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Innovación y sostenibilidad, los grandes pilares del olivar español

Carmen Egea

Periodista agroalimentaria

14/02/2024

Un mar de olivos. Una metáfora que describe a la perfección, la majestuosa visión y la orografía de una de las zonas de España que concentra el mayor número de olivos. Estamos hablando de la provincia andaluza de Jaén. Este año, la campaña, a pesar de estar marcada por la sequía y la ola de calor sufrida, arroja datos aún esperanzadores. Sin embargo, debemos poner en valor una serie de prácticas agronómicas esenciales, para no sólo mantener, sino incrementar la producción de este cultivo leñoso que tan arraigado se encuentra a nuestra cultura.

La innovación, la agricultura de conservación, el desarrollo de prácticas sostenibles y respetuosas con el medio ambiente o la conservación del suelo, sin duda, se presentan como las claves para mantener uno de los cultivos productivos más importantes del sector agroalimentario español. Salvar el oro líquido que producimos y que tan valorado es en todos los mercados, nos obliga a mirar hacia un nuevo modelo, donde la naturaleza y el hombre se dan la mano.

Cubierta de gramíneas en olivar. Foto: Antonio Conde
Cubierta de gramíneas en olivar. Foto: Antonio Conde.

España es líder mundial en superficie, producción y comercio exterior de aceite de oliva. Es éste, un pilar fundamental de nuestro sistema agroalimentario. Una profunda tradición olivarera y una industria tecnológicamente avanzada, nos permite obtener un aceite de oliva de gran calidad y muy premiado a nivel nacional e internacional. El olivar es uno de los principales cultivos de nuestra agricultura, con más de 2,7 millones de hectáreas repartidas por todo el territorio español. Su valor es incalculable. El olivo, uno de los árboles más longevos, ha perdurado en nuestra historia y lo seguirá haciendo durante siglos.

En Andalucía, la superficie dedicada al cultivo del olivar supera los 1,64 millones de hectáreas, siendo Jaén líder en olivar destinado a la producción de aceite, con 588.000 hectáreas (38% del total); seguida de Córdoba (24%) y Granada (13%). En el caso de la aceituna de mesa, Sevilla concentra la mayor extensión cultivada al rozar las 57.000 hectáreas (70%), como arrojan los datos del primer Aforo del olivar de Andalucía para 2023-2024, publicado recientemente por la Consejería de Agricultura, Pesca, Agua y Desarrollo Rural de la Junta de Andalucía. Unos datos que avalan el lugar privilegiado que ocupa la comunidad autónoma andaluza, seguida de Castilla-La Mancha y Extremadura, como principales productoras de aceite de oliva en nuestro país.

La importancia del cultivo del olivar

Según datos del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, “la producción española de aceite de oliva supone el 70% de la producción de la UE y el 45% de la mundial”. El sector no sólo destaca por su importancia económica, sino que también tiene una gran repercusión social, ambiental y territorial, ya que más de 350.000 agricultores se dedican al cultivo del olivar. El sector mantiene unos 15.000 empleos en la industria y genera más de 32 millones de jornales por campaña.

El aceite de oliva es además el tercer producto agroalimentario más exportado por nuestro país, con más de 150 países de destino y una balanza comercial favorable que contribuye al saldo positivo del conjunto del sector agroalimentario. Somos el primer exportador mundial de aceite de oliva, y sus exportaciones suponen en torno al 65% de su comercialización total.

Si tenemos en cuenta todo el proceso desde su producción hasta su comercialización y distribución, así como sus subproductos, “constituyen la principal actividad de numerosos municipios y una industria asociada que vertebra y cohesiona, en muchos casos, el medio rural donde se asienta, apoyándose en un fuerte movimiento cooperativo de base”.

En la presente campaña, la estimación es que sólo en Andalucía se registren más de 14,2 millones de jornales en todas las labores de campo asociadas al olivar de aceituna de almazara; de los que un 33% corresponderán a la recolección. Concretamente en Jaén, se prevén 1,8 millones de jornales en recolección. La previsión de una leve subida del aceite de oliva respecto a la campaña anterior, donde se espera obtener alrededor de 2,8 millones de aceitunas para molturar, de las que se obtendrían unas 550.600 toneladas de aceite de oliva, un aumento del 7,4% con respecto a la campaña anterior.

