Entrevista a Miguel Ángel López, COO de Iberian Smart Financial Agro (ISFA)
Fue en 2019, justo antes de la pandemia, cuando tres profesionales provenientes de otros sectores del ámbito industrial decidieron dar el salto al mundo del agro. Miguel Ángel López fue uno de los fundadores de ISFA, una compañía gestora de proyectos agrarios SES dedicada al desarrollo, inversión y gestión de proyectos agrarios eficientes y sostenibles. El objetivo, desarrollar una cartera de fincas de 10.000 hectáreas de explotaciones de almendros intensivos bajo el sistema de cultivo SES (sistema eficiente y sostenible) en España y Portugal y ser uno de los mayores productores de almendra de Iberia. El próximo reto: tener lista para la próxima campaña la primera fase industrial, en Miajadas (Cáceres), de una de las principales plantas industriales transformadoras de almendra de España.
ISFA se germinó a partir de la aportación de tres socios provenientes de otros sectores del ámbito industrial. ¿Cómo se gestó el salto al sector primario?
Nuestro origen es efectivamente diverso, con experiencias profesionales en distintos sectores, pero gran parte de nuestra vida profesional desarrollando proyectos tanto de infraestructuras como en energías renovables, colateralmente con una vertiente agraria. Fue a principios de 2019, cuando junto a mis socios, Asier Ugaldea e Iker Barón, se plantea la posibilidad de trabajar en algo distinto a lo que veníamos haciendo, y que también se situase en el ámbito geográfico de la Península Ibérica.
Los proyectos de renovables estaban especializados en el ámbito de la biomasa, con una componente agraria no vinculada a la fruticultura, pero sí a cultivos energéticos y forestales. En mi caso, como veterinario de producciones en origen, aunque siempre me dediqué a la gestión de empresas, he tenido un cierto vínculo con el sector primario.
A partir de una conversación con un amigo comencé a investigar la posibilidad de invertir en frutos secos en España. Observamos que había un gran potencial, tanto desde el punto de vista de mercado, como de desarrollo y estructuración del proyecto. Porque el agro había quedado al margen de todo el resto de sectores de la economía en cuanto a la forma de hacer las cosas. Es un sector muy tradicional, donde el crecimiento de grandes empresas está más vinculado a un desarrollo propio con el paso del tiempo, muy distinto a lo que estábamos acostumbrados en otro tipo de grandes proyectos industriales. Y no se trata de profesionalizar, sino de trabajar con el esquema de seguridades que se requiere para una gran inversión. Decidimos entonces aplicar ese ‘know how’ y el prestigio en determinados sectores por los proyectos que hemos ido desarrollando y aplicarlos a la agricultura.
Lo primero que hicimos fue contratar una gran empresa multinacional de consultoría para que nos realizase un estudio de mercado real del sector del almendro, que habíamos visto a priori como más interesante frente a otros frutos secos como el pistacho o la avellana. Dese el punto de vista de la seguridad inversora el mercado es más perfecto, al tratarse de una commodity cuyo mayor competidor y mayor productor es Estados Unidos. Las reglas de mercado siempre son más claras cuando los líderes del sector son países del ámbito de la OCDE, donde se establecen normas de comercio claras, a diferencia de otros cultivos donde hay actores como Turquía o Siria, países en los que se pueden producir situaciones de dumping. Y aunque también se trata de productos muy interesantes, desde el punto de vista financiero nos decidimos por profundizar en el mundo de la almendra.
ISFA ha puesto la mirada en un cultivo leñoso con modelo de cultivo de alta densidad. ¿Es el futuro o ya el presente entre los nuevos cultivos leñosos que se implantan en la Península Ibérica?
Al introducirnos en el mundo del almendro, nuestra primera gran decisión estaba vinculada al sistema de cultivo. El mismo estudio que pedimos de mercado, lo solicitamos al IRTA sobre el modelo de cultivo en seto en el almendro. De alguna forma ya teníamos la mirada puesta hacia este sistema sostenible y eficiente que, precisamente por serlo, era una de las variables que considerábamos en nuestro mapa de riesgos como más interesante.
El sistema SES está en desarrollo, como toda nueva tecnología, y lo que hicimos fue realizar un análisis de ventajas y desventajas respecto al sistema intensivo, que era la otra posibilidad que teníamos sobre la mesa, partiendo de la base que ambos sistemas son perfectamente factibles.
