Psicoactivos: nuevo abordaje de los conflictos del inconsciente
“El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”, Buda.
Crece el interés de la ciencia sobre las posibilidades terapéuticas de las sustancias que alteran los estados de conciencia, o psicoactivas, para su uso en psiquiatría. La comunidad científica reclama poder retomar las investigaciones en este campo, que se paralizaron en los años 70 a pesar de sus exitosos y documentados resultados en, por ejemplo, el tratamiento del trastorno de estrés postraumático, a raíz de la deriva descontrolada de algunas de estas sustancias hacia el consumo lúdico. Depresión mayor, adicciones, duelo, o conflictos no resueltos son algunos de los problemas en los que determinados psicotrópicos hoy clasificados como sustancias restringidas o prohibidas han demostrado su eficacia en los numerosos estudios que se vienen realizando en la última década, pese a los estrictos requisitos que exigen las leyes actuales para experimentar con ellas. Estos compuestos producen la percepción de una realidad aumentada que pone al descubierto con extrema nitidez elementos del inconsciente que ayudan al sujeto a comprender, y a comprenderse, mejor. Una experiencia que no siempre está indicada y que nunca debe realizarse sin un facilitador cualificado. Veamos qué ocurre en el cerebro cuando se administra un psicotrópico y porqué esta herramienta de exploración del inconsciente podría ser sanadora en determinados casos o circunstancias.
Desde el punto de vista estrictamente biológico, la conciencia es un estado fisiológico del sistema nervioso, que varía en función del dominio temporal y espacial de sus operaciones neuronales. Los psicotrópicos, etimológicamente ‘manifestadores de la conciencia’, activan las neuronas de la red frontal parietal, la zona del cerebro que se ‘apaga’ cuando permanecemos inconscientes, esto es, cuando dormimos, o estamos bajo los efectos de anestesia general, o en estado de coma. En palabras de Enzo Tagliazucchi, doctor en física e investigador: “Solo somos conscientes de algo únicamente en la medida en que la información accede a las neuronas de la red frontal parietal y de ahí a todo el cerebro. Encender exageradamente esta red hace lo opuesto al sueño, la anestesia o el estado de coma”.
Naturales y de uso ancestral, como los hongos o la ayahuasca, o sintéticas, como el LSD o el MDMA, estas sustancias actúan estimulando dichas neuronas incrementando con ello la percepción sensorial, a modo de lupa, y conduciendo al paciente o usuario a experimentar con mayor intensidad todo cuanto hay en su cerebro, en definitiva, a una sensación de mayor conciencia de la realidad. Y es que buena parte de ella permanece oculta, sesgada –además de por los sesgos propios de nuestro carácter y del conjunto de nuestro constructo mental– por el efecto de la hiperestimulación a la que nos somete el entorno creado en las sociedades occidentales, con unas cifras de suicidio y adicciones, también a fármacos opioides, cada vez más alarmantes. Dos millones de estadounidenses son adictos a los opioides, fármacos habituales para el tratamiento del dolor crónico, y en España 62 mil personas están siendo tratadas con ellos.
El cerebro en estado de alerta continuada, al que se exige focalizar la atención sobre estímulos sin fin, administra sus recursos activando la llamada ‘red neuronal por defecto’, es decir, haciendo entrar al cerebro en modo ‘piloto automático’. Ello implica que otras importantes zonas se desactiven, como la red de control ejecutivo, responsable de la toma de decisiones. La red neuronal por defecto es muy importante durante los periodos en los que la mente no está concentrada en ninguna tarea, momentos en los que la imaginación, la creatividad y la introspección que nos permite dar sentido a nuestro yo, se apoderan de nuestros pensamientos. Pero en algunos casos (por enfermedades psiquiátricas, conflictos internos, patológicos o no, o por un exceso de estímulos que desequilibra la alternancia de las dos redes neuronales, interfiriendo en la homeostasis), los pensamientos no son precisamente productivos sino más bien al contrario; entra en escena la espiral de la rumiación. En la mente que divaga los pensamientos aparecen automáticamente, y estos tienen en común ser autorreferenciales y estar focalizados en hechos pasados o en elucubraciones sobre el futuro que anticipan el problema. Entonces se activa el ‘modo de alerta’, ese que nos prepara en un periquete para salir corriendo cuando vemos a nuestro depredador a dos metros de nosotros, poniendo en marcha una cascada de reacciones fisiológicas y psicológicas, que comienza con una poderosa ‘inyección’ de adrenalina y de cortisol –que son a la vez hormonas y neurotransmisores– en el torrente sanguíneo. Todo está listo para huir o atacar, es decir, para una respuesta física. Un informe pendiente, un whatsapp sin respuesta, el próximo recibo de la luz..., el peligro no es real, pero nuestro cerebro cree que sí porque así se lo decimos, es decir, así lo pensamos, y ordena producir las mismas respuestas físicas. Un mecanismo evolucionado para activarse y desactivarse en distintas intensidades a lo largo del día, pero que mantenido en el tiempo puede acabar colapsando al individuo y conducirle a padecer ansiedad, depresión o adicciones, además de otras consecuencias fisiológicas indeseables.
