El Ifapa mide la cantidad de suelo fértil que produce la cubierta vegetal del olivar
Un equipo de investigación del área de agricultura y medio ambiente del Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera (centro Alameda del Obispo, Córdoba) ha medido cuánta materia orgánica incorpora al suelo del olivar la presencia de tres tipos de hierbas cultivadas, junto a la que surge de forma espontánea. La cantidad fluctúa entre 10,5 y 14,5 toneladas al finalizar el periodo de cuatro años que analizaron. Este aporte lo propicia tanto el depósito de restos de esas especies, como la protección frente a la erosión, en especial la lluvia.
El estudio avala la idea lanzada en la COP21 (cumbre contra el cambio climático de Naciones Unidas celebrada en París en 2015) de mitigar esta crisis global con un mejor manejo de los suelos agrícolas. “Se cumple sobradamente el objetivo fijado por la iniciativa 4 por mil que pretende, a través de buenas prácticas agrarias, incrementar el carbono orgánico del suelo al menos un 0,4% al año para compensar las emisiones por causas humanas”, ha señalado en una publicación de la Fundación Descubre el investigador del centro Alameda del Obispo, Miguel Ángel Repullo, primer autor del estudio ‘Soil organic matter and nutrient improvement through cover crops in a Mediterranean olive orchard’, publicado en la revista Soil & Tillage Research.
La materia orgánica y, en concreto, tres de los nutrientes principales –carbono, nitrógeno y potasio– aumentaron en los cuatro años de presencia de las cubiertas. La conocida como vegeta (Brachypodium distachyon) mejoró generalmente más la fertilidad del suelo en superficie, hasta los 5 centímetros de profundidad. A la par, la mostaza blanca (Sinapis alba) tuvo mejores resultados en profundidad. También comprobaron que fue el potasio el elemento con mayor tasa de liberación, seguido del nitrógeno, a pesar de no seleccionar entre las especies sembradas leguminosas, que tienen la propiedad de fijarlo al suelo.
El trabajo se centró en un olivar cuyo manejo previo al comienzo del ensayo era tradicional, con varios pases de laboreo por campaña para controlar las hierbas dejando el suelo de las ‘calles’ muy desprotegidos. La vegeta se sembró el primer año pues tenía una gran capacidad de regeneración, mientras que la mostaza blanca y la oruga (Eruca vesicaria) fueron sembradas cada año. El control de las cubiertas se hizo con dos desbroces anuales, a final de invierno y de primavera. “La evaluación de la descomposición de la biomasa de las especies herbáceas se muestreó periódicamente, analizando la concentración de elementos tanto en superficie como en profundidad”, señala Repullo.
El empleo de esta cubierta vegetal también mantuvo el suelo protegido frente a la erosión, algo que los expertos comprobaron al observar los regueros por la lluvia en zonas de la explotación donde no se había instalado las herbáceas.