Sin desmerecer el modelo intensivo, porque no sería justo y porque ha demostrado durante el tiempo, sobre todo en Estados Unidos, que tiene una capacidad de producción altísima, la experiencia es que este sistema en España también está evolucionando. A día de hoy no se sabe muy bien a qué nos referimos, si un marco de 6x4 o de 3x2, de poda aragonesa o convencional, o si lo van a recolectar con paraguas, lonas o cabalgantes. Teniendo en cuenta siempre que el éxito del sistema intensivo dependerá de la forma de trabajar, a cómo se adapta a la finca o a unas circunstancias personales concretas.
Por otro lado, se ha de analizar el mapa de riesgos. En un proyecto muy ambicioso en términos de velocidad de desarrollo y que requiere ser escalable de una forma rápida a muchísimas hectáreas, se necesita un sistema estandarizado. Y el factor que nos producía mucho respeto era el de la mano de obra. Necesitábamos un sistema que requiriese la mínima mano de obra y la máxima tecnificación para que fuera sostenible a largo plazo. No sólo por cuestiones medioambientales, sino también desde el punto de vista de la cualificación de la mano de obra. Fue uno de los principales motivos por los cuales nos decidimos por el sistema SES, sabiendo que, sobre el papel, el sistema intensivo podía llegar a ofrecer una mayor rentabilidad. Pero lo que no contempla ese papel son los riesgos de futuro. Cuando nos planteamos una inversión en miles de hectáreas para hacerlas en un sistema fácilmente escalable, sostenible en el tiempo, desde el punto de vista de consumos fitosanitarios, de consumo de agua y también de la mano de obra, no nos quedó ninguna duda del sistema que debíamos escoger.
En Demoalmendro presentáis la construcción, en Miajadas (Cáceres), de una de las principales plantas industriales transformadoras de almendra en España. ¿Qué supondrá esta planta?
Esa planta tiene muchas implicaciones desde el punto de vista del proyecto. Permitirá comercializar la almendra, en lugar de en cáscara, en grano. Además, nos permitirá tener un control muy exhaustivo de cuáles son nuestros propios rendimientos y las calidades de nuestro producto, y conseguiremos obtener una trazabilidad de producto de principio a fin.
Las leyes de mercado, tal como se entendían en el mundo de la almendra, están cambiando. Cuestiones como la trazabilidad, la calidad, la homogeneidad y la capacidad de colocar grandes cantidades de una variedad y de unas características determinadas a lo largo del tiempo a distintos clientes industriales van a ser clave en Europa para competir de tú a tú con las variedades americanas. Para ello es necesario realizar un control de la producción en campo, de la cosecha, del descascarado, y efectuar un buen secado para no perder calidad organoléptica y fisicoquímica de la almendra. Cuando todo ello se une a un gran número de hectáreas producidas con las mismas variedades, obtienes grandes cantidades de producto de los que conoces absolutamente todo, desde su origen hasta que se entrega al cliente. Y eso te permite acudir al mercado de una forma distinta a los canales tradicionales que ha habido en España.
Desde el punto de vista logístico elegimos Extremadura para esta nueva fábrica, esperando que la primera fase esté lista para la próxima campaña. Es una gran posibilidad de avanzar en nuestro propósito y de generar valor añadido para nosotros y nuestros socios.
¿La agricultura tradicional o familiar está en extinción tal y como lo conocemos?
En absoluto. Todo el mundo tiene y debe tener su sitio. Lo que hará falta es una cierta especialización. Por ejemplo, en fruta de hueso, resultará muy complicado cultivar un producto que no se diferencie en nada al que producen los demás, y hacerlo con los costes propios de una explotación pequeña. Pero sí es posible competir con productos diferenciados y con distintas calidades, o con lo que se denomina ‘productos club’. Lo mismo sucede con el almendro y los frutos secos en general. Hay nicho porque la demanda es alta, con lo cual el peso de la agricultura tradicional sigue siendo elevado frente a los proyectos grandes. En ese sentido también existen determinadas variedades que les permite especializarse. Lo mismo ocurre con la agricultura ecológica. Es una baza muy fuerte para el productor familiar, que le permite tener unos precios a los que nosotros no podemos llegar. Honestamente resulta difícil especializarse en este nicho cuando trabajas grandes plantaciones de regadío, por muy cerca que estés del concepto de ecológico y aunque lo hagas en producción integrada, como es nuestro caso.
Por lo tanto, hay posibilidades y mercado para la agricultura tradicional familiar, pero siempre teniendo muy claro lo que quieren a hacer. Lo cierto es que ese tipo de agricultura está vinculada normalmente a una tierra, que pertenece a una familia por generaciones. Lo que deben que hacer es buscar qué es lo mejor para producir en esa tierra.
A nosotros nos sucede al revés. Decidimos un producto, en este caso la almendra, y buscamos la tierra para ese producto. Son dos factores de partida opuestos, con lo cual el producto familiar merecerá flexibilidad y necesitará buscar oportunidades para adaptarse siempre a lo que mejor se produzca en su tierra.
