El riego en el olivar
(1) Instituto de Agricultura Sostenible. CSIC
(2) Oficina de Planificación Hidrográfica. Confederación Hidrográfica del Guadalquivir
1. Efectos de la práctica del riego en el olivar
1.1 Efectos socioeconómicos
Durante miles de años, el olivar ha sido uno de los principales cultivos en la cuenca mediterránea, y el aceite de oliva una de las bases de la alimentación de varias civilizaciones. Miles de años, y siempre en secano: su notable resistencia a la sequía permitía al cultivo sobrevivir sin problemas y obtener alguna producción incluso en años muy secos, preservando la poca agua canalizada a cultivos de huerta.
El descubrimiento de los efectos beneficiosos del aceite de oliva en la alimentación ha favorecido un aumento, constante a largo plazo, en la demanda mundial y en los precios. El olivar empezó en los años 90 a ser un cultivo de alta rentabilidad, y por lo tanto objeto de inversión y intensificación con el fin de aumentar la productividad; entre los medios más eficaces para aumentar ésta última en climas semiáridos hay que destacar el riego. Desde los primeros ensayos practicados se vio una indiscutible respuesta productiva al riego. La práctica se difundió rápidamente, y hoy en día el olivar es el principal cultivo de regadío de España en número de hectáreas, después de los cereales [1]. Ha sido especialmente la práctica del riego —más que el incremento de superficie cultivada— la causa de la extraordinaria capacidad productiva alcanzada por el sector olivarero español. Muchas comarcas olivareras de Andalucía han incrementado notablemente su nivel económico, por lo cual muchos pueblos se mantienen activos, y evitan la crónica despoblación que ha sufrido el medio rural.
1.2 Efectos ambientales positivos: secuestro de carbono
Las plantas necesitan intercambiar gases con la atmósfera, sobre todo vapor de agua y carbono (en forma de dióxido o CO2); el punto de intercambio son los estomas, orificios microscópicos en la superficie de las hojas, cuya apertura es minuciosamente controlada por la planta a través de complejos mecanismos fisiológicos. A la falta de agua en el suelo, que puede ser mortal para la planta, ésta última reacciona prontamente cerrando los estomas para disminuir su transpiración. Esto es lo que pasa en un olivar de secano: durante la estación seca los estomas están muy cerrados, la transpiración disminuye y la planta ahorra agua, pero al precio de reducir la entrada de dióxido de carbono en las hojas, y consecuentemente la tasa de fotosíntesis y la producción.
Con el riego se suplementa la falta de agua en el suelo, manteniendo un buen estado hídrico de las plantas; sus estomas se mantienen mucho más abiertos durante el verano, cuando la radiación necesaria para la fotosíntesis es elevada [2]. Un olivar regado asimila mucho más carbono que uno de secano; por lo tanto el riego contribuye eficazmente a aumentar la capacidad de los olivares para mitigar el incremento de la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera.
2. Riesgos ambientales y sostenibilidad de la práctica del riego
El riego en olivares, debido a su adopción masiva, debe de ser analizado en profundidad para definir su sostenibilidad medioambiental y asegurar ésta última donde sea menester con prácticas adecuadas. A continuación se discuten los riesgos medioambientales asociados al riego del olivar.
2.1 Drenaje de solutos
Uno de los impactos potencialmente más graves del regadío de cultivos en general es el drenaje de solutos. Los mismos riegos directamente, o las lluvias que alcanzan suelos mantenidos húmedos por el regadío, arrastran los elementos y los transportan disueltos a la capa freática. El impacto medioambiental negativo de este fenómeno se ve fuertemente aumentado cuando se produce un mal manejo conjunto del agua de riego y la fertilización, pudiendo producir graves contaminaciones en acuíferos, sobre todo de nitratos.
