Ribeiro, cuando el 'coupage' gana peso en tierras gallegas
24 de septiembre de 2010
Lo primero que viene a la mente, cuando se define a la DO Ribeiro es el carácter plurivarietal de sus vinos, donde el coupage del bodeguero –en opinión de Luis Anxo, presidente de esta denominación de origen– es vital a la hora de elaborar estos vinos. Dicho así, llama la atención que se apueste por la singularidad en un mercado vinícola cada vez más global y homogéneo. Pero en Ribeiro lo tienen claro: la artesanía no está reñida con una aceptación de estos caldos que traspasa las fronteras del país. Unos vinos en cuya producción intervienen dos figuras diferenciadas: ‘adegas’ (bodegas) y ‘adegas de colleiteiros’.
Una producción media de 16 millones de kilos de uva, a cargo de ‘adegas’ y ‘colleiteiros’
La Denominación de Origen Ribeiro, segunda en extensión en Galicia después de la DO Rías Baixas, se sitúa en el noroeste de la provincia de Ourense (Galicia), en los valles formados por los ríos Miño, Arnoia, Avia y Barbantiño. A la plantación de viñas, se destinan 2.685 hectáreas ubicadas en los municipios de Ribadavia, Arnoia, Castrelo de Miño, Carballeda de Avia, Leiro, Cenlle, Beade, Punxin y Cortegada, y parte de los de Boborás, Toén, Carballiño y Ourense. Los viñedos se plantan en valles y laderas a veces de pendiente acusada, desde los 75 hasta los 400 metros de altitud, salvada por terrazas denominadas socalcos o bocaribeiras que siguen las curvas de nivel. Las características del terreno, las peculiares condiciones climatológicas y la diversidad varietal influyen en una producción media de 16 millones de kilos de uva (14 de blanca y el resto de tinta) en esta comarca. Dos modelos copan la elaboración de los vinos Ribeiro: ‘adegas’ (bodegas) y ‘adegas de colleiteiros’ (cosechadores). Los primeros, están formados por empresas de uno o varios socios y su producción suele ser elevada. Estos elaboradores pueden adquirir uvas a otros viticultores para así crear sus vinos o tener sus viñedos propios. Tal y como se asegura desde la DO Ribeiro, cuentan con las bodegas más antiguas de la comunidad autónoma, incluida la más grande y la primera que embotelló sus caldos. Los segundos, que son mayoría, se acogen a la figura de ‘adega de colleiteiro’ (cosecheros), reglamentado en 1987. Estos productores elaboran y comercializan sus vinos, fruto de sus propias explotaciones vitícolas, ya que no pueden comprar uvas de otros viticultores. Asimismo, su producción no ha de superar los 60.000 litros anuales, unas 80.000 botellas. Estos productores están muy vinculados al concepto de ‘terroir’ (terruño), ligado a la personalidad y calidad de los vinos, fruto de sus propios viñedos. El terruño determina, en función de varios factores que se conjugan (clima, suelo, variedad y la intervención del viticultor) el carácter de los caldos. Básicamente, es el que genera esa esencia en los vinos que distingue a unos de otros. Durante los últimos años, las ‘adegas de colleiteiros’ han evolucionado hacia la excelencia, dejando atrás una etapa de elaboración de vinos para autoconsumo. Durante el ejercicio 2008, un total de 6.029 viticultores produjeron 10,42 millones de kilos de uva en 119 bodegas y sobre una extensión de cultivo de 2.749 hectáreas.
Una región diversa, donde las uvas maduran con mayor rapidez
Además de diversidad productiva, Ribeiro goza de unas condiciones climatológicas que protegen el territorio de borrascas subatlánticas gracias, en buena medida, a su situación en la Galicia interior. Se facilita un ecoclima de transición oceánico-mediterráneo húmedo, de temperaturas templadas, y con una media anual de 14,5º C. Así pues las uvas maduran, conservando aroma y acidez, sobre suelos en general de origen granítico, con presencia de piedras y grava. Ello mejora la macroestructura del suelo y la maduración de los racimos, considerando que las texturas predominantes son franco-arenosas. Los suelos, de profundidad media entre 70 y 100 cm, suelen ser permeables y ácidos, con una proporción en materia orgánica insuficiente que varía entre el 2 y el 4 % para la capa arable y por debajo del 3% en el subsuelo. Así pues, desde el punto de vista físico-químico, los terrenos tienen tendencia a la acidificación, algo que normalmente corrigen los viticultores. La insolación se cifra en 1.915 horas anuales, con un máximo del 40% entre julio y agosto y un mínimo del 8% durante el periodo diciembre y enero. De tipo mediterráneo, la pluviometría suele ser dos veces inferior a la temperatura mensual correspondiente, con una media anual de 950 mm.
Junto a la climatología, la riqueza edafólica del suelo y la situación geográfica, otras variables influyen en el cultivo de la uva y, por añadidura, en la elaboración de un Ribeiro. A las propias necesidades de la variedad que se plante, hay que tener en cuenta el saber hacer de los diversos pazos y bodegas vinícolas. En general, la replantación sistemática de viñedos en las pendientes altas de los valles, hasta cimas cada vez más altas, da pie a cosechas de mayor calidad. A pesar de que existe una producción a gran escala, el sistema de pérgola está siendo reemplazado por los métodos más tradicionales. No obstante, los viñedos situados en su mayoría en las laderas de los valles en forma de terrazas y el escarpado natural del terreno descartan una vendimia mecanizada. Sin duda, la vocación fluvial de la zona condiciona el terreno sobre el que se asienta el viñedo: ya sea en un valle a 75 metros sobre el nivel del mar o en las laderas, hasta una altura de 400 metros. De ahí las terrazas que hacen posible fijar bien el suelo. El proceso de madurez no será homogéneo: dependerá de la exposición, altitud del viñedo y especies plantadas. En Ribeiro, y al igual que en otras denominaciones gallegas, todas las bodegas de gran producción y la mayoría de las que trabajan a menor escala disponen de la última tecnología de prensado y filtrado.