Los tres socios fundadores de ISFA (de izq. a dcha.): Asier Ugalde, Iker Barón y Miguel Ángel López.
¿Por qué llega ahora el interés de los fondos de inversión y del gran capital por el agro?
En otros países ha aparecido a partir de estructuras distintas a las nuestras. En la Península Ibérica la aparición de nuevos fondos y proyectos ha sido proporcionalmente mayor en Portugal que en España. El principal factor desencadenante en el país vecino fue la construcción del pantano de Alqueva.
A medida que existe una mayor preocupación por la seguridad hídrica, y en el caso de la almendra y los frutos secos una demanda creciente a nivel mundial y una limitación de los recursos en los países productores, es cuando aparece el interés. Y cuando además se pueden escalar proyectos, la tecnología se incorpora y la necesidad de capital es mayor para desarrollar un producto, es cuando una producción tradicional pasa a convertirse no en un producto financiero, pero sí en tener interés desde el punto de vista financiero.
Los fondos no tienen un limitante en cuanto al capital a invertir, al revés, muchas veces buscan invertir cuanto más mejor. Pero un fondo de inversión no va a invertir en un campo de 30 hectáreas para producir chirimoyas, sino 100, 200 o 300 millones de euros en un proyecto concreto. Esa dimensión o esa capacidad de inversión está vinculada a la mecanización y a la modernización. Se trata de un círculo virtuoso, en el que la necesidad o la mejora tecnológica de los cultivos y la necesidad de intensificar, da entrada a ese tipo de fondos. En la medida en que además aparecen vehículos a través de los cuales se pueden canalizar estas inversiones, como empresas gestoras, resulta mucho más fácil la entrada de ese capital en el mundo del agro.
Volviendo al principio, la Península Ibérica tenía unas condiciones óptimas, sobre todo en zonas como Andalucía, Extremadura o Portugal, con extensiones de finca relativamente grandes, con bastante agua, sobre todo en el caso de estas dos últimas, y con posibilidades evidentes en el mundo de la de la almendra. En este caso, porque los costes de producción que tenemos aquí son más bajos, y en el caso de proyectos grandes son muy inferiores a los de un productor americano. Lo mismo está ocurriendo con otros tipos de cultivos, no es exclusivo de la almendra.
Frutos secos y olivar están a la cabeza de esas inversiones. ¿Se ampliará a otros cultivos en los próximos años?
Que no nos quepa la menor duda. Por ejemplo, en la producción de frutas de club, como el caso de los cítricos donde han aparecido nuevas variedades, con genéticas privadas muy restringidas que requieren muchísimo capital para invertir, pero que tienen una alta rentabilidad. También en el caso de los aguacates.
El interés por el mundo del agro no ha hecho más que empezar. Y estamos viendo que en muchos casos se ha percibido en el mundo financiero como valor refugio ante situaciones como la que estamos viviendo, porque es anticíclico, al final acaba transmitiendo siempre la inflación al mercado.
En definitiva, llegarán otros productos y haremos cosas distintas, e incluso nosotros en ISFA podemos llegar a hacer cosas duferentes el día de mañana. Y, evidentemente, para desarrollar este tipo de operaciones como las que estamos llevando a cabo nosotros, el inversor está dispuesto a asumir una serie de riesgos que no podría asumir un agricultor al uso.
¿Cuáles son los principales riesgos que está dispuesto a asumir ese inversor en una operación a largo plazo?
El inversor no está dispuesto a correr más riesgos que un agricultor, pero tiene una visión distinta. Mientras que el agricultor tiene más presentes los riesgos inherentes al campo, como son los factores climatológicos, el inversor procura diversificar riesgos para minimizarlos y trazar una hoja de ruta. Está dispuesto a renunciar a una parte o a un poco de rentabilidad del proyecto para tener más seguridad.
En el caso de asegurar los cultivos estamos dando un paso más y hablamos de seguros paramétricos, que podemos tomar para un evento muy concreto que se produzcan unas fechas muy concretas. Por ejemplo, podemos contratar seguros que nos asegure que no llueva más de 60 litros por metro cuadrado durante los 15 días de floración de una plantación. ¿Por qué? Así aseguramos que un problema de cuajado queda recogido. Por lo tanto, el inversor está dispuesto a invertir más en general para reducir esos impactos y minimizar esos riesgos.
Por otro lado, los proyectos grandes permiten una diversificación geográfica. Por ello, considero que en el fondo un gran proyecto tiene conceptualmente menos riesgos que los que pueda estar corriendo un agricultor convencional en una única finca.