Es por ello que eludir la dispersión mental es el objetivo de prácticas como la meditación o el mindfulness. El estrés activa la red neuronal por defecto y, como los psicoactivos, la meditación la apaga, lo que se ha podido observar en tomografías de meditadores experimentados. Ambos abordajes persiguen desconectar ese piloto automático y hacer despertar a una realidad, digamos, más real, favoreciendo el autoconocimiento. Ya en 2011 un estudio de la Universidad de Harvard, dirigido por el psicólogo y escritor Tal David Ben-Shahar, estudioso de la felicidad, concluía que el divagar de la mente es la causa de la infelicidad. Según el estudio “la mente errante parece ser el modo de funcionamiento por defecto del cerebro humano, sin embargo, aunque la capacidad de pensar acerca de lo que no está sucediendo es un logro cognitivo, tiene un coste emocional". Entre las conclusiones del trabajo se vincula a una mayor felicidad el hecho de que el individuo se involucre en el momento que está viviendo con todos sus sentidos y recursos psicológicos, lo que el mindfulness llama ‘atención plena’. En este sentido, el doctor Mario Alonso, cirujano, investigador y afamado conferenciante, destaca la importancia de “no quedar atrapados en el parloteo interior; el ruido mental reduce tu capacidad de aprender, tu capacidad de procesar la información y tu capacidad de incorporar nuevas habilidades. El dolor es parte de la naturaleza, intrínseco a la vida, pero el sufrimiento es una creación de la mente humana”.
Nuevo enfoque para avanzar
La psiquiatría es una especialidad que ha visto cómo en el último medio siglo mientras en otros campos de la salud se avanzaba a paso de gigante con tratamientos y tecnologías espectaculares, la salud mental ha seguido tratándose con los mismos fármacos. Medicamentos como el haloperidol, el Válium o el Prozac, han introducido pequeñas variaciones en sus moléculas a lo largo de estos años, pero, en cualquier caso, todos ellos se focalizan en la corrección del síntoma. Los investigadores en el ámbito de los compuestos psicoactivos proponen reenfocar algunos tratamientos de la salud mental, sumando al arsenal terapéutico las posibilidades de las moléculas psicoactivas, con la finalidad de abordar las terapias incidiendo sobre la génesis o causa del problema o conflicto. En este sentido el psiquiatra Josep Mª Fábregas, especialista en adicciones, concluye, en particular sobre la ayahuasca, y tras los resultados de sus estudios llevados a cabo en la selva amazónica y publicados en Plos One y en Drug & Alchol Dependences: “Creemos que la ayahuasca en un contexto ritual puede ayudar a resolver conflictos intrapsíquicos; pensamos que es una sustancia que puede permitir aflorar contenidos del inconsciente de una manera más eficaz que algunas de las técnicas que tenemos hoy en día”.
No son pocas las entidades académicas de prestigio internacional que están llevando a cabo investigaciones punteras sobre el uso de psicoactivos enteógenos (o alucinógenos), entre ellas el Colegio Imperial de Londres, la Universidad John Hopkins y la Ucla en EE. UU., o la Universidad de Barcelona, además de otras entidades como El International Center for Ethnobotanical Education, Research and Service (Iceers), con sede también en Barcelona. El Iceers lleva más de una década realizando investigaciones sobre los efectos a largo plazo del uso de ayahuasca; en el estudio ‘Ayahuasca y Salud Pública: Estado de Salud, Bienestar Psicosocial, Estilo de Vida y Estrategias de Afrontamiento en Usuarios Rituales de Ayahuasca’, publicado en la revista Journal of Psychoactive Drugs, la principal conclusión que se desprende es que “un uso respetuoso y controlado de las drogas alucinógenas/psicodélicas tomadas en entornos comunitarios puede incorporarse a la sociedad moderna con beneficios para la salud pública”. Otro estudio llevado a cabo por los científicos de la Fundación, y publicado en Scientific Reports –del grupo Nature–, sobre los efectos de esta molécula en personas que acudían por primera vez a una ceremonia, reveló que “el 80% mejoraba sus condiciones de salud mental”.