El riego localizado minimiza este riesgo ambiental, debido a los bajos volúmenes de agua aplicados. Aunque se sature el suelo en puntos específicos, esto se produce de forma intermitente, y muy difícilmente se genera una continuidad de flujo hacia el acuífero que arrastre fertilizantes, por lo menos durante la temporada de riego (cuando gran parte del suelo está seco) y en suelos de suficiente profundidad y capacidad de retención (que son la mayoría de los suelos donde se ha implementado el riego del olivar en Andalucía). Si a estas condiciones, que normalmente se dan en el olivar andaluz, se une un manejo adecuado de la fertilización, esta fuente de riesgo se reduce a niveles despreciables, sobre todo en comparación con otros cultivos de regadío.
El fenómeno de la acumulación de sales en el suelo no es exclusivo de la práctica del riego, pero puede ser muy acelerado cuando se riega con agua salina en condiciones de clima árido o semiárido. Dependiendo de la salinidad del agua de riego y del clima, no siempre las lluvias de otoño tienen suficiente intensidad y volumen total para lavar todas las sales aportadas por el agua del riego durante el verano, y puede producirse una acumulación interanual y una lenta degradación de la fertilidad del suelo (hasta llegar a desestructuracion irreversible de agregados y desertificación del suelo, en casos de acumulación de sodio): sin un manejo muy escrupuloso, el riego con aguas salinas no es una práctica sostenible.
Sin embargo la situación del olivar andaluz por lo que atañe al riesgo de salinización no es especialmente crítica. Deberíamos dividir el riesgo en efectos sobre el cultivo y salinización de suelos. El primero —un riesgo agronómico más que ambiental— es mitigado por la natural resistencia de la especie a la salinidad [3] y por el método de riego localizado, que tiende a concentrar las sales en la periferia de la zona de máxima presencia radicular. Si se consigue evitar que las sales se extiendan por todo el perfil (continuando el riego hasta bien entradas las lluvias otoñales, y que éstas hayan “lavado” el suelo), el cultivo puede ser regado sin sufrir perjuicios (a parte una cierta reducción en producción) con aguas bastante salinas.
Sin embargo, si el balance de sales es positivo a largo plazo (si la acción combinada de riego y lluvia no consiguen “lavar” todas las sales, por ejemplo en los años con invierno más seco), el suelo se salinizará con el tiempo, y la práctica del riego con aguas salinas no es sostenible. En conclusión, la sostenibilidad del riego frente al riesgo de salinización depende del equilibrio entre salinidad del agua de riego, régimen de lluvias y características del suelo. Los casos de comarcas que hacen uso de aguas de baja calidad en el riego del olivar son todavía relativamente escasos en Andalucía; sin embargo se prevé una disminución generalizada de la calidad del agua, debido a la reducción de la disponibilidad del recurso. En los casos de riego con agua de salinidad elevada en las zonas de muy baja pluviometría, sería imprescindible un control periódico durante varios años de la salinidad del extracto saturado del suelo, y se desaconseja tajantemente cualquier tipo de riego deficitario (inferior a las necesidades hídricas máximas del cultivo, explicadas más abajo) si las lluvias otoñales no consiguen lavar todas las sales del suelo por lo menos una vez cada 4-5 años. Especial atención se debe tener si se confirman las previsiones de reducción de la pluviometría por causas de cambio climático, ya que en casos cuyo balance de sales en el suelo es sostenible en la actualidad, podría no serlo en un futuro en que se vea alterada la cantidad total de lluvia o su distribución temporal entre eventos.
La escorrentía superficial genera riesgos ambientales por erosión y pérdida de suelo y por arrastre de solutos (fertilizantes o herbicidas) que pueden llegar a contaminar las aguas superficiales (ríos y embalses agua abajo). El ecosistema olivar es sin duda generador de escorrentía, pero este riesgo ambiental no es incrementado por la práctica del riego, cuando éste ultimo sea por sistemas localizados. Los riegos localizados, por su baja intensidad, no aumentan el fenómeno de la escorrentía superficial incluso en emplazamientos desfavorables (fuertes pendientes), debido a que la fracción de suelo mojada por el riego (que normalmente reduce la infiltración de las lluvias por tener un menor potencial matricial en el suelo) es muy reducida.
