De los nombres a las pistas (I)
En este artículo trataremos de clasificar y dar explicación a algunos de los errores más comunes cometidos a la hora de hablar sobre iluminación artificial, analizando su posible origen y sus consecuencias.
- ¿Lámpara o luminaria? Se trata de la confusión más clásica. Es el claro ejemplo de un caso en el que simplemente existe una forma diferente de denominar un objeto o concepto entre el público especializado y el público general. En el argot profesional denominamos ‘lámpara’ a aquel objeto que emite luz cuando se conecta a un casquillo adecuado y se procede a pasar corriente eléctrica por su interior. Sería lo que en lenguaje común se conocería como ‘bombilla’.
En cambio, por ‘luminaria’, en argot profesional, nos referimos a aquel utensilio o aparato que, colgado o sostenido sobre un pie, sirve de soporte a una o varias lámparas artificiales. Paradójicamente, en lenguaje común, a esto se lo conoce como ‘lámpara’.
Es decir, lo que en lenguaje común se conoce como ‘bombilla’, en lenguaje profesional se conoce como ‘lámpara’; y lo que en lenguaje común se conoce como ‘lámpara’, en lenguaje profesional se conoce como ‘luminaria’. Técnicamente no se trata de un error, ya que, si acudimos a la Real Academia Española, la primera definición que encontramos de la palabra ‘lámpara’ es precisamente la que en lenguaje profesional correspondería a ‘luminaria’, pero estamos de acuerdo en que supone un tremendo engorro.
Afortunadamente, la gran mayoría de fabricantes y proveedores de iluminación usan la palabra ‘luminaria’ en sus catálogos para referirse al aparato (luminarias de interior, luminarias de exterior, luminarias de pie, luminarias de sobremesa…), con lo que poco a poco esta palabra va calando en el lenguaje coloquial. No es tan común, en cambio, el uso de la palabra ‘lámpara’ para referirse a la fuente de luz, pero poco a poco más proveedores se están sumando a esta nomenclatura técnica.
- ¿Tira LED o LED? Este caso sería el que personalmente más molestia me causa, ya que no tiene otro fundamento que la simple confusión.
Es muy frecuente que tanto clientes particulares como despachos de interiorismo indiquen que quieren un ‘LED’ sobre la encimera de la cocina o en un foseado. Por el contexto podemos llegar a entender que lo que quieren en realidad es una tira LED (es decir, una tira normalmente flexible que en una de sus caras tiene una sucesión alineada de diodos LED, más o menos separados entre sí), aunque no siempre nos resultará tan fácil.
Podría darse el caso que pidan el ‘LED' para el baño o para el salón, sin dar pistas sobre si lo que quieren es una tira LED o un downlight LED, por ejemplo.
Supongo que el origen de esta confusión se debe a que uno de los primeros campos de aplicación de la tecnología LED en iluminación arquitectónica, hace ya varios años, fueron precisamente las tiras LED, que supusieron una gran innovación, ya que, exceptuando los neones hechos a media, no existía antes un sistema lineal de iluminación que pudiese adaptarse a formas curvas libres. Otros productos como los downlights o los proyectores ya existían desde hace mucho tiempo, con lo que el hecho de que se adaptasen a la tecnología LED no fue tan significativo.
En todo caso, lo correcto, y aquí no cabe discusión, es referirse siempre a la tira LED como lo que es: ‘tira LED’. Y si queremos abreviar, será mejor escribir ‘tira’, que se seguirá entendiendo (por el momento, las tiras son siempre de diodos LED, no las hay con otra fuente de luz), y no ‘LED’, ya que podría hacer referencia a un amplio abanico de productos (del mismo modo que ‘vehículo’ podría hacer referencia tanto a un camión como a una motocicleta).??
- ¿Watts o lumens? Llegamos posiblemente al caso más interesante de este artículo, ya que no estamos ante un simple error de lenguaje, sino ante un error conceptual más profundo.
