecimiento económico español, en realidad, había aumentado únicamente un raquítico 1,1%.
Liso y llano, el influyente oráculo del Fondo Monetario Internacional había errado su predicción para 2008, hecha en marzo del año anterior, ¡en un 68%! Eso sí, conservando incólumes su prestigio, su autoridad, y su crédito para seguir realizando predicciones para 2009 y para 2010. Y para continuar demostrándonos su sabiduría a base de ir rectificando cada vez que la realidad se empeñe en no querer ajustarse a sus modelos econométricos. Es sabido que para los economistas la vida real es sólo un caso particular.
Todo esto no tendría mayor importancia si no fuera porque este tipo de predicciones, junto con las que realizan tantos otros organismos gubernamentales y académicos, o los publicados por las propias entidades financieras, acaban teniendo una significativa influencia en el comportamiento de los distintos agentes económicos. Sería lógico preguntarse de qué sirven sus predicciones si casi nunca aciertan y, la mayoría de veces, ni siquiera se aproximan, o qué es lo que les da mayor relieve que las efectuadas por un sociólogo, por un historiador o incluso por un astrólogo. Y es, sin duda, su capacidad de influencia. Una influencia que no se correlaciona en absoluto con su grado de acierto.
El 28 de enero de 2009 el Fondo Monetario Internacional publica sus predicciones para España y augura para este año una contracción del 1,9% y del 0,1 para 2010. ¿Tiene esto algún valor? Predictivo, ninguno. Sólo lo tiene en la medida en que pueda influir en la toma de decisiones de los empresarios, de los consumidores o de los gobiernos. ¿Por qué diablos se empeñan pues en seguir haciendo pronósticos catastrofistas con tanta antelación? ¿Por qué no aprenden de los meteorólogos y se limitan a decirnos que va a pasar a corto plazo? ¿Por qué no reconocen que sus previsiones tienen tanto valor como las que podamos hacer ustedes o yo fiándonos únicamente de la intuición o del sentido común?
Pues bien señores, buscando el delicado equilibrio entre el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad, he decidido mojarme y hacer yo también mi predicción. Hela aquí: yo creo que este año la economía española va a contraerse poco más del 1,5%, con una brutal caída en el primer trimestre y claros síntomas de mejora en el cuarto. Y en 2010 recuperaremos la senda del crecimiento en, al menos, el 2%. Escrito queda. Me apuesto un guisante a que me equivoco menos que los ilustres economistas del FMI. Pero si lo hago, les aseguro que, a diferencia de ellos, lo reconoceré, me disculparé y dejaré de hacer predicciones.