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Un mundo de oportunidades: plantas parásitas

Redacción ProfesionalesHoy28/07/2021

«Algunas personas aseguran que las atrocidades que cometemos en la ficción son aquellos deseos internos que no podemos realizar en nuestra controlada civilización, por lo que en su lugar son expresados a través del arte. No estoy de acuerdo. Creo que el cielo y el infierno son lo mismo. El alma pertenece al cielo y el cuerpo al infierno» (Jack, versículos 20 al 24).

No es una declaración de intenciones, es una explicación final a la obra de su vida: su casa. Una hermosa casa construida con sudor, sangre y huesos. Jack se revuelve contra la ficción y lleva el arte a la realidad más tangible, más palpable. Se satisface artísticamente, en un acto de egoísmo extremo, minimizando la culpa, el dolor e incluso la vida ajena. Jack, por si no había quedado claro, es un psicópata narcisista que se alimenta de su entorno hasta saciarse.

Joe, sin embargo, no llega a ser narcisista. No llega a sentir compasión o empatía, pero tampoco tiene un sentido desmesurado de su propia importancia ni una explicación final de su obra. A veces, sin embargo, se justifica, pero como todo el mundo acaba haciendo ante el peso de los pecados propios. «Tal vez la única diferencia entre las demás personas y yo es que yo siempre exigí más de la puesta de sol. Colores más espectaculares cuando el sol llega al horizonte. Tal vez ese sea mi único pecado» (Joe, 19-22).

No excusemos nosotros a Joe. Su sentido artístico no es el de Jack, y por tanto su moralidad no llega a ser tan límite, pero al fin y al cabo ambos buscan lo mismo: placer, y a toda costa. Y para ello no puedes esperar a la sociedad, tienes que reventarla, actuar a sus espaldas y en muchos casos en su contra. Pero tampoco puedes no tenerla en cuenta. Tienes que utilizarla necesariamente, no puedes separarte de ella. Debes hincarle los colmillos en el cuello y succionar violentamente sin estar atento a si pierde la conciencia. Es el mito del vampiro contemporáneo lo que encontramos en los personajes de Lars von Trier.

Joe retando a la cámara tras la puerta del vagón de primera clase. Crédito: Zentropa.

Es sencillo encontrar paralelismos entre el cine y la realidad. Igual Jack no se equivocaba del todo. En diversos momentos de la historia evolutiva, algunas especies se dieron cuenta de que es más sencillo coger prestado que fabricar. Se calcula que hasta en doce ocasiones fue engendrado un individuo malvado y oportunista que decidió introducir sus tentaculares colmillos en el carnoso cuello de un humilde trabajador para robarle la energía y apoderarse de su inocente alma. En la gran pantalla se mostraría a un muchacho verde de envidia, infeliz, que ve como todo a su alrededor funciona como una gran cadena de montaje perfecta, sin fallos aparentes, en la que él no encaja. Empieza a rabiar contra la sociedad, se siente excluido, se ve enclenque y feo. Ahí una idea empieza a asomar por su plana cabeza, una idea con la que se siente poderoso: si los engranajes no pasan por él, él forzará los engranajes para que lo hagan. Saboteará la gran rueda. Ve a una joven con flores en el pelo. Un ser frágil, cándido, alejado de todo lo que podría ser ruin en el mundo. Es el prota, como espectador sabes que es el malo, pero como todo lo ves desde su perspectiva no puedes evitar que te caiga algo simpático. El director lo sabe, y entonces suena una música roquera, con estilo, de gafas de sol en una playa del Caribe llena de jóvenes muchachas, como diría otra canción. Cruce de miradas, la rubia sonríe. “I´m a vampire, babe, suckin´ blood from the Earth”, suena. El vampiro se acerca. El ser feo y enclenque ahora se levanta erecto en toda su determinación. Una media sonrisa a lo James Dean en un primerísimo primer plano. Un chasquido. Y fundido en negro. Un alivio que no te hayan enseñado la última escena, aunque a la vez te quedas intranquilo por lo que vendrá después. Es el origen de algo malo. Es la semilla del mal.

Aproximadamente 4500 especies de plantas con flores forman parte de este selecto grupo de villanos adoradores de la sangresavia. Este tipo de vampirismo vegetal no es sino una relación de parasitismo, y esos individuos reciben el nombre de plantas parásitas.

La flor más grande del mundo (hasta 11 kilos y 1 metro de tamaño) y una de las más fétidas pertenece a una planta parásita: Rafflesia arnoldii. Crédito: Maizal.