Cárcava en suelo de olivar. Foto: Antonio Conde
Cárcava en suelo de olivar. Foto: Antonio Conde.

El suelo como elemento clave para la producción agrícola

Para que este oro líquido llegue a los mercados nacionales e internacionales, son necesarios una serie de procesos y unas prácticas agronómicas eficientes y respetuosas con el medio ambiente, a la vez que capaces de dar respuesta a la alta demanda del mismo.

A pesar de que la campaña 2023-2024 del aceite de oliva se presenta al alza con respecto a la anterior, en comparación con campañas anteriores, la realidad lanza una baja producción, “34% por debajo de la media de las últimas cuatro”, según el MAPA. La sequía y la falta de agua, se ha dejado sentir tanto en su producción como en su comercialización, afectando la alta demanda del aceite de oliva de nuestro país, a la subida de los precios y a un consumo algo más moderado por parte de los consumidores; aunque sin dejar de estar en los lineales y sin que el consumidor español deje de apostar por el mismo.

Jesús Gil, doctor ingeniero agrónomo y presidente de la Asociación Española de Agricultura de Conservación-Suelos Vivos (AEACSV), nos comenta que “la erosión es el primer problema ambiental de la agricultura de la España seca”, y añade que “sólo se puede luchar contra ella dejando el suelo cubierto con los restos de los cultivos anuales (el rastrojo) o con las cubiertas vegetales, vivas o inertes, en los cultivos leñosos”. Es más que evidente que el cambio climático "es otro de los problemas que más preocupan a la sociedad hoy en día”. En este sentido, desde la AEACSV han estado involucrados en varios proyectos encaminados a su mitigación, “gracias al poder que tiene la Agricultura de Conservación para secuestrar carbono en el suelo y así reducir la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera”. Como ejemplos, menciona los proyectos Life Agricarbon o Life Climagri en el pasado, o los proyectos Life Agromitiga o Life Innocereal, actualmente en vigor.

Es arduo el trabajo del que se desprende, como “fruto del éxito”, según Jesús Gil, “la inclusión de prácticas tales como la siembra directa o las cubiertas vegetales en los ecorregímenes de la nueva PAC, o la consideración de la Agricultura de Conservación como una de las prácticas de agricultura del carbono valoradas dentro de los mercados voluntarios de carbono”. Gil destaca el papel de la AEACSV dentro del sector agrario, contribuyendo a hacerlo más sostenible “dentro de un contexto en el que cada vez se ponen más en valor aquellas prácticas que preservan el medioambiente”. En este sentido, señala que la manera de hacerlo es “investigando, educando y transfiriendo el conocimiento a todos los agentes agrarios, en todo aquello que se refiere a la Agricultura de Conservación”. Y añade que están convencidos de que este tipo de prácticas son las que mejor permiten hacer frente a los actuales retos medioambientales que tenemos por delante, como son la erosión del suelo, su desertificación y el cambio climático, y las que "abordan el concepto de sostenibilidad de una manera amplia”.

Sostenibilidad ambiental, social y económica

La sostenibilidad debe de ser ambiental, social y económica y, para ello, Gil Ribes afirma que “lo primero es proteger el suelo de los olivos, que es posiblemente el más erosionado de España”; y esto se consigue con las cubiertas vegetales, que reducen en más de un 90% la erosión y en más del 70% la escorrentía. Como apuesta en este sentido, asegura que la implantación de cubiertas no supone una merma de la producción si se controlan en el momento adecuado, sumando a ello una reducción en los costes gracias a la supresión de las operaciones de laboreo.

