2018, el nacimiento de la primera generación nativa en salud y seguridad en el trabajo
¿Se han preguntado alguna vez qué es lo que se entiende comúnmente por una “buena educación"? Si lanzásemos esta pregunta a un millón de personas diferentes, obtendríamos posiblemente una cifra muy próxima al millón de posibles variaciones acerca de lo que cada uno entiende por buena educación. Si además preguntásemos por una lista de al menos tres elementos fundamentales que debería reunir aquello que cada uno entendiese como una “buena educación”, difícilmente conseguiríamos una respuesta similar a la otra. Sin embargo, y por desgracia, pocas o ninguna de esas respuestas harían mención siquiera a la importancia de integrar la seguridad y salud en el trabajo en los planes de estudio de la educación general y la formación profesional.
Con motivo de la próxima celebración del Día Mundial de la Seguridad y la Salud en el trabajo, la Organización Internacional del Trabajo (OIT) ha querido dedicar un jornada para llamar nuestra atención acerca de algo tan crucial como construir una sociedad que goce de altos niveles de salud, seguridad y bienestar en el ámbito laboral.
Los programas formativos que se diseñan desde que los niños acceden a la educación infantil, están dirigidos a permitirles desarrollar competencias y conocimientos básicos que les ayuden a desarrollarse como seres humanos, siendo capaces de integrarse en las sociedades a las que pertenecen. Sin embargo, la norma general con la que nos hemos encontrado hasta ahora, es que estos programas suelen obviar la importancia de crear una cultura de salud, seguridad y bienestar en el trabajo de forma que los niños, adolescentes y jóvenes que pasan más de un 10% de su vida en el sistema educativo, se desarrollen con la absoluta conciencia y convicción de que el progreso de su actividad profesional no debe influir negativamente en su salud, seguridad y bienestar como individuos.
Es un hecho contrastado que la tasa de accidentes profesionales es un 40% mayor en los trabajadores jóvenes (menores de 24 años) que en los profesionales adultos. Si bien es cierto que la falta de experiencia y de madurez física y psicológica de estos trabajadores les hacen menospreciar los riesgos a los que se enfrentan, factores críticos como la adquisición de cualificaciones y formación, el conocimiento de sus derechos laborales y las obligaciones del empleador, y otros fundamentos que inciden directamente en su salud y seguridad laboral, pueden y deberían ser implementados de forma general en todos y cada uno de los programas formativos por los que pasan las nuevas generaciones de trabajadores. Y esto no debe ocurrir sólo en aquellos relacionados con profesiones o actividades en los que los riesgos pueden ser más patentes e identificables, sino en todos, absolutamente todos y cada uno de los planes formativos.