Las flores del mal

No suele haber solo blanco y negro, y hay en este caso un abanico de vampirismos vegetales. En un primer estrato encontramos desde vampiros que alternan una alimentación normal con la alimentación parasitaria, hasta otros que extraen todos los recursos de otros individuos. La alimentación normal en las plantas es la fotosíntesis, o el uso de la energía lumínica como fuente para reducir el carbono del CO2 en sustancias orgánicas. Las plantas hemiparásitas realizan fotosíntesis, pero también consiguen carbono orgánico de otras plantas huésped, y normalmente cuanto menos eficiente sea la fotosíntesis debido a situaciones de estrés o de competencia por la luz, más energía succionan de otras plantas.

En el otro extremo, las plantas holoparásitas adquieren todo el carbono orgánico de otras plantas. Es por ello que, en algún momento, al especializarse tanto en robar, perdieron toda capacidad fotosintética, no poseyendo clorofila (por tanto no son de color verde), y presentando unas alteraciones morfológicas complicadas y distantes al concepto común de planta.

Inflorescencia emergiendo de la planta holoparásita Hydnora abyssinica, a veces tildada como la planta más extraña de la naturaleza. Crédito: plantnet.

Y entre ambas encontramos diversas estrategias intermedias a las que se aferran plantas cuya eficiencia fotosintética es muy reducida o está acotada a periodos muy concretos de su desarrollo. Por ejemplo, las especies del género Cuscuta obtienen todos los azúcares de otras plantas, pero aun así sí mantienen una fotosíntesis muy rudimentaria que usan exclusivamente para la síntesis de grasas que acumulan en sus semillas para que su progenie sea capaz de subsistir hasta encontrar un nuevo huésped. Con un objetivo similar, algunas especies del género Arceuthobium destinan la exigua actividad fotosintética a suplementar los tallos que sostienen las flores y los frutos, siendo el resto de la planta totalmente dependiente del huésped. Otras plantas como ciertas especies de Tozzia o Rhynchocorys son totalmente dependientes del huésped durante gran parte de su vida, hasta que emiten tallos verdes fotosintéticos destinados a la reproducción. Casi todas estas estrategias intermedias se basan en usar la fotosíntesis solo como sostén de la reproducción sexual o del desarrollo temprano, los dos momentos más críticos para la perpetuación de una especie, y hay casos tan curiosos de aprovechamiento de la fotosíntesis como el de los muérdagos hemiparásitos (como el típico muérdago de Navidad, Viscum album), que han desarrollado actividad fotosintética en el endospermo (algo muy raro en las plantas con flor), la capa de tejido materno que rodea al embrión en la semilla, para dotar de energía a la plántula recién germinada en sus esfuerzos para atravesar la gruesa epidermis de su futuro huésped.

Arceuthobium oxycedri es un hemiparásito de tallos que parasita sabinas y enebros en diversas zonas de España. Crédito: Universidad de Murcia.

Lo que hacemos en las sombras

Aunque queda implícito en el símil del vampirismo, las plantas parásitas se alimentan de otras plantas mediante el acceso como colmillos en el cuello de unos órganos especializados denominados haustorios en el sistema vascular de su víctima. Todas las plantas parásitas poseen esta estructura, formada desde el tallo o las raíces, y les permite anclarse, invadir, conectarse y transferir los nutrientes.

De manera paralela a los dos tipos de vasos ̶ venas y arterias ̶ presentes en los seres humanos, las plantas poseen xilema y floema. El primero es constituido por tubos huecos, conductos formados por células muertas y endurecidas que transportan la savia “bruta” (agua, minerales y algunos nutrientes del suelo), mientras que el segundo está conformado por células vivas que forman una especie de canal fluido por el que se transporta la savia “elaborada” (agua, nutrientes, hormonas, y sobre todo azúcares) desde los órganos fuente (órganos fotosintéticos o de reserva) hasta los órganos sumideros (el resto de la planta). La mayoría de hemiparásitos, aquellos parásitos fotosintéticos, al tener activa una forma de alimentación propia, la fotosíntesis, extienden sus haustorios penetrando en el xilema, donde el carbono orgánico es limitado y por tanto la recompensa es sobre todo agua y minerales. Al igual que un vampiro necrófago o de cadáveres no se atrevería a codearse con los vampiros que atormentan a los vivos, si en el mundo natural existiera el mérito, parasitar un tubo hueco y muerto no estaría muy bien valorado por la facilidad (la simple penetrancia a través de un entramado sinuoso). Estos parásitos normalmente tienen un espectro de huéspedes bastante amplio además por no haber demasiada defensa en esta zona de la planta.

