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El triste papel del asociacionismo marítimo en España

Redacción ProfesionalesHoy23/11/2018

Por: Juan Díaz Cano, presidente de la Real Liga Naval Española

Si hay un país en el que el asociacionismo nunca ha funcionado este no es otro que España. Explicarlo precisaría seguramente de complejas interpretaciones sociológicas que tal vez acabasen concluyendo en que el español es por naturaleza un ser individualista. El carácter gregario nunca casó bien con los españoles. Tal vez por ello, ningún país desarrollado acumule a lo largo de su historia tantas guerras civiles como el nuestro. Y si en términos generales podemos concluir que el asociacionismo en España no funciona, algo similar podemos decir del asociacionismo marítimo.

El primer lobby marítimo moderno del que tengamos constancia fue la Liga Marítima Española, antecesora de la actual Real Liga Naval Española. Aquello funcionó, más o menos, en un momento de nuestra historia en el que España había perdido sus últimas posesiones coloniales y el mar se alejaba del punto de mira de nuestros empresarios. Como digo, aquello, mal que bien, funcionó y permitió la promulgación de importantes leyes en favor de nuestras industrias marítimas. Desafortunadamente, la llegada de la Guerra Civil y los años que ocupan el franquismo no fueron el mejor caldo de cultivo para el asociacionismo en España. Fue con la llegada de la Transición cuando el movimiento asociacionista comienza a cobrar un cierto realce. Pero lo hace al socaire de intereses siempre vinculados al favor estatal. Todo ello porque el empresario español, acostumbrado a moverse en marcos regulatorios favorables y mercados cerrados, se instaló en la escasez. Y la escasez llama a la miseria del mismo modo que la miseria llama a la mediocridad. Sólo así se explica que apenas existan empresas multinacionales españolas de cierta relevancia.

Un impulso que beneficia a todos

Dentro de este marco de referencia las asociaciones marítimas sin ánimo de lucro como la Liga Naval desempeñan el triste papel del Quijote descabalgado frente al molino de viento. Cuantas veces, después de disertar apasionadamente con un empresario del sector marítimo sobre las bondades de pertenecer a una institución centenaria como la Liga Naval, se encuentra uno con la miserable respuesta de: ¿y qué ganamos con ello? Ante semejante respuesta sólo cabe argumentar que en la primera mitad del siglo XIX vivió un publicista liberal francés llamado Frederic Bastiat que acertadamente distinguía entre aquello que, dentro del mundo económico, se ve y lo que no se ve. Lo que se ve es evidente a los estrechos ojos de cualquier empresario al uso. Sin embargo, lo que no se ve sólo es comprendido por el empresario innovador y competitivo. Cuando la Liga Naval organiza un congreso marítimo en el que se dan cita los principales actores del sector, se está fomentando un impulso que aparentemente no se ve, pero que en realidad incide en posteriores realidades que benefician a todos. Algo similar ocurre cuando la Liga Naval organiza conferencias sobre temas marítimos, visita colegios para hablar sobre la mar, organiza exposiciones de modelismo naval o favorece el desarrollo de una Real Academia de la Mar.

¿Se han parado alguna vez nuestros empresarios marítimos a analizar qué porcentaje de sus abultadas cuentas de representación tienen retorno real? Seguramente no lo han hecho nunca. Son estos mismos empresarios los que en más de una ocasión niegan su apoyo a una institución como la Liga Naval que, desde hace un siglo, lucha porque España vuelva a ser una nación marítima. Y lo hacen porque, repito, se encuentran inconscientemente instalados en la escasez, y por ende, en la mediocridad. ¡Qué pena!

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