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Lecciones para el futuro de un cultivo milenario

El manejo del olivar

José Ramón Guzmán-Álvarez (1), José A. Gómez (2), Luis Rallo (3)17/12/2012
Desde el punto de vista de la producción agraria, la importancia económica del olivar en Andalucía es incuestionable. Baste recordar que las ventas de aceite de oliva y aceituna de mesa representan en torno al 30% de la producción final agraria y el 3% del PIB total de Andalucía. A esta relevancia económica hay que añadir su repercusión territorial. El olivo es, en gran medida, una excepción geográfica. En ninguna otra parte de Europa hay una concentración similar de una única especie arbórea cultivada en un área tan extensa. A continuación, se muestran los aspectos más destacados a tener en cuenta en el manejo del olivar.
(1) Departamento de Ingeniería Forestal, Universidad de Córdoba, Campus de Rabanales
(2) Instituto de Agricultura Sostenible. CSIC
(3) Departamento de Agronomía, Universidad de Córdoba, Campus de Rabanales
Foto: Vanessa Vanessa
Foto: Vanessa Vanessa.

La poda

La poda ha sido una de las prácticas de cultivo que más conocimiento experimental sistematizado generó en el siglo XX, sobre todo a partir de los años treinta. En las diferentes comarcas se aplicaban sistemas que tenían su origen en el conocimiento empírico. Cada sistema de poda daba lugar al tipo de árbol que se consideraba como el modelo de buen olivo en cada zona olivarera. Cuando fueron sometidos a contraste estos sistemas, inicialmente bajo el impulso de la Estación de Olivicultura de Jaén, germen de la modernización olivarera, se constató la ineficiencia de algunos de ellos. Como consecuencia de ello, las podas en cabeza, afrailados, recepados, descalces y otros tipos de podas intensas han tendido a desaparecer, sustituidas por podas más ligeras.

Cada vez es más frecuente no dejar envejecer al árbol, sino proceder a su renovación total aprovechando para intensificar el marco de plantación. No obstante, en los olivares que fueron instalados previamente a los años noventa todavía son usuales labores de poda como la tala o poda sucesiva de las distintas patas, el afrailado para el rejuvenecimiento o el rebaje de las copas. Un caso especial es la poda a dos ramas o puertos de los olivares de verdeo de Sevilla y Huelva, método que forma árboles con aspecto esquelético; el tronco se divide en una horcadura situada a metro y medio del suelo que origina por lo general dos únicas ramas o puertos (aunque en algunos casos pueden ser tres).

La finalidad de esta disposición es lograr pocas ramas y hojas y un escaso número de frutos, pero siendo éstos de gran calibre. La olivicultura del siglo XXI exige sistemas de poda completamente nuevos que se adapten a las plantaciones intensivas y a las plantaciones en seto. Uno de los grandes retos es la mecanización de esta actividad en la que se está avanzado de manera muy importante, sobre todo en las plantaciones intensivas y en seto.

Labores de cultivo

Las labores de cultivo han variado sustancialmente en las últimas décadas. Previamente a la generalización de la maquinaria impulsada por motores de combustión, la disponibilidad de energía para modificar el agrosistema era limitada: la potencia debida al hombre o a las caballerías (apenas unos caballos de potencia en el mejor de los casos) se ha visto superada en varios órdenes de magnitud con la utilización de la energía fósil. Con ello, la capacidad de intervenir sobre el suelo ha aumentado sustancialmente. Durante los primeros años de la transición de un tipo de tracción por otro (década de los sesenta) fue usual llevar a cabo un gran número de labores (por encima de seis o siete pases, varios de ellos profundos): de hecho, llegó a ser un modo de cultivo avalado por los técnicos. Posteriormente se redujo el número de pases recomendados, aunque el cambio decisivo fue sustituir las labores mecánicas que rompen la capa superficial del suelo por sistemas de manejo del suelo basados en el control de la vegetación, ya sea a través de medios químicos (herbicidas), de la siega mecánica o del pastoreo.

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A raíz de la investigación llevada a cabo desde los años setenta, se han puesto a punto sistemas alternativos al laboreo con suelo desnudo como el mínimo laboreo o el laboreo con cubierta vegetal, que ponen el énfasis en la competencia por los recursos de la vegetación herbácea con el árbol (fundamentalmente por el agua), demostrándose que son apropiados para reducir el riesgo de erosión en muchos de los tipos de suelos en donde prospera el olivar. Sin embargo, como contrapartida indeseada e imprevista, la generalización del uso de herbicidas en el laboreo y para la preparación de suelos para la recolección en cuencas hidrológicas cerradas con monocultivo de olivar ha originado graves problemas de concentración de las materias activas por encima de los límites admisibles en las aguas de los respectivos embalses.