Juan Vilar, analista agronómico internacional, profesor de la UJA y CEO de Vilar Consultores (Vilcon), precisa que es necesaria la redefinición de la expresión 'sostenibilidad', puesto que según él, “el primer paso que exige la sostenibilidad, es remunerar con sus frutos -de forma razonable- a las personas que trabajan y ostentan la tierra, permitiéndoles garantizar la alimentación del resto”. Una definición que nos dirige a la sostenibilidad económica. Y añade que “sin esta premisa, jamás existirían el resto de acepciones del término sostenibilidad”.

Asimismo, Vilar destaca que la agricultura ha de ser "innovadora y sosteniblemente alimentaria", de tal modo que, garantizando la alimentación de la totalidad de la humanidad, debe optimizar el uso de los recursos necesarios y escasos, como son la tierra y el agua, impidiendo con una mejor gestión e implicación del resto de la cadena de valor, el desperdicio, y derroche de alimentos. También habla de no producir más de lo necesario, ni llevar a cabo una actividad que suponga un uso excesivo, ocioso e innecesario de recursos escasos, evitando en todo caso, "los potenciales efectos colaterales nocivos de los posibles insumos agrícolas utilizados”.

Olivar intensivo con cubierta vegetal viva controlándola con desbrozadora de martillos. Foto: Jesús Gil

Olivar intensivo con cubierta vegetal viva controlándola con desbrozadora de martillos. Foto: Jesús Gil.

En su análisis, Juan Vilar afirma que el ser humano convive con otros nueve millones de especies vivas, con quienes comparte entorno, "y esto se denomina biodiversidad, es decir, la combinación de seres vivos de toda índole que conforman la vida en la tierra”. Y es en este ámbito, donde la actividad agrícola ha de permitir un uso responsable y condescendiente del entorno, de manera que, mediante la gestión de la misma, “permita al resto de especies vivir en un equilibrio pleno, garantizando su ciclo natural de vida, y pervivencia sostenible en el tiempo”. Y es aquí cuando acuña el término de “biodiversidad sostenible”, o lo que es lo mismo, gestionar el planeta de tal forma que todos vivamos en equilibrio, garantizando un entorno adecuado, "para que esto siga sucediendo en el futuro”. En cuanto a la sostenibilidad medioambiental, Vilar aduce que se trata de optimizar los recursos de forma adecuada (fertilizantes, energía, combustible, agua, etc.), "siendo condescendientes con el medio ambiente y con el resto de especies vegetales y naturales que nos acompañan”.

En este sentido, sostiene que la olivicultura española "suele ser sostenible, de forma general, aunque en mayor medida son los olivares diferenciados algo más sostenibles que la olivicultura convencional. Me refiero a olivares ecológicos, biorregenerativos, biodinámicos, Olivares Vivos, etc”. Así, en cuanto al modelo español en comparación con el de otros países, afirma que, en lo referente a la sostenibilidad social, y económica, los olivares que en mayor medida generan renta neta suelen ser en definitiva más eficientes, y por tanto más sostenibles económicamente y socialmente. Apunta que no debemos olvidar que la sostenibilidad económica, parte de una mayor generación de valor añadido, y la falta de beneficio no genera estabilidad poblacional, ni social, por lo tanto, “en este caso, España es un país que todavía tiene un elevado rango de sostenibilidad social y económica, pues con el 23% de la superficie de olivar del planeta, se genera, normalmente, el 50% de la producción mundial de aceite de oliva”.

Jesús Gil, por su parte, especifica que las “mejoras tecnológicas en la mecanización, en la recolección, en el riego, en el control de plagas y enfermedades, en nuevas variedades e incrementar el valor añadido a través de la calidad del producto, su adecuada comercialización y la búsqueda de aprovechamientos alternativos o complementarios”, pueden contribuir a una mayor sostenibilidad del olivo. El presidente de AEACSV asevera que el olivar, "o es rentable o a largo plazo no será” y “el problema lo tenemos en el olivar tradicional y sobre todo el marginal, que sólo podrá mantenerse con un apoyo específico. Sus aportaciones ambientales son muy altas y deberían ser políticamente protegidos”.