Vinos jóvenes y transparentes a base de uvas autóctonas recuperadas
El proceso de reconversión del viñedo ha generado, entre otros avances, la recuperación de uvas locales rojas y blancas del Ribeiro. En concreto, se llevan a cabo programas de reconversión y reestructuración dando lugar a la implantación de nuevas bodegas y a la mejora de las ya existentes. Para ello, los viticultores se sirven de tecnologías que contribuyan a la obtención de materia prima de calidad, así como a incrementar el protagonismo de las variedades autóctonas de calidad, como la Treixadura, y reduciendo el de Palomino. Entre las uvas locales más habituales, destacan la Treixadura, Lado, Torróntes o Loureira, en blancas; y la Sousón, Ferrón, Caíño o Brancellao, en tintas. De entre ellas, la Treixadura es la ‘reina’, uno de los pilares de la zona. La cepa es vigorosa, resistente a las enfermedades y de productividad mediana. De maduración tardía, produce vinos muy aromáticos y elegantes, perfumados, básicamente afrutados, con matices que recuerdan piel de manzana y ligeras notas florales. En algunas zonas, llega con facilidad a los 13 grados, en contraste con su acidez alta. El resultado, es un vino fresco y equilibrado.
En Ribeiro, el blanco supone más del 85% de la producción. En general, son vinos jóvenes, transparentes y singulares debido a la combinación de variedades locales. A la vista, se aprecia una amplia gama de amarillos, del pálido al pajizo, así como un aspecto limpio y nítido, brillante a la luz. En nariz, el usuario descubre un vino elegante, sutil y complejo. En boca, se aprecia un trago aromático y delicado por un lado y persistente por el otro. Los blancos del Ribeiro se asocian a la gastronomía típica gallega, sobre todo a la degustación de mariscos y pescados, aunque también es idóneo el maridaje con quesos suaves y embutidos de pasta blanca, por ejemplo.
De entre las variedades locales, destaca la Treixadura. De maduración tardía, produce vinos muy aromáticos y elegantes, básicamente afrutados, con ligeras notas florales
Por su parte, los tintos resultan auténticos, con personalidad propia y brío. Aunque representan menos del 15% de la producción de esta denominación de origen. A pesar que no son muy conocidos, ya que se consumen sobre todo en tierras gallegas, no suelen pasar inadvertidos. Se distinguen por su aspecto vivo, de mucha capa y tonos brillantes de rojo picota, normalmente con reflejos violáceos que denotan su frescor. En nariz, aparecen intensos y peculiares, con pinceladas que recuerdan frutas rojas y negras, matices florales de violetas y pétalos de rosa, entre otros. Al paladar, denotan carácter y expresividad, así como una poderosa carga tánica que los hace estructurados y carnosos. Así pues, se presentan como vinos aromáticos, intensos, con un punto de acidez que ensalza cualquier carne, queso, embutido, curados o incluso ahumados. Finalmente, el tostado del Ribeiro es un vino dulce, que se elabora a base de mosto de uvas pasificadas a cubierto. El proceso de elaboración es complejo, lo que lo convierte en un producto único, desde el punto de vista enológico. De aspecto brillante y viscoso, se distingue por una variada gama de tonalidades tostadas, desde el dorado en un extremo, hasta el caoba, en el otro. Olfativamente resultan intensos, apreciándose la integración de la madera utilizada en su maduración. Se vislumbran así, aromas a frutas pasificadas, frutos secos, torrefactos, miel, flores amarillas, dulce de membriollo, etc. En boca, estos vinos denotan una entrada dulce y cálida, que evoluciona combinando sensaciones sabrosas y frescas. En su degustación, el Ribeiro tostado armoniza con dulces, chocolates, foie, helados y platos de ligera cocción.
Además de la recuperación de uvas nativas y el coupage de cada viticultor, no hay que olvidar el saber hacer de una comarca que vive de la viticultura desde la invasión romana. Esta área de cultivo, que obtuvo la denominación de origen en 1957, ostenta una tradición vinícola ligada a la exportación a través de los puertos del Atlántico. Los romanos plantaron os viñedos de esta comarca, y desde la época medieval hasta el siglo XVIII, alcanzó un gran reconocimiento por sus tostados o vinos dulces, conocidos también como Rivadavia (capital del Ribeiro) elaborados aquí antes que en Canarias y Andalucía con uvas secadas al sol. Vinos que, por otra parte, consumían los peregrinos que visitaban la comarca para ir a Santiago y que, después, se encargaban de exportar. Inglaterra ostentó un mercado importante de vinos blancos de Ribadavia durante los siglos XVII y XVIII. Rivadavia es una ciudad medieval que basaba su riqueza en el comercio del vino que producían sus viñedos escalonados en bancales.
Hoy en día, la DO Ribeiro persigue, entre otros propósitos, la mejora continua de un producto de calidad, fomentando la diferenciación y conservación de sus características propias sin descartar la evolución técnica necesaria para lograr dichos fines.