Una estrategia para nuestro futuro energético
El año pasado, 2017, nos dejó dos datos interesantes por separado y, mucho más, si lo hacemos de forma conjunta. El primer dato es que este año fue el tercero más caluroso desde que existen registros, los otros dos fueron 2015 y 2016. El segundo dato es que batimos por tercer año consecutivo nuestro récord de importaciones de petróleo. Tres años en los que nuestro país ha importado más petróleo que en toda su historia y tres años en los que las temperaturas del planeta se han situado en máximos. Por supuesto, estos dos hechos no tienen una relación directa, dada la escasa incidencia que tiene nuestro país en las emisiones globales y a la certeza de que ese aumento de las importaciones de petróleo no está relacionado con el aumento del consumo sino con una mayor actividad de las refinerías (compramos para vender). Pero ambos hechos deberían hacernos reflexionar, pues seguimos apostando por combustibles y tecnologías que están en claro retroceso.
Por un lado, tenemos el hecho cierto de que los compromisos internacionales y europeos llevan al Viejo Continente a una senda de descarbonización en la que los combustibles fósiles deben cambiar su papel protagonista por un papel secundario. Por otro lado, hay países que ya han marcado fechas límite para que su parque automovilístico se descarbonice totalmente. Francia marcó el año 2040 para el final de la venta de vehículos de gasolina y diésel; Reino Unido ha marcado el mismo año; Suecia solamente fabricará coches híbridos o eléctricos a partir de 2019; en 2025 los Países Bajos restringirán los vehículos de combustión interna… Está claro que son noticias a tener en cuenta cuando definamos el futuro energético nacional.
Un futuro energético que ha debatido estos meses la comisión de expertos para allanar el camino a la Ley de Cambio Climático y Transición Energética. Una comisión que debe recoger en sus conclusiones y proyecciones la espectacular reducción de costes de las energías renovables, principalmente eólica y fotovoltaica, así como las tendencias que están marcando los principales países de nuestro entorno. Alemania, con muchas menos horas de sol anuales que España, cuenta con cinco veces más potencia instalada por habitante de fotovoltaica. Esto también debería hacernos reflexionar. ¿Por qué Luxemburgo duplica nuestra potencia instalada y Bélgica la triplica? ¿Por qué tenemos veinte puntos porcentuales más de dependencia energética que la media europea si disponemos de un magnífico recurso energético renovable?
Es posible que pensemos que la energía es una commodity, que el electrón hace funcionar igual las fábricas venga de combustibles fósiles o de aerogeneradores y no nos faltará razón. Pero a este razonamiento de primera derivada hay que hacer dos importantes correcciones. El primero, es la lucha contra el Cambio Climático en la que estamos inmersos. Una lucha que, salvo algunas salidas de tiesto del presidente Trump, ya nadie considera innecesaria. En una encuesta de Global Shapers publicada en el Foro Económico Mundial, la principal preocupación entre la generación Millennial (nacidos entre 1982 y 2004) fue el cambio climático. 10 puntos por delante de los conflictos de gran escala y las guerras y 20 puntos porcentuales por delante de la pobreza.
La segunda gran corrección a esta “neutralidad del electrón” es el origen del combustible generado. El 99,8% del petróleo y el gas natural debemos importarlo. En el caso del carbón la cosa mejora… “solamente” el 63% lo tenemos que importar, porque el nacional es el 37%. Y esto se traduce en dinero, en divisas que salen del país para no volver. Nuestro déficit comercial en 2017 se situó en 24.744 millones de euros y el energético en 20.721 millones: el 84% de nuestro déficit corresponde a la energía.
Así que, cuando veamos una calefacción alimentada por gasóleo en vez de por pellets de biomasa o cuando hablemos del porcentaje de mezcla de biocarburantes que alimenta nuestro vehículo, tengamos en cuenta que apostar por combustibles fósiles lastra nuestra economía. Del incremento de las importaciones de petróleo en 2017, un 27,6%, aproximadamente el 17% fue consecuencia del incremento de los precios. La volatilidad de los precios de los combustibles fósiles es un riesgo que también debemos contemplar a la hora de marcar nuestra estrategia energética para el futuro.
Incrementos de precios que contrastan con fuerza con la reducción de costes que ha experimentado el sector renovable. No se trata ya de que haya tecnologías como la fotovoltaica y la eólica que sean competitivas en costes frente a la generación eléctrica tradicional; dicho de otro modo, que los nuevos proyectos ya no necesitan primas para su viabilidad económica. Es que su curva de reducción de costes aún no ha tocado fondo. Según el banco de inversiones Lazard, en siete años la eólica redujo sus costes LCOE un 66% y la fotovoltaica un 85% y aún no se ha estancado ese abaratamiento.
Cuando hacemos previsiones de futuro, debemos considerar esa reducción de costes futura – más que posible – y también la de otras tecnologías como las marinas, biomasa, minieólica, termosolar… Tecnologías que hoy aún no han recorrido su curva de aprendizaje pero que tienen en sus predecesoras el mejor ejemplo posible. Si se dan las condiciones adecuadas, la tecnología se desarrolla y los costes se reducen. Debemos acertar con nuestra transición energética, no hacerlo hará que perdamos competitividad porque el futuro renovable no solo será más limpio, también será más barato.