Cómo escribir un blog que nos ilumine sobre el contagioso virus de la luz
Nota: Este texto parece que empiece de broma, pero no, porque acaba muy en serio. Reconozco que me he inspirado en el amigo Gustavo, quien escribió sobre la bulimia y la anorexia visual, así que yo escribiré sobre la locura luminosa, el virus lumínico, de apariencia invisible pero que en realidad posee un espectro amplio y te ciega.
El artículo de hoy es una especie de pájara mental gigantesca, una especie de cajón de sastre donde cabrán muchas de las pájaras mentales que me hago frecuentemente, como, por ejemplo: ¿Qué es la luz? ¿Por qué ilumino? ¿Para qué? ¿Para quién? ¿Y cómo? ¿Con qué? Responder estas simples preguntas me llevaría un par de semanas y no tenemos tanto tiempo, así que iré al grano: Pues no lo sé. Pero escribiendo sobre la marcha intentaremos aclararlo un poco.
La primera vez que iluminé algo fue a los cuatro o cinco años, cuando estirándome un poco ya llegué por fin al interruptor y al sentir el “click”, me emocioné, vi cómo se desplegaban poco a poco los rayos de luz de la bombilla incandescente sobre todos los objetos, provocando sombras y contrastes, mejorando mi visión que empezaba a ser difícil, conforme caía la tarde.... y de repente sentí una enorme felicidad interior, una especie de calma total, el nirvana, el súmmum, fue un momento orgásmico y eso que solo tenía 4 años, y así fue, según recuerdo, cómo empecé a dedicarme a esto de la luz. Si te lo crees sigue leyendo, y si no, también. Que pronto viene lo bueno.
Un poco más tarde, a los 13 o 14 años, mi padre compró una buena cámara fotográfica, una Canon AE-1, que empecé a usar a todas horas, y aún la recuerdo perfectamente con su objetivo super LUMINOSO de 50mm y f 1:1,4. Aquel numerito del 1:1,4 me causaba curiosidad, me costó muchos años volver a tener un objetivo tan luminoso. Salían unas fotos estupendas, luminosas y con “profundidad de campo”. Poco después “disfruté” de un regalo solo para mí: una cámara fotográfica “para niños”. Era solo para mí, una Werlisa, ¿con una f 1:?. Aún conservo muchas imágenes en papel, pero todas amarillentas, anaranjadas, horribles. En mi pequeña mente creada para analizar la luz, la imagen, aquellas penosas imágenes me hicieron ver que lo barato sale caro, y que una buena imagen vale más que diez mil palabras. Nunca más volvería a usar una mala cámara, igual que no prescribo una luminaria de tercera.
Y ahora empieza la parte seria, cuando me inocularon el virus, el contagioso virus de la luz
Era mi primer trabajo de verdad, empecé en una empresa llamada Erco, cuando yo ya tenía casi 25 años y hasta me compré una americana y varias corbatas (en aquellos años se llevaban, lo digo en serio). Aquel primer jefe me dijo que, de todos los empleados que conocía, una vez habían probado trabajar en iluminación ya era muy difícil salirse, que ya se dedicaban para siempre, como si una especie de virus contagioso les obligara. En aquel momento yo aún no estaba contagiado, pero ya faltaba poco. Una persona que me influyó muchísimo no fue este primer jefe, sino el experto profesor Joaquim Adell. Una vez que pasé por sus charlas técnicas sobre iluminación, me dije: “Esto es lo mío”. Y una frase así solo la he dicho unas pocas veces en toda mi vida. Pondría otros ejemplos, pero nos desviaríamos del tema. Vayamos al grano de nuevo. Enfoquémoslo.
Al cabo de unos 17 años volví a decir “esto es lo mío” cuando descubrí la profesión de “diseñador de iluminación”. Yo trabajaba en Martin y entonces conocí de cerca el trabajo de varios lighting designers europeos, y también nacionales. Quedé tan impresionado por esta forma de presentar la iluminación que ya no pude escaparme, quedé atrapado, contaminado, contagiado, y desde entonces en mi cerebro sentí una especie de “click” irreversible, dejé de interesarme por otros temas para centrarme todavía más en la luz. En experimentar con luz.
¿Y ahora qué? ¿Tiene cura esta enfermedad?
Pues no hay buenas noticias, no hay cura, es para siempre. Veamos:
Cuando ya creía que conocía mi profesión, y quizá empezaba a aburrirme, porque parecía que me sabia de memoria los recursos, los datos técnicos y las formas de hacer proyectos, todo cambió. Empecé a iluminar con fibra óptica, luego con color, mediante luz blanca y filtros, y poco después con led, después aplicando control, y más tarde practicando con todos aquellos softwares que se me resistían inicialmente. Durante los últimos 10 años ha sido un no parar de aparecer novedades técnicas, mejores fuentes de luz, nuevas formas de controlar, mejores eficacias, más versatilidad, flexibilidad, miniaturización, y de nuevo mejoras en la eficiencia energética, mayores posibilidades técnicas en todos los aspectos.
El periodo híper tecnológico que vivimos es ya una época de rizar el rizo, de hacerse una “permanente” total, es el cambio imparable. Las tendencias en iluminación son pura filigrana. Posiblemente el cambio es todavía “pequeño” en comparación a cómo han cambiado nuestras vides con el omnipresente smartphone o cómo va a cambiar con los conceptos “IoT” y otros similares.
Pero, de entre todos los cambios, el mayor cambio para mí fue el descubrir que la mejor forma de presentar los proyectos de iluminación, debía ser mediante imágenes, mediante infografías y de la forma en que la luz se percibe: a través de la vista, las emociones, o a través de los sentidos. De alguna forma, estaba volviendo a ser aquel niño que se maravillaba con las fotografías, con los contraluces, con los contrastes sobre el papel.
Se acabaron los números y los cálculos interminables. Éstos sólo deben ser un complemento, una justificación, pero no han de ser la base de un proyecto, los números y las palabras ahora ya no son suficiente. Porque la iluminación es vida, es salud, es percepción, es energía y es al mismo tiempo imagen, sorpresa, necesidad, seguridad, alimento, creatividad, obligación, calmante, y sobre todo, la iluminación es una forma de vida, casi una religión, una permanente pasión y una enfermedad incurable. Algunos la llaman “el gusanillo” y otros la sienten como una música, como una emoción, como una constante vital, que nos controla el reloj interior…
He dicho que acabaría en serio, y me he impuesto en un compromiso difícil de cumplir. En serio os digo que el próximo blog, que lo escribiré dentro de pocas semanas, esta vez sí, irá muy en serio, tendrá sus números y sus gráficos y sus textos y sus explicaciones técnicas, pero es que hoy necesitaba desahogarme, explicar ese hecho inexplicable que me hace decir a veces que “yo trabajo por placer”. Quizá alguien me comprenda, puede que algún loco de la luz me entienda. Como me dijeron la semana pasada, probablemente soy un fanático, un light-coholic, un entusiasta de la luz. Como alguno de vosotros. Y si habéis leído hasta aquí es que estas locos como yo, tenéis el virus, sin duda. No intentéis curarlo, pues no es posible.
El próximo día trataremos un tema muy serio. ¡Salud y luz!