La siembra directa y las cubiertas vegetales

Aunque Gil es muy preciso al concretar que son más de 30 años de implantación de este tipo de prácticas y que por lo tanto hay conocimiento y experiencia más que suficiente para que los agricultores puedan adoptar este tipo de manejo en sus explotaciones. Para lograr el cambio, es necesario sobre todo “convencer de su conveniencia, independientemente de las ayudas, pero bienvenidas sean éstas”. Además, añade que la apuesta por la formación y asesoramiento, puede "ayudar y mucho al cambio de paradigma en nuestro paisaje agrario”. Para ello, la AEACSV ha firmado un convenio de dos años con el MAPA para desarrollar cursos presenciales y online, junto con jornadas de demostración en campo por toda España.

Es más que evidente que el abuso del laboreo ha dejado el suelo desnudo y dañado. Dimensionar esta pérdida a corto y largo plazo es importante. La recuperación del suelo para agricultura es imprescindible. En el caso del olivar, hablamos de suelos que han sufrido mucho. La puesta en marcha de prácticas más sostenibles, a pesar de la experiencia, puede suponer un obstáculo para algunos agricultores. Gil menciona la costumbre y la tradición junto con la falta de formación y de asesoramiento independiente, como algunas de las causas, aunque añade que “recuperar la extensión agraria es clave para este y casi todos los temas en el campo”.

Según su experiencia, las cubiertas no requieren grandes cambios, salvo el uso de las desbrozadoras para controlar la cubierta e impedir que compita con el cultivo. La siembra directa es más exigente por el tema de las sembradoras directas. En este sentido, Gil Ribes, añade que “la mayor brecha es la costumbre y la mentalidad”, ya que “el patrono del campo es San Isidro Labrador, no San Isidro Agricultor”. Ante esta sutil pero relevante puntualización, podemos darnos cuenta de que, sin duda, la mecanización propició un laboreo fácil e intenso que en nuestras condiciones de clima semiárido ha llevado a unos procesos de degradación intensos.

La capacidad natural de generación de suelo es aproximadamente de una tonelada por hectárea y año...

La capacidad natural de generación de suelo es aproximadamente de una tonelada por hectárea y año, mientras que la erosión media en Andalucía es de casi 7 toneladas por hectárea y año.

La Agricultura de Conservación y la PAC

Desde el punto de vista técnico y económico, para Jesús Gil, la Agricultura de Conservación, con sus dos vertientes, la siembra directa y las cubiertas vegetales, se convierte en "la mejor solución"; dando lugar a una agricultura regenerativa. Es por esto, junto con su capacidad de secuestrar carbono y luchar contra el cambio climático lo que ha llevado a que ambos sistemas aparezcan en los ecorregímenes de la nueva PAC. En su opinión, para el cambio de mentalidad es clave la demostración de sus ventajas y el empuje de una política agraria que la fomente.

La capacidad natural de generación de suelo es aproximadamente de una tonelada por hectárea y año, mientras que la erosión media en Andalucía es de casi 7 toneladas por hectárea y año, aunque en el olivar se eleva, a veces, a decenas de toneladas al año. Además de la pérdida de productividad que esto conlleva a medio y largo plazo, Jesús Gil nos ilustra con datos. “Por cada euro de pérdida en el campo la erosión provoca el doble de pérdidas fuera de él por daños a infraestructuras, colmatado de embalses, etc.”. Y a pesar de haber pérdidas irreversibles, se puede detener la erosión con las cubiertas vegetales bien manejadas como establece el ecorrégimen de la nueva PAC y recuperar lentamente el suelo ya que los restos vegetales elevan su materia orgánica, secuestran carbono y aumentan su biodiversidad. En lo que respecta a las cárcavas, asegura, “se pueden controlar y revertir con diques elaborados con áridos reciclados de obra de bajo coste como los desarrollados por la UCO en el proyecto Innolivar y ya comercializados”.

