El policarbonato base idónea para el monotipo
Nuestro grupo Neoartgraf sigue las investigaciones del I+D, BHA 2001-3607 (MEC y Feder) sobre la incidencia de los plásticos en el arte, parte de cuyos resultados ya empezamos a dar cuenta en nuestro anterior artículo “Nuevos usos de los plásticos en el arte del grabado”, en esta misma revista (junio 2004, pp 76-79). Ahora, más concretamente, presentamos la idoneidad del policarbonato para la realización de monotipos.
Y ¿qué es el monotipo?, se pueden preguntar con razón los poco avezados en el arte del grabado. Y es que es cierto, el monotipo, aunque tiene una larga historia, no es tan conocido como los demás medios gráficos, por lo que es oportuno hacer previamente una breve presentación del medio.
Se define el monotipo como un procedimiento de estampación que consiste en pintar la composición sobre una plancha de metal: cobre o zinc, ya con colores al óleo, ya con tintas de impresión grasas o acuosas. Antes que se sequen se coloca el papel encima, generalmente un vitela fino y se presiona para que éste acoja la imagen pintada en la matriz. La presión puede ser manual o con la prensa calcográfica, denominada tórculo.
Además de esta forma de aplicación directa hay otras. Entre las más frecuentes cabe reseñar la que imita la manera negra, también llamada “por sustracción”. En ésta se procede cubriendo toda la superficie de la plancha con una fina capa de tinta negra, a continuación con un bastoncillo, lápiz o pincel, a la vez que se quita la tinta, se dibuja la imagen, que queda blanca (línea leucográfica) sobre fondo negro. Otra modalidad es “a la manera de lápiz”, aquí se cubre toda la plancha con una capa de tinta, encima se coloca el papel y, sobre él, con un lápiz, un mango de pincel o, con una punta redonda, se dibuja y presiona a la vez, de tal manera que la tinta se pega al papel siguiendo la marca del dibujo. El resultado es intencional y un poco tembloroso según la textura del papel y la presión que se ejerza, una presión que, evidentemente, es manual.
Y, una variante de la monotipia es la monoestampa, que consiste en pintar sobre una matriz grabada o, bien modificar las estampas, tanto calcográficas como litográficas con otros medios gráficos como acuarela, guache, imagen digital, transfers, etc. aplicados directamente sobre ella.
En general con cualquiera de estas maneras se obtiene una imagen a menudo de perfiles indeterminados, y que acostumbra a presentar una atractiva apariencia acuarelada. Formalmente el monotipo se distingue de las demás técnicas y, en especial, del grabado en hueco, por la falta de tramas y de trazos en relieve, aunque sí acostumbra a presentar la huella del bisel de la plancha, y la composición también queda invertida izquierda / derecha, como es habitual en el grabado. Se distingue además por la gran cantidad de colores indelimitados, de apariencia impresionista y los rasgos de pincelada directa muy evidentes.
Desde el peintre-graveur italiano del s. XVII, G. B. Castiglione, con sus novedosos monotipos monocromos y de sustracción, de fuerte inspiración más pictórica que gráfica, hasta la actualidad, han sido muchos los pintores de renombre que han realizado excelentes monotipos y monoestampas en todas sus variantes, entre ellos destacan: Degas, Pissarro, Gauguin, los norteamericanos Whistler y Maurice Prendergast con sus evocaciones del fin-de-siècle, Matisse, Picasso, R. Avery, etc. y, por ejemplo, entre los contemporáneos: Jasper Johns, Jim Dine, Baselitz, Sam Francis, Sean Scully, entre otros, que se consideran como indiscutibles referentes que avalan la calidad, interés y permanencia del medio.
Pero en esta trayectoria histórica hay dos momentos de inflexión que marcan un antes y un después del desarrollo y estima del monotipo. El primer momento corresponde a los monotipos que hizo Edgar Degas entre 1874 y 1878, dedicados a escenas de ballet y del café-concert, que el propio maestro concebía como “dibujos impresos con tinta grasa” y, que, algunos de ellos trabajaba también al pastel lo que les confería una peculiar calidad aterciopelada, en un alarde de experimentalidad que nunca antes no se había visto en este medio.
El segundo momento de inflexión es más reciente, se produce en 1980, con motivo de la gran exposición, The Painterly Print que se celebró en el Metropolitan Museum de Nueva York, donde se pudo ver un conjunto histórico de monotipos, y la edición del catálogo, que significó la primera monografía publicada sobre este medio. Y, hasta diez años después, en 1990, no se mostró en Barcelona la primera exposición dedicada a este tema: Collaborations in Monotypes II, organizada en el Instituto de Estudios Norteamericanos con obras de artistas de aquel país. Aquel evento no hizo más que constatar, a finales del siglo XX, la vital reaparición del monotipo, que como procedimiento pictórico, no hace más que evidenciar que la diversidad interna continuaba y continua hasta hoy en día caracterizando el arte del grabado. La técnica es claramente autográfica y saca provecho de las estructuras que aportan los materiales y los fenómenos concretos a la vez que permite el concurso de elementos azarosos. En definitiva se trata de dibujar, pintar e imprimir en un solo medio, de manera muy rápida y sin sofisticación técnica, el monotipo se constituye en una herramienta espontánea para desarrollar y manifestar la visión del artista.
Es actualmente que el policarbonato en láminas, de un grosor de 1 a 1,75 mm, aparece como un estupendo sustituto del metal, del cristal y del metacrilato. Es resistente y flexible, ligero y asequible con aspectos muy beneficiosos para la realización de monotipos. Es plano, estable, de superficie lisa, no absorbente, y no se rompe como el cristal ni se quiebra como el metacrilato al pasar por la prensa. Se puede biselar y cortar con facilidad, además permite planchas de todos los tamaños, especialmente grandes formatos, así como, al ser fácil de cortar, se pueden conseguir formas irregulares que permiten salir del típico rectángulo o cuadrado.