Contra el ciudadano-píxel: las smart cities como espacios para la interacción, la alteridad y la identidad compartidas
Pablo Sánchez Chillón analiza en este artículo el papel que juega el ciudadano inteligente (digizen) dentro de las smart cities y su relación con las nuevas tecnologías, cada vez más presentes en nuestro día a día. Sánchez Chillón es experto en Public Affairs y Diplomacia Urbana, abogado y CEO de Eolex Citylab (consultora pionera en el campo de las Smart Cities en España cuyos proyectos en el campo de la innovación urbana están basados en la interacción de las TIC's con el diseño y ejecución del planeamiento urbanístico y territorial), y editor del blog Urban 360º.
En España somos más inteligentes que nunca. No cabe duda de que durante los últimos años nuestro país ha abrazado con especial fervor el paradigma de las Ciudades Inteligentes. Alcaldes, empresas, instituciones y no pocos llaneros solitarios han encontrado en el recurso de las Smart Cities un vector de dinamización de las agendas municipales y un contrapunto discursivo a la atonía y pesimismo que ha marcado la realidad económica nacional, alentando iniciativas, proyectos exitosos y algunos vanos experimentos que, al calor del despliegue de la tecnología en la ciudad, han gozado de un notable recorrido mediático y de algo menos de popularidad y respaldo social.
Pablo Sánchez Chillón.
Al margen de la elasticidad semántica en la que se ha hecho descansar el discurso de las Ciudades Inteligentes en nuestro país, y en la conveniente polisemia del término, podemos afirmar sin equivocarnos que la irrupción del paradigma de la inteligencia urbana en nuestro país y el proselitismo en torno a sus virtudes se ha realizado —con contadas excepciones en aquellas ciudades con un verdadero proyecto detrás de la etiqueta; Santander, Málaga, Barcelona o Elche por citar algunos ejemplos— de un modo acrítico y no pocas veces interesado, generando un imaginario y relato de la Smart City notablemente instrumental, que guarda notable parecido con el contenido de los portafolios empresariales de ciertos gigantes tecnológicos.
En cualquier caso, no podemos negar que la consolidación de una forma genérica de entender la Smart City ha servido para animar, de manera ciertamente interesante, el panorama de la innovación municipal española, incorporando a la agenda de la política y al ámbito de las decisiones, (y a la de los medios de comunicación), un enfoque de renovado interés pragmático en torno al futuro de la ciudad que se ha revelado útil al propugnar el nuevo papel de la tecnología como catalizadora de la modernización urbana, impulsando una vigencia renovada del discurso de la ciudad como espacio de convivencia híbrida (real/digital) y foco de atención y preocupación frente a los retos de la humanidad, de naturaleza eminentemente urbana que acompañan la llegada del nuevo milenio, fundamentalmente en clave de escasez de recursos, sobrepoblación y desigualdades.
En este período que arranca en 2010, y en el que nuestro país se ha convertido en referente mundial en el campo de las Smart Cities, el binomio Ciudad / Tecnología ha orillado, en no pocas ocasiones, el papel del ciudadano en el proceso dinámico de promoción y consolidación de la denominada inteligencia urbana, verdadera gasolina del modelo Smart, relegándolo al rol de mero espectador de una contienda entre plataformas, sistemas y soluciones empresariales, en las que el discurso pragmático (cuando no, mesiánico) sobre el futuro de la ciudad, las servidumbres del mal denominado ‘tiempo real’ y un enfoque excesivamente marcado por el imperio de la tecnología y la dictadura de las nuevas métricas (todo ha de ser objeto de medición y control en estas nuevas Repúblicas de Datos que son las Ciudades Inteligentes) han convertido a los habitantes de las ciudades en meros píxeles en una sofisticada pantalla de control, alejándolos del espacio de centralidad —Civicentrismo lo hemos llamado en alguna ocasión— que les correspondería ocupar en la construcción del presente y el futuro de las Ciudades.
Internet de las cosas.
Desde luego, la búsqueda del apoyo de la ciudadanía y el respaldo activo de los ecosistemas ciudadanos y empresariales locales a los proyectos de innovación y modernización urbana bajo el paradigma Smart City se ha convertido en una de las principales preocupaciones de los líderes municipales más ‘smart’ de nuestro territorio —especialmente intensa en períodos de movilización electoral como los que ahora vivimos— empujando a los valedores de la Ciudad Inteligente a la sobreactuación, los sonados errores de comunicación y no pocas veces, a la demagogia más evidente, que los ha alejado cada vez más de una ciudadanía a la que pretendían acercarse, que ha tildado los proyectos de ininteligibles, elitistas y alejados de los problemas reales de la gente.