El suelo, después de los océanos, es el mayor sumidero de carbono de nuestro planeta y por ello es necesario aprovechar este potencial para cumplir los objetivos que la CE se ha impuesto en materia de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero. Al respecto, Gil Ribes afirma que “la Comisión ha fijado como reto que en el año 2030 los sectores ligados al uso de la tierra secuestren 310 millones de toneladas de CO2 equivalente, lo que requiere que desde el sector agrario se lleven a cabo prácticas como la Agricultura de Conservación que contribuyan a alcanzar ese objetivo tan ambicioso”.

LIFE Agromitiga: tras 5 años de desarrollo de esta iniciativa, gracias a las prácticas de Agricultura de Conservación, algunos suelos han incrementado su contenido de carbono orgánico hasta un 32% y han reducido las emisiones de Gases de Efecto Invernadero alrededor de un 20%

Importancia del secuestro del carbono

En este sentido, la AEACSV lleva trabajando desde 2009 en iniciativas que fomentan el uso de la Siembra Directa y las Cubiertas Vegetales como herramientas para potenciar el secuestro de carbono en el suelo. “Cuando luchamos contra la erosión dejando los restos vegetales de las cosechas o con las cubiertas vegetales, incorporamos materia orgánica al suelo, secuestramos carbono y luchamos contra el cambio climático”. De ahí que en los ecorregímenes se hable de agricultura del carbono cuando se alude a la Agricultura de Conservación y, además, se consideran este tipo de prácticas como idóneas para la generación de los llamados créditos de carbono, por los que se les pueda pagar a los agricultores por este secuestro.

Refuerza la importancia de “disponer de datos fehacientes de la capacidad de secuestro de este tipo de prácticas, para cuantificar la contribución de la Agricultura de Conservación a los objetivos climáticos de la Unión Europea y para establecer tasas de secuestro científicamente validadas, de cara al cálculo de los créditos de carbono”. En este marco, el proyecto europeo LIFE Agromitiga, es una iniciativa en la que se persigue demostrar la capacidad de secuestro de carbono de la Siembra Directa y de las Cubiertas Vegetales en diferentes ambientes edafoclimáticos. En esta iniciativa, además de la AEACSV, participan ASAJA Sevilla, la Consejería de Sostenibilidad, Medio Ambiente y Economía Azul de la Junta de Andalucía, la Federación Europea de Agricultura de Conservación (ECAF), el Instituto Andaluz de Investigación y Formación Agraria, Pesquera, Alimentaria y de la Producción Ecológica (IFAPA) y la Universidad de Córdoba.

Dentro del proyecto se ha establecido una red de 35 explotaciones en Andalucía y 6 en otros países europeos como Portugal, Italia y Grecia, en las que se está realizando un seguimiento del contenido de carbono en el suelo y de las emisiones de Gases de Efecto Invernadero. Son reveladores los datos aportados por Gil Ribes, ya que los resultados obtenidos tras 5 años de desarrollo de esta iniciativa, muestran cómo gracias a las prácticas de Agricultura de Conservación, "algunos suelos han incrementado su contenido de carbono orgánico hasta un 32% y han reducido las emisiones de Gases de Efecto Invernadero alrededor de un 20%”.

Restos de poda en cubierta vegetal de olivar. Foto: Antonio Conde
Restos de poda en cubierta vegetal de olivar. Foto: Antonio Conde.

Manejo adecuado de las cubiertas vegetales

Jesús Gil asegura que para que el uso de las cubiertas vegetales sea rentable ambiental y económicamente. como una alternativa eficiente de sostenibilidad, es más que necesario un manejo adecuado de modo que no compitan por el agua con el olivo, segándolas en el momento oportuno. "La mejor forma es hacerlo con los datos de olivareros que lleven años con ellas e informen de sus resultados económicos, a ellos los creen más que a los investigadores”, resalta.