Riego

El riego en el olivar es uno de los aspectos que ha experimentado mayores cambios y que está en la base de la transformación del olivar en los últimos años. El olivo se ha cultivado sobre todo en secano; de hecho, los olivares tenían su 'sitio' en el terrazgo, ocupaban con preferencia ciertos emplazamientos topográficos (los piedemontes en declive, las laderas de lomas y colinas con suelos relativamente poco desarrollados, las laderas soleadas de las serranías esquistosas, etc.). Los olivos de riego solían ser un elemento asociado a las tierras labrantías de vega o, más raramente, aparecían diseminados en pequeñas parcelas que se regaban por inundación. A partir de la segunda mitad de la década de 1970, con la difusión del sistema de riego por goteo, el olivo comenzó a ser también un cultivo de regadío. La relativamente baja dotación que exige para ser rentable(a partir de 1.500 m3/ha es posible obtener incrementos importantes de producción con respecto al secano) ha facilitado la rápida difusión del riego en el olivar.

Los olivares andaluces no comenzaron a ser abonados con fertilizantes químicos de modo generalizado hasta la década de los ochenta. Hasta entonces sólo una fracción de los olivares recibía una fertilización periódica a base de estiércol. Posteriormente, con la intensificación del cultivo, se ha pasado a un uso creciente, y a menudo excesivo, de fertilizantes, en particular en el caso del nitrógeno.

Contra las plagas y las enfermedades

La lucha contra las plagas y enfermedades también ha experimentado una gran evolución. Hasta mediados del siglo XX los sistemas de lucha estaban poco desarrollados. En general los olivos apenas recibían atención en lo que se refiere al control de sus plagas y enfermedades. En las zonas más adelantadas se realizaban peligrosos tratamientos con cianuro y otros compuestos químicos, aunque lo más frecuente era recurrir a prácticas de manejo (airear la copa para reducir la incidencia de la cochinilla, retirar la madera talada para evitar la acción del barrenillo, etc.).

Este panorama cambió con la introducción de los insecticidas, acaricidas y fungicidas de síntesis y su difusión a partir de finales de los años sesenta. Un par de décadas después, respondiendo a la creciente preocupación social por la seguridad alimentaria y la mayor concienciación medioambiental, han surgido modalidades de cultivo que prohíben el uso de productos de síntesis para el control de plagas y enfermedades (olivicultura ecológica) o que racionalizan su utilización, sacando partido de los mecanismos de regulación naturales, recurriéndose al tratamiento con este tipo de productos cuando es obligado (olivicultura integrada). Adicionalmente, han aparecido nuevos desafíos fitosanitarios para los olivares, como el aumento de la incidencia de verticiliosis en nuevas plantaciones y su extensión a zonas donde tradicionalmente no había sido un problema grave.

Los residuos del olivar

Los residuos del olivar también tienen su propia historia. Se pasó de una olivicultura tradicional en la que apenas había residuos, puesto que prácticamente todos los subproductos eran utilizados o reutilizados (aceites de poca calidad para jabonería o iluminación, ramón para las cabras o vacas, alpechín para el riego ocasional, madera para la combustión, etc.), a otro modelo en el que el aumento de la superficie y la especialización condujeron a la generación de residuos molestos. El efluente líquido del proceso de elaboración del aceite (alpechín) requirió de la construcción de grandes balsas jamileras que estuvieron en activo hasta mediados de los años noventa, cuando la sustitución del sistema de elaboración de tres fases por el de dos fue prácticamente total. El sistema de dos fases, por su parte, ha generado otro residuo (el alperujo) con problemas específicos de reciclado en las orujeras, pero que ya no entra a formar parte del espacio agrario, sino del agroindustrial.

Los restos de poda, por otro lado, son considerados como un residuo de la actividad agraria (cuyo destino reciente más extendido ha sido su quema en la propia parcela para su eliminación), cuando, por el contrario, deberían ser vistos como una fuente de fertilización para el propio olivar (facilitándose su incorporación mediante el astillado) o como una fuente renovable de energía (que, en todo caso, debería tener en cuenta los balances de nutrientes y de energía de la explotación en que se producen).

Este reportaje forma parte del estudio 'Sostenibilidad de la producción de olivar en Andalucía', editado por la Consejería de Agricultura y Pesca de la Junta de Andalucía.

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