Los polígonos industriales y la atracción de empresas
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La vuelta de vacaciones por las carreteras y autopistas nos aproxima a unos territorios desconocidos por la gran mayoría: los polígonos industriales. Se hace difícil, desde una mirada fugaz, saber el efecto de la crisis sobre estos espacios. Los agentes especializados estiman que entre un 30 y un 40% del suelo industrial catalán está inactivo, más de 10.000 hectáreas. Una magnitud equivalente a la superficie del municipio de Barcelona o 20 veces el polígono de la Zona Franca. El estado que presentan estos espacios es muy variado: hay polígonos que podríamos considerar ‘por entrenar’ y otros totalmente consolidados que se han ido vaciando, donde las naves desocupadas empiezan a mostrar los efectos del paso del tiempo y de la actuación de una actividad informal, en la mayoría de los casos, de reciclaje de materiales. Ante esta realidad, son muchas las iniciativas, tanto públicas como privadas, que se están desplegando para atraer nuevas empresas que llenen estos espacios y generen ocupación. Pero no es tarea fácil. Con la misma voracidad con que se construyeron viviendas por todo el territorio, con demanda o sin ella, se urbanizaron polígonos industriales, parques empresariales y otros derivados.
Cada año cuenta con dos fechas importantes para llevar a cabo nuevos proyectos y buenos propósitos: enero y septiembre. Este septiembre parecería oportuno aprovechar el tirón para tomar consciencia de la necesidad de nuevas propuestas y políticas más valientes para superar algunos tópicos y repensar algunas prácticas comunes. Para ello, deberíamos clarificar algunas cuestiones previas y no caer en el malentendido de que la crisis pasará y todo volverá a ser como antes.
- ¿Cuánto de este suelo industrial es recuperable y cuánto sobra?
- ¿Qué se debe hacer, quién debe hacerlo y cómo se asumirán los costes para convertir el suelo recuperable en espacios realmente disponibles a nuevos proyectos industriales?
Una interpretación demasiado simplista del reequilibrio territorial ha dejado de lado, muchas veces, la heterogeneidad del territorio y ha supuesto disfunciones y sobrecostes para las empresas instaladas. El territorio físico no es ni isótropo ni homogéneo; por lo tanto, ni todo puede ser ni todo tiene cabida en cualquier sitio. Hay que profundizar seriamente en este punto antes de tomar decisiones que, demasiadas veces, han sido dictadas desde la lógica del mercado inmobiliario y no desde la lógica de la funcionalidad y la competitividad de las empresas instaladas.
Es hora de sincronizar las políticas de promoción económica e industriales con las territoriales y urbanísticas. La falta de una visión compartida —tanto en administraciones generales como en locales— genera contradicciones internas, donde conviven discursos y políticas de promoción económica en relación al tejido industrial, con discursos y políticas urbanísticas que generan dificultades tanto en lo que se refiere al mantenimiento de instalaciones ya existentes como a la llegada de nuevas.