Europa y los minerales: abróchense los cinturones
Rafael González Gil-García, vicepresidente de la Fundación Minería y Vida, presidente de la Asociación Española de Industrias Extractivas y Afines (Aindex) y director de Minería de Tolsa
28/03/2025
Las políticas de transición energética y lucha contra el cambio climático, que son el eje central y casi filosófico de la Unión Europea para las próximas décadas, han revelado la dependencia total de nuestro continente y del mundo occidental en general, de los minerales necesarios para llevar a cabo, aunque sea parcialmente, esa transición energética por la que tanto se ha apostado. Cobre, grafito, níquel, cobalto, aluminio, niobio, tántalo y otros minerales y elementos deberán multiplicar su volumen e importancia en la economía mundial o esa transición energética no llegará ni a despegar de verdad en campos como la acumulación de energía o la movilidad eléctrica.
Cuestiones que pueden parecer tan básicas a los ciudadanos, como el mantenimiento y desarrollo de una cadena de abastecimiento de alimentos y todo tipo de productos agrícolas, también depende de algunos de los que ahora llamamos minerales críticos, en este caso fosfatos y potasas para la producción de fertilizantes, claves en la agricultura mundial.
La economía y sociedad del primer cuarto del siglo XXI, inmersa en revoluciones tecnológicas sucesivas, basará todo su desarrollo en la producción de todo tipo de dispositivos de ingeniería electrónica que, a su vez, tienen como componentes una gran variedad de estos minerales, tales como las ya famosas ‘tierras raras’ o los metales destinados a aleaciones especiales dentro de la industria de semiconductores.
Y la que hoy en día ocupa una mayor parte de las agendas de los políticos del mundo occidental, que es la preocupación por la política en defensa y seguridad, también acaba en la cadena de valor de los minerales, con protagonistas como el wolframio, el niobio y todos los metales básicos.
A día de hoy, podemos afirmar, sin equivocarnos, que una gran parte de estas materias primas minerales están controladas por países como China, que hace décadas apostó por ello dentro y fuera de sus fronteras, aunque también por países que no necesariamente son democráticos ni se rigen por los mismos criterios que nosotros entendemos como justos o válidos.
El desarrollo de una industria extractiva y de primera transformación sostenible que asiente y asegure las cadenas de valor y suministro de éstas y otras materias primas minerales, todas ellas esenciales para nuestra civilización, es posible en Europa y el mundo occidental, pero requiere de una decidida voluntad política y social y del convencimiento de que su resultado tardará años, si no décadas, en ser claramente visible.
En un mundo tremendamente convulso en lo tecnológico, geopolítico, medioambiental y, como consecuencia, en lo económico y social; con un modo de vida dependiente de unas materias primas que hemos obviado durante lustros y que ahora advertimos que están en manos de terceros países generalmente no democráticos y potencialmente poco estables; desde la perspectiva de una Europa compleja y lenta por naturaleza, ¿qué puede salir mal?