Al contrario, el riego localizado tiene a menudo un efecto indirecto de reducción de los procesos de escorrentía, en cuanto un olivar de riego suele tener más volumen de copa respecto a uno de secano. Las hojas y ramas de los árboles interceptan la lluvia y atenúan la intensidad de las precipitaciones sobre el suelo, permitiendo que más agua se infiltre en éste último; además, en la zona del suelo bajo la copa de los árboles el agua infiltra mejor que en las calles, y la superficie de éstas zonas protegidas por la copa aumenta en los olivares regados, por ser su cubierta más densa y amplia.
Adicionalmente, la instalación de cubiertas herbáceas vegetales (el sistema más eficiente para contrarrestar los procesos de escorrentía superficial y erosión en olivares), resulta a menudo facilitado en condiciones de riego.
En clima mediterráneo la lluvia es insuficiente para compensar totalmente las pérdidas por ET de la mayoría de los cultivos durante largos períodos del año, por lo que el agua es el principal factor limitante de la producción en estos ambientes. La práctica del riego compensa el déficit entre ET y lluvia aumentando de forma muy notable los rendimientos normalmente obtenidos en condiciones de secano, pero puede convertirse en insostenible si las dotaciones de riego superan la capacidad de la cuenca hidrológica a medio plazo.
El consumo excesivo de recursos hídricos es el principal riesgo ambiental asociado a la agricultura de regadío, y está especialmente vigente por tres motivos:
1. La competencia sobre el recurso agua de otros sectores económicamente muy fuertes (usos civiles, turismo y industrias), por ahora débil, pero cuya tendencia es a aumentar;
2. La reducción de aportes (precipitaciones) y de aumento de uso (evapotranspiración) que se podrían producir en el balance hídrico a nivel de cuenca si se confirman las perspectivas existentes de cambio climático; y sobre todo
3. Un exceso de superficie regada por fuentes no reguladas, que sobrepasen las capacidades de reabastecimiento de la cuenca.
Esta situación pone en evidencia la necesidad de usar de forma adecuada el agua de riego, lo que requiere un conocimiento preciso de la ET del cultivo. La ET de una especie determinada depende de factores ambientales y de manejo, y se suele calcular como ET = ET0 * Kc, o sea el producto de la evapotranspiración de referencia (ET0) que representa la demanda evaporativa en un determinado lugar, por un coeficiente de cultivo (Kc), que contempla conjuntamente los efectos del estado de desarrollo (tamaño) del cultivo y la evaporación desde la superficie del suelo [4]. El caso del olivar es especialmente complejo porque la mayoría de los olivares cubren solo parte del suelo, lo que hace que el Kc sea muy variable, dependiendo del tamaño del árbol, del marco de plantación, de la frecuencia de humedecimiento del suelo, etc. El cálculo del Kc se puede llevar a cabo con elevada precisión a pesar de su variabilidad en el espacio y en el tiempo, utilizando la metodología detallada a continuación [5, 6].
Bibliografía
- [1] Análisis de los Regadíos Españoles. En: Encuesta sobre Superficies y Rendimientos de Cultivo (ESYRCE). Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino (2007).
- [2] L. Testi, F. Orgaz, F. Villalobos, Environ Exp Bot 63: 168-177 (2008).
- [3] R. Gucci, M. Tattini, Hortic Rev 21, 177-214 (1997).
- [4] R.G. Allen, L.S. Pereira, D. Raes, M. Smith, “Crop evapotranspiration: guidelines for computing crop water requirements”. (FAO, Roma, 1998).
- [5] F. Orgaz, L. Testi, F.J. Villalobos, E. Fereres, Irrig Sci 24: 77-84 (2006).
- [6] F. Orgaz, F.J. Villalobos, L. Testi, M. Pastor, J.C. Hidalgo, E. Fereres, in Cultivo del olivo con riego localizado. Pastor M. (Ed.), Mundi Prensa - Junta de Andalucía, Madrid-Sevilla, pp. 783.