La química verde es una cosa buena y no tanto por lo verde, eufemismo de contenido resbaladizo que sitúa a algunos personajes con cierta proximidad a todo lo relacionado con el sexo, con perdón, sino más bien por la química, que es buena en sí misma. Ya puestos a aceptar que todo se puede calificar con el terrible simplismo que el calificativo “malo” implica, atrevámonos de una vez con el término opuesto. Señores catastrofistas, pronunciadores habituales de consideraciones negativas continuas en lo relativo a la química, amigos del “eso es malísimo”, sepan todos que lo bueno también existe. La química es buena. Y punto. Sobre todo la buena y la verde, y la sostenible. Pero es buena, sí, sin duda alguna. No es posible poner en un lado de la balanza el progreso evidente de muchos elementos, productos, tecnologías, formas de vida incluso, y en el otro el potencial efecto negativo para el ser humano. ¿Es bueno algo que beneficia a miles de personas pero que puede afectar a una persona por el motivo que fuera? Ni idea. Difícil de valorar. ¿Es malo ser verde? Bueno, según, las fantasías con la vecina o vecino del piso de arriba quedan en eso, en fantasías, pues tampoco parece que tenga nada de malo. Si pasa a mayores sí, está mal visto. Y lo verde medioambientalmente hablando, a eso sí, a eso nos apuntamos todos. ¿Es bueno ser verde? En esta última acepción es obvio que sí, pero los extremos nunca son buenos. Cuidamos el medio ambiente, esto es bueno. Vemos una botella de plástico en una orilla, en la playa, y pensamos que el plástico contamina. Pues no, esto no es bueno. Ese plástico está ensuciando la playa, porque un individuo, o individua (es lo que tiene el lenguaje no sexista, que alarga mucho las frases) lo ha depositado en un lugar inadecuado. No podríamos vivir ya sin los plásticos, ni sin la química en general. Lean, lean
el artículo de Juan José Nava, Vicepresidente y Director General de Feique. Verán como no es posible un mundo sin química.