Nuytsia floribunda o árbol de Navidad es un árbol parásito australiano que parasita las raíces de las gramíneas que crecen a su alrededor. Crédito: ABC Great Southern.

Los holoparásitos, aquellos que no hacen fotosíntesis y se alimentan exclusivamente de sus huéspedes, no pueden solo alimentarse del xilema, pues se morirían de hambre. Necesitan un fluido más nutritivo, energético. Solo así es como consiguen independizarse de la fotosíntesis y por tanto de la luz solar. Estos moradores de las tinieblas se extienden más allá y penetran en el floema, donde encuentran un Dorado en el que vivir. Sin embargo, y allá la meritocracia, el floema es tejido vivo, y por tanto se acciona toda la maquinaria de defensa disponible por parte del huésped. Es así como estas plantas solo son capaces de parasitar determinadas especies a las que son capaces de desarmar.

Y si hay diferencias en la existencia o no de fotosíntesis y en el vaso que parasitan, también las hay en función del órgano en el que se establece la relación. La mayoría de vampiros vegetales son hemiparásitos de raíces, seguidos de los parásitos de tallos. En menor medida encontramos holoparásitos (esas plantas que no son verdes y tienen estructuras complejas) de raíz. Y el grupo más reducido son los parásitos endofíticos, como Cytinus hypocistis, los cuales se desarrollan completamente dentro de las raíces de sus huéspedes, y normalmente lo único que vemos de ellos son sus inflorescencias, que acaban emergiendo por su tamaño de la víctima.

Monotropa uniflora o planta fantasma, que presenta el aspecto de un hongo, parasita las micorrizas de los árboles cercanos. Crédito: TalkPlant.

“Se escriben con g: los verbos terminados en -ger y -gir…”

Las plantas hacen la fotosíntesis, “…salvo tejer y crujir”. Siempre hay excepciones a la regla. Y en este caso “tejer” son las plantas holoparásitas, que obtienen toda su alimentación de otras plantas, y “crujir” las plantas plenamente micoheterótrofas. Para construir un contexto, la gran mayoría de las plantas establecen micorrizas o simbiosis mutualistas con hongos en las que los dos se ven beneficiados: las plantas intercambian compuestos orgánicos producto de la fotosíntesis por minerales del suelo captados por el extenso entramado de hifas del hongo. Todos ganan, y algunos holoparásitos como Cytinus hypocistis se aprovechan de ello vampirizando con mayor frecuencia plantas con micorrizas. Pero hay un caso más oscuro. Sueñas que una sombra se cuela de noche por la abertura de la ventana. Es una noche caliente, das vueltas en la cama. Escuchas un ruido. Te da miedo abrir los ojos, y más cuando crees moverse algo a través de tus párpados. Qué tontería, piensas. Toby, tu perro, que tiene seis sentidos por lo menos, ladraría. Abres los ojos. Qué calor hace. Tienes sed. Te levantas. Te convences para no encender la luz mientras repites que qué tontería tener miedo en tu casa. Vives en un quinto, es imposible que nadie entre por la ventana. Hace tanto calor. Abres el grifo, llenas el vaso, bebes sin cerrarlo, sabes que vas a querer más. Qué raro que Toby no se haya despertado, normalmente parece que pasa toda la noche esperando a que te levantes. ¿Toby? Vas al salón, enciendes la luz. El agua en la cocina sigue corriendo. En los espesos bosques, donde los grandes árboles compiten por la luz, las zonas inferiores están prácticamente en penumbra. Cuando un árbol muere, unas plantas elegidas germinan a toda prisa para ser las que consigan ocupar ese reducido espacio. Solo quedará una, quizá dos en esa lucha entre cientos. Y mientras tanto una suerte de Morlocks se retuercen y boquean en las sombras por sobrevivir empleando métodos de baja estofa. Por ejemplo, un grupo de plantas, como algunas orquídeas o la conocida como planta fantasma (Monotropa uniflora), seducen con cantos mutualistas a algunas micorrizas y hongos de vida libre para adherirse a sus hifas y obtener todas sus necesidades de carbono y minerales de estos. Como en el caso de antes, el árbol alimenta a su micorriza, que a su vez le devuelve un beneficio (llámalo amor, compañía o minerales del suelo), y la planta micoheterótrofa deja seco a Toby. Pobre Toby. Autor: Gerardo Carrera Castaño.

Lo que de verdad hacen los vampiros en las sombras. Crédito: Paramount Pictures.

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