De los nombres a las pistas (II)

La iluminación artificial de hoy en día nada tiene que ver con la de hace 30 o 40 años, cuando la iluminación doméstica, museística o escenográfica estaban dominadas, principalmente, por la luz incandescente o de tungsteno y en sectores como el retail, las oficinas, las industrias o la vía pública encontrábamos tecnologías como la fluorescencia o los gases de descarga.
Esto se traduce en que el usuario estándar de aparatos de iluminación se tenía que preocupar de reemplazar las lámparas cuando se fundían y de poco más. Conceptos como el de la temperatura de color se reservaban para ámbitos más profesionales, y aparatos tales como transformadores, reactancias o arrancadores eran manipulados en ámbitos muy específicos.

La aparición de la electrónica como elemento ya prácticamente indivisible de la iluminación, como comentábamos en la edición anterior, introdujo una serie de tecnicismos y complejidades que, si ya nos comportan bastantes dudas a los profesionales del sector, imaginemos cómo afectan a un público general que simplemente quiere disfrutar de buena iluminación sin complicaciones.
Temperatura de color vs. CRI: ¿Recuerda nuestro lector o lectora cuando iba a la ferretería a comprar una lámpara (comúnmente conocida como bombilla, tal como explicábamos en el número anterior) y solamente se tenía que preocupar por elegir el casquillo correcto (E27 o E14, básicamente) y de su potencia?
Hoy en día, una de las primeras preguntas que nos harán es ¿de qué temperatura de color la quiere? El problema es que la respuesta no es siempre fácil y que, incluso dando la respuesta ‘correcta’ no siempre obtendremos el resultado esperado.

En muchas ocasiones, las discrepancias se deben a factores totalmente subjetivos o a preferencias personales. Por ejemplo: según las clasificaciones universales, una temperatura de color de 3000K se considera cálida. Sin embargo, a muchos nos sigue pareciendo excesivamente ‘blanca’ y preferimos temperaturas de 2700K o, incluso, valores inferiores. No obstante, las discusiones en torno a las temperaturas de color cuentan con muchos otros ingredientes.

Existen muchos mitos que ya hemos comentado acerca de las temperaturas de color como, por ejemplo, que en las cocinas y baños de casa es adecuado poner luz fría. Hemos desmentido frecuentemente esta afirmación y hemos explicado que la asociación de estos espacios con la luz fría es porque fueron los primeros en contar con iluminación fluorescente, la cual inicialmente sólo se fabricaba en temperatura de color fría.
Por otro lado, se da el hecho objetivo de que, contra toda lógica, una supuesta misma temperatura de color varía mucho en función del fabricante de la fuente de luz, así como de la fecha de compra de la misma. De este modo, una lámpara de temperatura de color de 2700K de uno u otro fabricante pueden verse totalmente distintas, o incluso dos lámparas de un mismo fabricante, pero compradas con dos o tres años de diferencia.

Los factores que influyen en este hecho son tantos que resulta difícil resumirlos. La explicación principal es que, así como con las lámparas incandescentes o halógenas se contaba con un elemento esencial que es el filamento de tungsteno, o en las lámparas fluorescentes o de descarga se contaba con unas mezclas muy concretas de gases muy específicos, la iluminación con diodos LED depende de muchos más elementos.
Las lámparas LED de espectro blanco de uso doméstico y profesional con las que contamos actualmente cuentan con diodos LED de luz azul, que son recubiertos por distintas capas de fósforo (material fluorescente) que absorben algo de la emisión azul y generan luz amarilla por fluorescencia. En función de las capas de fósforo y del color de las mismas (más amarillo o más anaranjado) se consigue una luz más fría o más cálida.
La calidad de los elementos utilizados influirá mucho en el resultado final de la luz y en la fidelidad con la que reproducirá los colores de los objetos iluminados. Por ese motivo, además de la temperatura de color es muy importante tener en cuenta el CRI de una fuente de luz, que es la medida cuantitativa que nos informa sobre la capacidad de esta fuente de luz para reproducir fielmente los colores de los objetos, en comparación con una fuente de luz ideal o natural.
La conclusión es que muchas de las diferencias que percibimos entre fuentes de luz que se suponen de una misma temperatura se deben a que su CRI no es el mismo.

