Fronteras difuminadas
La iluminación uniforme de los murales y la iluminación puntual en las mesas son un requisito de V Moden Italian para confiar a Eflux la iluminación de sus restaurantes. Foto: Eflux.
Lo cierto es que la forma habitual de consumir la gran mayoría de nuestros productos del día a día ha cambiado. De hecho, ya no se venden productos, se venden servicios. Y eso ha llegado también a la iluminación; y los que nos dedicamos al sector, a veces, nos vemos desconcertados.
En nuestro modo de vivir actual estamos completamente acostumbrados a pagar periódicamente por toda una serie de suministros como el agua potable, la electricidad o el gas natural, elementos indispensables para el funcionamiento de nuestros hogares. Cuesta imaginar otro modo igual de efectivo ¿podríamos comprar y almacenar grandes cantidades de estos elementos para irlos consumiendo libremente a nuestro antojo? Con el tiempo, el pago a estos suministros se ha ido complementando con toda una serie de servicios obligatorios incluidos tales como el mantenimiento y renovación de equipos y dispositivos, así como tasas diversas.
Dos instantáneas de V Moden Italian, un diseño innovador donde la luz juega un papel vital en su experiencia gastronómica. Fotos: Eflux.
Este funcionamiento a base de suscripciones periódicas de pago se ha ido extendiendo a otros servicios tanto profesionales (gestorías, asesorías, seguros, vehículos, alarmas…) como domésticos (jardinería, mantenimiento de piscinas, mantenimiento de comunidades…). El sector de la telefonía es también un claro ejemplo: en numerosos casos adquirimos nuestros dispositivos mediante un contrato periódico de prestación de servicios. Los seguros médicos o las suscripciones a centros de deporte serían también buenos ejemplos de este modo de proceder en el que una cuota periódica da derecho a una serie de servicios.
En la última década hemos visto cómo estas prácticas han entrado de lleno en el sector del ocio y la cultura. El primer paso fue la aparición de plataformas de contenido audiovisual a la carta, con un funcionamiento inicial similar al de los ya obsoletos videoclubs, que ofreció la posibilidad de visualizar películas, series y documentales mediante alquiler y/o suscripción, sin necesidad de comprarlas en un medio físico. El éxito de esta práctica motivó a los canales de televisión a crear también sus propias plataformas para visualizar, en modo diferido, el contenido de emisión, constituyéndose un segundo hito. El sector de la música siguió un camino similar. Hoy en día, los estrenos tanto de películas y series como de álbumes musicales tiene lugar directamente en las mencionadas plataformas, y rara vez pagamos por adquirir un contenido en sí.
No es desconocido que esto supuso un fuerte golpe para la industria, que de la noche a la mañana vio peligrar seriamente el control de sus ingresos al aparecer nuevos canales de difusión fuera de su control. El impacto ha sido tal que incluso hoy en día son muchas de estas plataformas las que están comprando las marcas creadoras, editoras y productoras de contenido, con el objetivo de asegurar que sigan creando y produciendo.
¿Y qué pasa con la iluminación?
A lo largo de las últimas décadas muchos fabricantes y distribuidores de iluminación empezaron a ofrecer también los servicios de diseño, concepción de espacios y asesoría. En la mayoría de los casos, el pago de estos servicios venía cubierto con el importe de los productos adquiridos, lo que propició la aparición de eslóganes tales como ‘servicios de diseño y asesoría gratuitos’, hecho que algunos profesionales independientes percibieron como una competencia desleal. Las fronteras entre productos y servicios empezaron a diluirse.
El caso es que la tortilla está empezando a dar la vuelta: lo que en muchos casos está empezando a decantar la balanza a favor de unos proveedores en vez de otros son los servicios. Por ese motivo, seguir enmascarando su coste en el precio final del producto empieza a resultar grotesco e, incluso, peligroso, ya que llegará el día en el que comprar producto ya no será imprescindible.
Hace años que muchas franquicias tanto de moda como de restauración confían siempre la iluminación de sus establecimientos a un mismo proveedor, con el objetivo de asegurar una imagen uniforme de marca. Confían en que este proveedor, conocedor de la apariencia de la marca, logrará siempre unos efectos similares, en cuanto a apariencia, tonalidades y distribución de la luz. ¿No sería el momento de empezar a cobrar en concepto de proyecto, más que en seguir cobrando exclusivamente por los productos suministrados? Sería incluso una manera de darse valor: “te cobro porque te ofrezco la confianza de que tu establecimiento va a lucir como a ti te gusta, y tus clientes se van a sentir cómodos en él. Qué productos escogeré yo para alcanzar estos objetivos es cosa mía. Y si algún día algún producto te falla, te lo repondré o te los sustituiré todos, si lo considero necesario”. Puede parecer descabellado, pero en el fondo es lo que cualquier empresa de alarmas, por ejemplo, hace en nuestros hogares.
La iluminación doméstica es un campo que todavía se ha de explorar un poco. No obstante, cada vez va creciendo más el interés por poder personalizar la iluminación del hogar y hacerla más flexible. Algunos fabricantes tanto de fuentes de luz (Philips Hue – Signify, Osram – Ledvance, Ikea…) como de luminarias (Occhio, Fagerhult, Xal…) ya llevan años desarrollando sus propios sistemas de control y personalización de los aparatos, y empresas como Amazon, Google o Apple ya llevan tiempo comercializando con sistemas de control, compatibles (o no) con estas marcas, que posibilitan esa personalización…
Que no llegue el día en que esa personalización sea lo importante, más que el producto en sí. Que no llegue el día en que los desarrolladores de estos sistemas de control empiecen a comprar las marcas fabricantes, como las plataformas audiovisuales han empezado a comprar las productoras creadoras de contenido…
Para sobrevivir hay que tener la mente abierta.