La domesticación del olivo presenta características diferenciadas en la cuenca mediterránea
El olivo es consubstancial al paisaje mediterráneo. Cuesta figurarse una escena en algún punto de esta cuenca sin la retorcida sombra de este árbol. Es, además, un cultivo de importante valor socioeconómico en España e Italia, principales productores mundiales de aceite de oliva, pero también den Grecia, Turquía, Marruecos y Siria, entre otros. A pesar de su vínculo con el territorio y su simbolismo (la rama se asocia a la paz y como tal figura en la bandera de las Naciones Unidas), se conoce poco del origen y el proceso de la domesticación de esta planta. Una investigación de un equipo multidisciplinar de la Universidad de Córdoba, en la que se han empleado técnicas genéticas, arroja ahora algo de luz de cómo se produjo el inicio de la oleicultura.
El equipo de la Universidad de Córdoba, compuesto por personal de los departamentos de Agronomía de la misma universidad y de Biología Evolutiva y Ecología de la Universidad de California –Irvine (Estados Unidos)– ha observado que existen diferencias entre las variedades del Mediterráneo central europeo respecto a los extremos orientales y occidentales, con ejemplares más parecidos entre ellos. Este estudio también ha contado con la colaboración del Departamento de Historia del Arte, Arqueología y Música de la Universidad de Córdoba.
Estas diferencias entre variedades ayudan a pensar que los procesos de domesticación fueron diferentes en el área que abarca el Levante español, Baleares, Cerdeña y el sur de la Italia peninsular y Grecia que en el resto del Mediterráneo. “A partir de nuestros estudios genéticos, se observan diferentes patrones genéticos en las variedades de olivo. El centro de domesticación principal se localizó en Oriente Próximo e impregnó todo el Mediterráneo. Sin embargo, en el centro de la cuenca se observa que hay particularidades propias con un mayor cruce con los acebuches locales”, explica Concepción Muñoz Díez, del departamento de Agronomía de la UCO. La especialista, sin embargo, es cauta sobre estas particularidades: “No podemos afirmar que hubo una domesticación local en esta zona”.
Dos hipótesis
Reconstruir la historia del olivo no es fácil. Los cereales como el centeno son plantas anuales, con tiempos de generación más cortos lo que los estudios genéticos son más abundantes. Por eso, se tiene más información de la propagación de los cultivos herbáceos que de plantas leñosas. Además, en la expansión del olivo intervinieron varias civilizaciones. Fenicios, griegos, romanos y árabes llevaron consigo sus propias variedades cuando colonizaron diferentes partes del Mediterráneo. Finalmente, estos pueblos se encontraban en muchos casos con olivos silvestres, denominados acebuches, a los lugares donde llevaban sus cultivos. El olivo y el acebuche (ambos de la especie Olea europea) se pueden cruzar entre ellos y dan lugar a descendencia fértil.
Convivían hasta ahora dos hipótesis en la domesticación del olivo. La predominante parte de la idea que la planta se domesticó en la zona que ahora conforma la frontera entre Siria y Turquía, al norte por lo tanto del Creciente Fértil, hace unos 7.000 años. Las variedades domesticadas fueron trasladadas, en sucesivas oleadas y por diferentes civilizaciones, de este a oeste hasta llegar al Magreb y la Península Ibérica. La otra hipótesis es que se produjeron diferentes procesos de domesticación, que fue multilocal. “¿Por qué no podemos suponer que, si en un momento dado se dieron las condiciones para domesticar el acebuche en Oriente Próximo, otros pueblos no hicieran lo mismo en otras zonas del Mediterráneo?”, se pregunta Muñoz. A favor de esta interpretación está la diversidad de variedades locales que tiene el olivo.
El escenario es complejo para los científicos: hay una especie domesticada que es capaz de interactuar con la variante silvestre y de tener descendencia y es, además, una planta de lento crecimiento en comparación a una herbácea, que ralentiza los estudios de campo. A esto se suman los conflictos en la zona de Oriente Próximo, que dificultan la toma de muestras en el hipotético foco original.
Banco de variedades y estudio genético
Por fortuna para los investigadores, la Universidad de Córdoba dispone de una colección de variedades, que junto a la localizada en el IFAPA (Instituto de Investigación y Formación Agraria y Pesquera, constituyen el Banco de Germoplasma Mundial del Olivo. Esta colección está compuesta por ejemplares vivos de diferentes variedades. La colección de la UCO tiene ya unos seis años y está libre de verticilosis, una enfermedad que afecta gravemente al olivo.
A partir de estudios morfológicos y de ADN, los científicos pudieron establecer tres grupos de variedades diferenciados. Por medio de marcadores, se establecieron las características genéticas entre cada variedad. Estos perfiles genéticos (“una especie de código de barras de cada variedad”, explica Muñoz), permitieron generar una especie de árbol filogenético de las muestras almacenadas en el banco, sito en Rabanales. Además, en el estudio se incluyeron muestras de acebuches de España, Cerdeña e Israel.
Las muestras procedentes de Oriente Próximo se parecían más a las del sur de España y Marruecos que a las de la zona central del Mediterráneo. Ubicadas geográficamente, se produjo un efecto curioso: parecía un mapa político de la Edad Media. Mientras que las variedades orientales y peninsulares perfilaban los territorios que ocupó la expansión islámica, primero, y la Corona de Castilla en la Península Ibérica después, las variedades del centro del Mediterráneo reproducían la extensión de la Corona de Aragón con sus territorios extrapeninsulares. No sólo eso, las muestras presentes en América, llevadas por los conquistadores, se parecían más a las del sur que a las del este de España.
“Cuando se publique el genoma del olivo, se podrá ahondar en el proceso de domesticación”, avanza Concepción Muñoz. Por ahora, a pesar de que se refuerza la hipótesis de que la domesticación del olivo se originó en Oriente Próximo queda alguna pregunta por resolver. ¿Qué pasó en el Mediterráneo central? “Hemos hecho un retrato de trazo grueso, ahora falta perfilar las formas dibujadas”, resume la investigadora.