La ciencia indefensa
Presidente de la Fundación Argentina de Ecología Científica01/02/2006

La información que recibe la gente a través de los medios proviene, por lo general, de este tipo de especialistas, y su palabra es aceptada sin más análisis –en especial cuando se trata de alertar a la población sobre algún peligro inminente relacionado con productos químicos, nuevas tecnologías, cambios de clima u otros mitos comunes. La televisión y las publicaciones han tomado el rol de Evangelios, y basta que algo sea impreso con tinta sobre papel o emitido por un canal de TV para que se convierta en palabra sagrada. Será anatema quien lo dude.
Pero, ¿quién decide sobre el contenido o la cantidad de verdad científica que publican los medios? Por cierto, no lo hacen los científicos recluidos en laboratorios sino los reporteros, los editores de noticieros de TV y los agentes de prensa y encargados de relaciones públicas de organizaciones privadas –eufemísticamente llamadas ONGs– dedicadas a la propagación de todo tipo de desinformación en el tema ecológico. No sería nada raro que algún día se publicase una noticia como ésta: “Tres científicos llamados Galileo, Newton y Einstein, han llegado a la conclusión que, según sus investigaciones, la tierra es redonda. Sin embargo, el New York Times ha tomado conocimiento que el profesor Raúl Toto, de la Universidad Libre del Ambiente de Córdoba, tiene evidencias concluyentes de que la Tierra es plana”.
Una larga experiencia nos ha enseñado que, en el tema ecológico, no hace falta probar los cargos –sólo es necesario una acusación que sea lo bastante terrorífica, para declarar la culpabilidad del reo. No importa cuántos científicos declaren en el juicio a favor del acusado, ni que se demuestre que las acusaciones eran falsificaciones desvergonzadas.
Si una mentira es repetida muchas veces, se convierte en verdad. Y la verdad no es la frialdad de los hechos científicos, sino lo que la gente cree que es la verdad, o lo que los medios de comunicación dicen que es la verdad. Es lo que se conoce como “la Opinión Pública”, que no es la suma de las opiniones de los individuos que forman al “público”, sino que es lo que los medios de comunicación dicen que es la opinión del público. Esa actitud de los medios modifica, en gran medida, la opinión que alguien tiene sobre alguna cosa: “si los demás dicen que tal cosa es blanca, yo no puedo decir que la estoy viendo de color azul, porque me tomarán por loco”. Entonces se pliega al juego de la mayoría, aunque no esté totalmente convencido. El instinto de rebaño es muy fuerte entre las personas con poca personalidad o escasa cultura. Esta particular característica humana es la que permite la aparición y subida al poder de personajes “carismáticos” que tienen un buen equipo de “relaciones públicas” o, como se le llama hoy, un buen “marketing”.
Hablando de las noticias sobre ecología, el editor del diario Washington Post, Ben Bradlee declaró: “No estoy más interesado en las noticias. Me interesan las causas. Nosotros no pretendemos imprimir la verdad. Imprimimos lo que la gente nos dice. Es el público el que debe decidir lo que es la verdad”. Pero, ¿cómo puede el público distinguir la verdad científica de la falsedad ideológica? El público no tiene posibilidad de expresar sus descontentos ni su disconformidad con nada, a no ser a través de cartas al editor de un diario -cosa a la que nadie presta atención. Sólo se le concede el “derecho al pataleo”, porque su pobre pataleo pasa totalmente desapercibido. Por ello, repito ¿cómo puede el público distinguir la verdad científica de la falsedad ideológica?

La gente debe recurrir entonces a las declaraciones de los científicos –los especialistas– para saber la verdad. Desgraciadamente, las organizaciones privadas que han convertido a la ecología en el más rentable de los negocios del milenio, tienen a su servicio a miles de estos “especialistas” en marketing que repiten un libreto muy bien preparado. Los medios dan profusa difusión a estas declaraciones y suprimen las desmentidas de los científicos serios porque las “desmentidas no aumentan el tiraje o mejoran el ranking”. Charles Alexander dijo que “Como editor de ciencias de la revista Time, puedo admitir libremente que, en materia ecológica, hemos cruzado la frontera entre la información periodística y la propaganda”.
Por su lado, el más ardiente propulsor de la teoría del Calentamiento Global, Stephen Schneider escribió en la revista Discover, octubre de 1987: “Debemos ofrecer escenarios atemorizantes, hacer declaraciones dramáticas, y no mencionar nuestras dudas. Cada uno de nosotros debe decidir cuál es el punto de equilibrio entre ser efectivo y ser honesto”. Parece ser que, dado el carácter sagrado de la Causa Ecologista, el ser honesto es un pecado imperdonable si va contra los fines del ecologismo internacional.
Pero si queremos una población más educada en ciencias, más capacitada para analizar y juzgar la información que recibe y así poder identificar la capacidad científica de quien provee la información y, ser más capaz de tomar decisiones racionales sobre asuntos técnicos que afectarán el futuro y el bienestar de varias generaciones, debemos aprender sobre los diferentes mundos en que se mueven los reales científicos, los técnicos en marketing y los periodistas..