¿Regulable? Con esta interrogación entramos en una de las más temidas pesadillas a la que nos enfrentamos los profesionales del sector. Volviendo a la comparativa con el pasado entenderemos mejor el porqué.
En la década de los 80 se hicieron muy comunes las lámparas halógenas dicroicas (conocidas a veces como ‘ojos de buey’ por motivos que desconozco) y las halógenas tubulares, convirtiéndose prácticamente en las reinas de la iluminación en muchos sectores hasta hace bien poco. Con ellas llegaron también los reguladores de intensidad en forma de pequeña rueda, en el caso de interruptores de pared o de tecla desplazable, en el caso de interruptores para luminarias de pie, por ejemplo.

Este sistema es conocido como ‘corte inicio de fase’ o TRIAC y resulta totalmente compatible con lámparas incandescentes o halógenas de bajo voltaje con transformador magnético bobinado. Eso significa que, por aquel entonces, este sistema de regulación servía para casi todos los sistemas de iluminación presentes en cualquier vivienda, restaurante, hotel o museo exceptuando las lámparas fluorescentes o de descarga.

Más adelante, con la aparición de transformadores electrónicos, surgieron los reguladores de corte de fase final. Estos, además de ser compatibles con los sistemas anteriores, también son compatibles con halógenas de bajo voltaje con transformador electrónico, lámparas de fluorescencia o descarga equipadas con transformadores electrónicos compatibles y lámparas LED con electrónica compatible. En ambos casos no se requiere de cables adicionales: con el corte de fase se corta la señal de 230v que entra en el driver de la lámpara y este, a su vez, regula la luz dependiendo de la información recibida.
Esta necesaria (y no siempre posible) compatibilidad entre sistemas electrónicos es la que requiere mucha atención. Las tiras LED, por ejemplo, que funcionan a voltaje constante, son difíciles de regular por corte de fase. Las fuentes de alimentación necesarias compatibles con este sistema tienen un precio muy elevado y pueden dar lugar a parpadeos incómodos (flickering), especialmente en intensidades bajas.

Teniendo en cuenta que hoy en día casi toda la iluminación es con tecnología LED es más recomendable realizar las regulaciones de intensidad con sistemas diseñados específicamente, como la regulación 1-10V o la regulación Push. Estos sistemas requerirán de un cableado adicional que se encargará de enviar la señal desde los dispositivos de control o interruptores hasta los ‘drivers’. No obstante, su funcionamiento será mucho más efectivo permitiendo un rango de regulación muy superior, más suave, progresivo y sin parpadeos.

Como elemento adicional a estos métodos de regulación mediante el envío de señales entre los dispositivos de control y los drivers aparecen los sistemas de domótica que, gracias al uso de un software específico de programación, permiten el control de las lámparas o luminarias de forma individual o por agrupaciones, así como diseñar escenas de luz. En este caso podríamos diferenciar entre el sistema DALI, que requiere de cableado adicional y una unidad de control, o las Apps Bluetooth (Wiz, Tuya, Casambi) que sustituyen el cableado adicional por el envío de las señales ‘Wireless’ o sin cables.

La cuestión es en la fase inicial de cualquier proyecto y, sobre todo, antes de adquirir cualquier producto, decidir un sistema de regulación y asegurarse de las compatibilidades. ¿Regulable? Sí, pero ¿cómo?
Llegados a este punto, esperamos que estos dos artículos sobre nomenclatura específica hayan dado suficientes pistas al lector o lectora. Y si no es así, los profesionales estamos siempre a su disposición para resolver cualquier duda y afrontar el reto de conseguir una buena iluminación.