Dureza, Sumisión e Indefensión
En la actividad agropecuaria española, avanzamos de terremoto en terremoto y, lejos de atender a la nueva configuración, tras cada desastre, aireamos los pedazos como trofeos arrojadizos contra ideas, acciones, estudios y esfuerzos que tratan de contribuir a calmar, aclarar y modificar las tensiones y los choques sectoriales.
En la actividad agropecuaria española, avanzamos de terremoto en terremoto y, lejos de atender a la nueva configuración, tras cada desastre, aireamos los pedazos como trofeos arrojadizos contra ideas, acciones, estudios y esfuerzos que tratan de contribuir a calmar, aclarar y modificar las tensiones y los choques sectoriales.
De cada sacudida, lo más importante es la decisión de prestar atención a las nuevas situaciones surgidas, reconocer los puntos emergidos a lo largo de la cadena profesional e integrarlos, aprovecharlos y apostar por algo que mejore la disposición anterior. Parece que no tuviéramos tiempo para eso, o que no quisiéramos hacerlo incluso, así que retamos, enarbolamos las armas, encampanamos las actitudes, aderezamos las movilizaciones, arrojamos estadísticas, cifras, balances, sumas y restas, y nos sentamos a celebrar no se sabe qué.
Cogemos con una mano la tensión y la pasamos a la otra mano intensificada. La solución suele revestir forma de promesa y no contenido de propuesta.
No se trata de la botella medio vacía o medio llena, se trata de reconocer y utilizar bien el líquido que tal botella contenga y de no dejar que se descomponga o se evapore sin haberlo aprovechado.
Entre el productor agropecuario y el consumidor se extiende una cadena engarzada por múltiples eslabones y, como bien sabemos, en cada uno de ellos existe un riesgo de tensión con el siguiente, de manera que tanto las causas externas como las internas alteran negativamente la fortaleza y la energía total de la cadena. A ésta, además, se le han añadido eslabones nuevos e imprescindibles en la producción, comercialización y venta actuales: la investigación y desarrollo, por un lado; la de la economía comunitaria y el mercado global, por otro, citando tan solo un par de ellos.
Las alternativas más positivas suelen ser las que se encuentran con mayores dificultades a la hora de su aplicación y aprovechamiento. Por el contrario, las que tienden a repetir los errores y a remachar los clavos de lo obsoleto suelen encontrar casi siempre su redundante eco. No es esto, no es esto -¿les suena?- lo deseable.
La apuesta necesaria hoy día para nuestros productos es la de la calidad y la de nuevas estrategias comerciales, y toda la cadena ha de ser extremadamente consciente de ello. No es cierto que España no quiera saber nada de tal cosa, no es cierto que no se esté atendiendo y apostando por ella; sí lo es, lamentablemente, que no se esté afrontando con los reflejos, la convicción y las medidas idóneas ajustadas a la exigencia que tal apuesta requiere.
En este panorama, las asociaciones agrarias tienen que reforzar su papel de asesoramiento y de correa de transmisión entre productores, MAPA y Consejerías autonómicas, sin politiqueos, personalismos e ideologizaciones entorpecedoras. Por su parte, las cooperativas han de tener siempre ajustada su positiva capacidad en la cadena de comercialización, con medios, firmeza y campo de acción suficiente, sin abonar el disgregamiento, sin competir deslealmente, con una profesionalización cada vez mayor y con exigencia legítima tanto hacia un lado de la cadena como hacia el otro; y a agentes, mayoristas y asentadores hay que limarles los colmillos, para que los márgenes de su casi ilimitada capacidad especulativa no puedan lastrar el recorrido de la producción agropecuaria española con el peso de su inmoderada glotonería.
Del primero y del último eslabón, el productor y el consumidor, depende el resto, pero nadie lo diría, y la indefensión y la sumisión cabalgan juntas tanto para el primero como para el último.