Actualmente, la única de estas sustancias aprobadas por la Agencia Española del Medicamento es la ketamina (tradicionalmente utilizada como analgésico en veterinaria), que ha autorizado su uso para el tratamiento de la depresión. Una sustancia clasificada como droga es aquella que no tiene objetivo terapéutico y puede dañar la calidad de vida del usuario. Pero en la última década, y gracias al desarrollo de nuevas tectologías de la imagen, se han revelado indicios de potencial terapéutico en algunas de ellas; las principales sustancias en las que se centran estos estudios son la ketamina, la ayahuasca, el ácido lisérgico o LSD, la psilocibina (hongos mágicos), el MDMA (éxtasis) y la ibogaína.
Algunos de estos psicoactivos inducen la neurogénesis (generan nuevas conexiones neuronales, o sinapsis), como la psilocibina (ingrediente activo de los hongos alucinógenos), muy prometedora en el tratamiento de la depresión. El estrés crónico y la depresión reducen el número de conexiones neuronales y esta molécula permitiría un nuevo abordaje de la enfermedad, hasta ahora basada en estabilizar los niveles químicos de neurotransmisores, poniendo el foco en la regeneración de las estructuras dendríticas. Según un estudio de la Universidad de Yale, publicado en la Revista Neuron, una única dosis de psilocibina administrada en ratones provocó un aumento inmediato y duradero de las conexiones entre neuronas. El profesor Alex Kwan explicaba en el comunicado que: “no solo vimos un aumento del 10% en el número de conexiones neuronales, sino que también eran de media un 10% más grandes, por lo que las conexiones también eran más fuertes”.
Existen, sin embargo, algunos inconvenientes en el camino a recorrer. Por un lado, la dificultad en la aplicación del método científico en el estudio de estos compuestos para su uso como psicoterapia asistida. No es posible aplicar criterios de doble ciego ya que el placebo es inviable: el sujeto sabe si lo que se le ha administrado es un psicotrópico o no. A esto se añade que el ‘viaje’ interior es una experiencia subjetiva, o el escaso interés que tiene para las farmacéuticas comercializar un compuesto que, en un momento dado, el ciudadano puede elaborar en su casa.
Lo que sí se sabe es que la indicación de estas moléculas depende de la estructura de la personalidad del paciente o usuario. Está contraindicado en psicóticos y esquizofrénicos, ya que en ellos las sustancias visionarias pueden provocar cuadros agudos. Pero hace falta saber más. La comunidad científica reclama reducir los estrictos requisitos legales que los investigadores han de cumplir para experimentar con estas sustancias, con el objetivo de conocer hasta qué punto la psicoterapia asistida con enteógenos puede mejorar la salud psicosocial.
Y si en el punto de mira de los científicos está el que no se cometan los mismos errores que en el pasado, el asunto parece que ya se nos está yendo de las manos antes siquiera de empezar. Desde la costa oeste de EE. UU., y propagándose por todo el país, y también a Europa, llegan los microdélicos. Microdosis de LSD y psilocibina, principalmente, que no provocan ningún tipo de visión o alucinación y sus usuarios aseguran que mejoran la percepción y la atención, tienen más energía y mayor sensación de plenitud. Algunas investigaciones sugieren que aumentan las capacidades cognitivas y refuerzan la actividad cerebral, así como la higiene mental a largo plazo. Los consumidores habituales ingieren una microdosis (entre un 5% y un 10% de la dosis de psicodélico que genera la experiencia visionaria o alucinógena), y dejan pasar tres días entre cada toma para no crear tolerancia. Al cierre de esta edición, la ciudad de San Francisco acaba de aprobar una resolución para despenalizar psicodélicos como los hongos psilocybe y la ayahuasca.
Muy lejos del espíritu hippy, que se rindió al LSD persiguiendo evadirse de un mundo convulso e injusto, los consumidores de estas pequeñas dosis son profesionales que buscan mejorar su rendimiento intelectual en la vida diaria, pero sin la estimulación alucinógena que causarían dosis mayores. Estos nootrópicos, en el ‘valle del silicio’ no son ninguna novedad. El compuesto más extendido es el LSD en forma líquida; una pequeña gota en, por ejemplo, una infusión y los sentidos sienten más... Es lo que refieren sus usuarios. Los estudios realizados no son concluyentes. Pero la ciencia, que no tiene prejuicios, y en el cumplimiento de su deber, desea, y exige, saber.