Antonio Manuel Conde, ingeniero agrónomo y agricultor, nos habla de su experiencia en su propia finca donde gestiona una explotación agrícola familiar de 30 hectáreas donde conviven olivos y otros cultivos leñosos como el almendro. A día de hoy, su explotación es un olivar tradicional con marcos de plantación amplios, pudiendo alcanzar los 12 y 14 metros entre olivos, “lo que nos permite intercalar nuevos cultivos leñosos”. Cuentan por tanto con parcelas en secano donde hacen una distribución de cultivos que no provoquen competencia por agua y nutrientes entre ellos. Conde, conocedor del uso de las cubiertas vegetales, afirma que debe tener la vista puesta en la no competitividad por el agua, pues conviven en su olivar con destino a producción de Aceite de Oliva Virgen Extra, sus cerezos para producción de cerezas de consumo en fresco, almendros, pistacheros y otros frutales de pepita.

Sus parcelas se encuentran distribuidas en el término municipal de Castillo de Locubín, en plena Sierra Sur de Jaén. Una zona caracterizada por una orografía singular de montaña. Su experiencia al respecto es vasta, pues su proyecto como agricultor dio comienzo a finales del 2014, tras comenzar sus estudios en Ingeniería Agronómica. “Viendo los problemas que estaban agravándose en la explotación agrícola familiar, provocados por la baja productividad por una gran pérdida de suelo agrícola fértil”, asegura, “debido a la puesta en práctica de manejos del suelo no respetuosos con el medio ambiente en la explotación familiar de olivar tradicional”. A estos problemas, se le sumaban otros problemas económicos, sociales y medioambientales.

Esta distribución de sus cultivos para evitar esa competitividad por el agua y los nutrientes, “hace que el manejo sea más complejo, pero para ello nos basamos en estudios científico-técnicos que nos apoyan en las decisiones a la hora de implantar un nuevo cultivo sin interferir en el olivar”, cultivo principal de la explotación. Así, aprovechan “de forma sostenible toda la superficie agrícola de la que disponemos, creando una simbiosis entre cultivos y biodiversidad, esta última generada y asociada a cada cultivo”. Esto va ligado a un compromiso por realizar una buena gestión del suelo-agua-cultivo, para lo que implementan una serie de Buenas Prácticas Agrícolas Sostenibles (BPAS).

Ejemplo de Buenas Prácticas Agrícolas Sostenibles en olivar

El uso de las cubiertas vegetales en el olivar ofrece una serie de ventajas agronómicas y ambientales, como el control de la erosión y la reducción de la escorrentía, con lo que se aprovecha mejor el agua. Esto a su vez reduce el peligro de contaminación por agroquímicos, "ya que no hay arrastre de sedimentos y se reduce el del agua”, según Jesús Gil. A ello se suma que “se secuestra carbono por el suelo aumentando su contenido de materia orgánica y con ella su calidad y productividad, hay más biodiversidad, como por ejemplo las lombrices, que aumentan un 700%”.

Sobre cuáles son las cubiertas vegetales más recomendables, Gil sostiene que “no hay recomendaciones absolutas, pero, si el suelo está muy degradado lo mejor es partir de la siembra de una gramínea como la avena que cubra rápidamente el suelo y dejar que evolucione”. En su opinión y en general, lo mejor es sembrar cubiertas se semillas autóctonas seleccionadas y añadir algo de abono junto con la siembra. Sí apunta que lo más económico es la cubierta espontánea, pero a medio plazo "no siempre es lo mejor”, recomendando pedir consejo a olivareros de la zona con experiencia en las cubiertas, acudir a la AEACSV o al asesoramiento del IFAPA, de la UCO o la UJA.

Conde señala entre las BPAS que aplica, la implantación de cubiertas vegetales vivas de especies espontáneas; las cubiertas vegetales vivas de restos de poda; la recolección de cosecha en función de parámetros físico-químicos del fruto; la distribución variable de fertilizantes y productos fitosanitarios; la utilización de bioestimulantes; el control biológico de plagas y uso de subproductos de los cultivos.