Históricamente se ha asociado la potencia o consumo de una fuente de luz (W) con su flujo luminoso (lm). No es que esta asociación sea falsa, pues, por lo general, cuanta más potencia consume una fuente de luz, más cantidad de luz da, pero tampoco es estrictamente verdadera, ya que la relación entre ambos conceptos no es directa.
Cuando a principios del siglo XX la única fuente de luz artificial existente era la incandescencia tenía cierto sentido relacionar directamente su potencia con su flujo luminoso: una lámpara de 25 W daba ‘una cuarta parte de luz’ que una de 100 W, así de sencillo. Sin embargo, posteriormente aparecieron nuevos tipos de fuente, como la fluorescencia, los gases de descarga o el LED y cada una trajo consigo una distinta relación entre lo que consumía (W) y lo que alumbraba (lm).
Por este motivo, se estableció el concepto de rendimiento, medido en lm/W. Este relaciona la potencia consumida con la cantidad de luz que da un tipo de fuente determinada. Para entendernos: por un Watt de consumo, mide cuántos lumens alumbra cada fuente de luz. De esta manera, podemos determinar que una lámpara incandescente, por ejemplo, tiene un rendimiento de unos 15 lm/W, una halógena unos 25 lm/W y una lámpara fluorescente compacta unos 60 lm/W.
En las fuentes de luz LED el rendimiento ha ido variando a medida que se ha ido perfeccionando la tecnología tanto de los propios diodos como de su electrónica asociada. Las primeras lámparas LED que salieron al mercado para el consumo general apenas superaban los 50 lm/W. Posteriormente, ya fue fácil encontrar rendimientos de entre 80 y 100 lm/W y, en la actualidad, algunas marcas como Philips ya han sacado al mercado lámparas con un rendimiento de hasta 200 lm/W.
Lo ideal es que el propio fabricante especifique el rendimiento del producto en un lugar visible de su etiqueta; Ikea lo empezó a hacer en todas sus lámparas hace más de 15 años, por ejemplo. No son demasiados los proveedores para público general que lo mencionan, es algo más común en la iluminación profesional, pero lo que sí que deben especificar por obligación, además de la potencia (W) es su flujo luminoso (lm), con lo que haciendo la división ya tendremos el rendimiento de forma fácil.
El problema en el que quiero incidir es que la gran mayoría de público, tanto general como especializado, sigue desconociendo el concepto de rendimiento y, por tanto, sigue previendo la cantidad de luz que le dará una lámpara, sistema o luminaria en función de su consumo, y esto es un gran error.
Pongamos por caso que estamos diseñando el sistema de iluminación para una oficina y queremos poner un sistema de módulos lineales para iluminación general. Tenemos dos opciones sobre la mesa: un fabricante que ofrece módulos lineales de 22 W y otro que los ofrece de 36 W. Si analizamos las dos opciones de forma errónea, podremos pensar que, como que queremos mucha luz para trabajar bien, nos quedaremos con la opción de 36 W, ya que aparentemente ‘da más luz’.
El problema es que no hemos leído en la ficha técnica que el sistema de 36 W tiene un rendimiento de solamente 80 lm/W, ya que se trata de una partida de diodos LED bastante antigua, mientras que el sistema de 22 W es de fabricación más reciente y tiene un rendimiento de 160 lm/W. El resultado es que los módulos de 22 W tienen un flujo lumínico de 3520 lm, mientras que los módulos de 36 W tienen un flujo de 2880 lm.
Como que no hemos leído correctamente las fichas y, por tanto, hemos obviado el concepto de rendimiento, hemos terminado comprando un sistema que va a estar consumiendo más potencia y, además, va a dar menos luz. Por eso es importante familiarizarse con algunos conceptos útiles del campo de la iluminación, para dar con el sistema adecuado y no caer en engaños o confusiones.
En posteriores artículos seguiremos analizando otros casos interesantes que nos pueden seguir dando pistas esenciales, como la temperatura de color o los sistemas de regulación.