En este sentido, y aunque el populismo también ha campado entre ambos bandos, parece razonable defender que el futuro de las Ciudades Inteligentes en nuestro país (y sospecho, que en los de nuestro entorno) y su fortaleza como vector de transformación y de generación de riqueza para nuestro país de pymes, pasa por conformar una estrategia doble a la que habría que orientar en los próximos meses esfuerzos y recursos públicos y privados. En este sentido, resulta necesario un ejercicio de introspección serena que nos lleve a reconocer en nuestro territorio el talento propio y el compromiso y rol que corresponde a individuos y comunidades urbanas en la consolidación de un proyecto compartido de ciudad, a la vez que se piensa, como segunda derivada estratégica, en cómo ser relevante fuera, compitiendo con otros territorios en un escenario global marcado por la especialización y los grandes retos urbanos.
En efecto, y más allá de la sofisticación del software de gestión de la ciudad y de la frialdad de los datos y las nuevas métricas de lo urbano, parece llegada la hora de recuperar valores y cualidades intangibles que siempre radicaron en las ciudades y en sus habitantes, y que ahora yacen temporalmente sumergidos bajo el tsunami tecnológico que ha acompañado la adopción acrítica de iniciativas, proyectos y soluciones high-tech en nuestros municipios. Así, creatividad, habitabilidad, innovación, reputación, solidaridad o sostenibilidad han de ser, amplificados en sus efectos por la positiva acción de la tecnología, los pilares sobre los que se asiente el desarrollo y relato de nuestras ciudades inteligentes, incorporando a los ciudadanos, instituciones y ecosistema productivo empresarial a un proyecto común marcado por un fuerte sentimiento de identidad y pertenencia, que se proyecta más allá de los límites territoriales tradicionales de nuestras urbes y los nuevos espacios digitales de topografía difusa en los que se juega el futuro de la ciudad.
En buena medida, la necesidad de introspección apunta (aunque no exclusivamente) a la potenciación de los ecosistemas productivos locales en torno a las oportunidades de este sector emergente de la innovación urbana y a la necesidad de actuación sobre el diseño de los espacios públicos e infraestructuras de la ciudad y a la corresponsabilidad en su gestión, cuidado y dinamización por las heterogéneas comunidades urbanas, en las que el papel de los Digizens (así hemos bautizado a los Digital Citizens o nuevos Ciudadanos Digitales) ha de cobrar mayor relevancia.
Fuente: Andrés Virviescas.
Si convenimos que en una era marcada por la impactante presencia de lo digital en nuestras vidas, el papel de la ciudad ha quedado relegado, en no pocas ocasiones, al de una suerte de deambulatorio de zombies absortos en pantallas y gadgets que los alejan del espacio construido y compartido a base de interacción con los demás, parece más que conveniente empezar a diseñar estos espacios urbanos pensando en la nueva sociabilidad que caracteriza nuestra vida urbana contemporánea, ampliada hasta el paroxismo digital por los dispositivos y la multiplicidad de pantallas pero empobrecida en el plano de la interacción física con los demás y con el propio territorio, especialmente cuando nuestras ciudades siguen siendo ordenadas y diseñadas según patrones y modelos del siglo XIX.
El diseño interactivo (Interaction Design), la dinámica de juegos y recompensas (Gamification) y el urbanismo táctico que promueve la adaptabilidad de los espacios a los usos cambiantes de la sociedad y la reversibilidad de sus atributos y características son algunos de los enfoques que están llamados a jugar un papel relevante en la planificación y diseño de nuestras Smart Cities y en la generación de oportunidades de negocio para nuestros ecosistemas emprendedores, superando las resistencias impuestas por un modo tradicional de hacer ciudad, que procura espacios, usos e infraestructuras sin contar con su eventual dinamización y transformación dinámica por la acción de los miembros de una sociedad urbana cada vez más colaborativa y conectada en redes pero aquejada por el mal de la distracción masiva y los déficits crecientes de atención.
Por esta razón, la batalla por el compromiso de los Digizens con nuestras Ciudades Inteligentes (y el éxito del paradigma Smart City) pasa por el impulso, a través del diálogo interactivo entre el hardware de la ciudad y los usuarios/habitantes que la moldean y la transforman cada día, de una nueva experiencia de ciudadanía ampliada (llamémosla urban hacking), por la adaptación de las infraestructuras urbanas a los nuevos usos ciudadanos (conectividad, nueva iconografía y señalética en las ciudades, iluminación dinámica y personalizada, mobiliario urbano adaptado, cargadores de dispositivos e incluso, el radical y consciente bloqueo total de señales de wi-fi en lugares consagrados a la pura alteridad humana), canalizando procesos compartidos de compromiso y creatividad entre instituciones, empresas y ciudadanos que contribuirán a la buena reputación global de nuestras Smart Cities y a hacer de ellas espacios vivos, habitables y crecientemente entrenidos, y lugares fértiles para el emprendimiento y el progreso. Ser inteligente, es, hoy más que nunca, una necesidad y un reto. Hagámoslo posible.