La implantación de cubiertas vegetales ofrece una importante mejora en la transitabilidad o traficabilidad de los tractores y las máquinas, se reducen los tiempos de trabajo por hectárea y, si se manejan bien, son más rentables y a medio plazo aumenta la productividad

Innovación y nuevas tecnologías

La aplicación de BPAS lleva implícito el uso de la innovación y tecnología aplicadas a la agricultura, pues es necesario monitorizar en tiempo real las parcelas de forma remota, con el uso de imágenes satélite, analizadas en un software específico. De este modo, “determinamos diferentes índices (algoritmos matemáticos) para determinar por ejemplo el vigor del cultivo y la humedad del suelo en una zona concreta y en un periodo de tiempo específico”, detalla Antonio Conde. Junto a ello, combinan una monitorización visual, mensualmente, lo que les permite tomar decisiones a corto plazo ante una previsión de lluvia o un ataque de una plaga, ya que “disponemos de un análisis exhaustivo de las condiciones meteorológicas gracias a una estación propia colocada en campo”.

Además, realizan muestreos del suelo y de análisis foliares a los cultivos, anualmente, aportándoles información útil para realizar planes de fertilización y de productos fitosanitarios con una variabilidad espacio-temporal; ajustando las dosis de aplicación a las necesidades de los cultivos. Conde puntualiza que la maquinaria con la que realizan los tratamientos fitosanitarios dispone de sensores y boquillas dosificadoras para controlar en cada momento la dosis de producto aplicada.

A modo de resumen, Conde ratifica haber logrado un aumento de la materia orgánica; la mejora de la estructura del suelo; evitar la pérdida de suelo fértil por erosión; una mayor infiltración de agua; la reducción del lixiviado de nutrientes; la conservación y aumento de la biodiversidad; la captura de CO2 atmosférico en el suelo; la reducción del combustible, y por ello menos emisiones de gases de efecto invernadero; menores pérdidas evapotranspirativas; el refugio de fauna auxiliar beneficiosa para el control de plagas; el aumento de la productividad y la creación de nuevos puestos de trabajo cualificados.

Jesús Gil destaca, que la implantación de las cubiertas vegetales, ofrece una importante mejora en la transitabilidad o traficabilidad de los tractores y las máquinas, se reducen los tiempos de trabajo por hectárea y si se manejan bien son más rentables, y a medio plazo aumenta la productividad. Algo en lo que coincide Conde al asegurar que el personal de trabajo es más cualificado a la hora de realizar operaciones agrícolas y tiene un mayor confort en el trabajo diario. Económicamente, también se reducen los insumos como fertilizantes, productos fitosanitarios, combustible, "implicando que nuestra explotación agrícola sea más rentable”.  

Antonio Manuel Conde, ingeniero agrónomo y agricultor; Jesús Gil...

Antonio Manuel Conde, ingeniero agrónomo y agricultor; Jesús Gil, doctor ingeniero agrónomo y presidente de la Asociación Española de Agricultura de Conservación-Suelos Vivos (AEACSV); y Juan Vilar, analista agronómico internacional, profesor de la UJA y CEO de Vilar Consultores (Vilcon).

La sostenibilidad en la comercialización del aceite de oliva

Juan Vilar afirma que vivimos una situación donde la denominada 'meteoropatía' -un comportamiento impropio, radical y errático de la climatología-, está generando unos efectos perversos en el comportamiento de la fauna y flora del planeta, y por ende, afectando al ser humano. Esta coyuntura genera escasez de agua, falta de disponibilidad de ciertos alimentos, encarecimientos de otros tantos y, por tanto, "dificultando la vida en el entorno a todo ser vivo”.

A pesar de ello, Vilar confirma que “todo producto que se precie, incluido el aceite de oliva, que ratifique y certifique que es condescendiente desde la perspectiva medioambiental, será un producto singular para el usuario, que presentará ese activo de la sostenibilidad, y además, será sostenible social y económicamente, vía renta neta, generando mayor estabilidad social, y poblacional, mediante aumento de riqueza”.

Para ello considera “vital, y extremadamente necesario" que la olivicultura sea sostenible en términos de competitividad económica y que permita remunerar a quienes ejercen la función de trabajarla durante toda la cadena de valor. De ahí que, en su opinión, el futuro de la olivicultura pase por la sostenibilidad aplicada desde el punto de vista de la rentabilidad, la innovación, la eficiencia, la biodiversidad y la responsabilidad social.

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