Entrevista a Jordi Cambray, técnico del Servicio Técnico de Poscosecha del Irta de Lleida
10 de octubre de 2011
A medida que las noticias sobre crisis alimentarias empiezan a copar los medios de comunicación, aumenta también la inquietud acerca del origen y el estado de los alimentos que consumimos. En general, ¿la sociedad es consciente de los procedimientos de trazabilidad y seguridad que se llevan a cabo en el sector alimentario? ¿A qué se debe que el interés público en estos ámbitos se dé únicamente cuando se produce una alerta sanitaria?
Formulada así esta pregunta, soy de la opinión que la población, en general, no es consciente de los procedimientos de trazabilidad y seguridad alimentaria. De lo que sí es consciente es que existen unos controles y mecanismos para detectar y buscar el origen del problema en los productos de consumo.
Tras la crisis de la 'E. Coli', lo que sí ha cambiado es el hecho que los medios de comunicación han empezado a hablar del concepto de trazabilidad, debido al hecho que el sector hortofrutícola, las autoridades y la distribución conocen y utilizan éste termino. Otro tema diferente es cómo se gestiona un caso de crisis alimentaria cuando este trasciende a la opinión pública. Al respecto, todas las partes implicadas –entes públicos, medios de comunicación y profesionales del sector– deberían reflexionar y provocar un debate que permitiera facilitar información sin provocar alarmas innecesarias.
Hace cinco meses apareció en los medios lo que en un principio se conoció como ‘crisis del pepino’ y posteriormente crisis de la 'E.Coli’. Básicamente, ¿en qué se diferencia la trazabilidad que se efectúa en la cadena de suministro hortofrutícola de la que se sigue en otros alimentos frescos?
En los últimos años, el sector hortofrutícola ha realizado un gran esfuerzo para implantar, en primer lugar, los sistemas de trazabilidad, con ayudas de la Administración, y en segundo lugar, la mejora posterior de los mismos, una vez implantados. La introducción y mejora de los sistemas de trazabilidad ha permitido que los productos hortofrutícolas estén al mismo nivel de los otros productos frescos que se pueden hallar en el supermercado. Sin embargo, algunos establecimientos todavía cuentan con algunos puntos negros en lo que a productos hortofrutícolas se refiere. Hablamos de las presentaciones a granel, donde el producto proviene de orígenes diferentes y finalmente se mezcla, presentándose así al usuario. En estos casos, la solución es difícil: ya no está en la mano del sector hortofrutícola sino en la de la cadena de distribución. Y desde luego, en última instancia, de aquellos consumidores que consideran los productos a granel de mejor calidad o más económicos.
¿Cuáles son las tecnologías más habituales en el seguimiento y trazabilidad de los productos hortofrutícolas, desde la granja hasta la mesa, dentro y fuera de España?
La tecnología más utilizada en el sector es el sistema de código de barras. Aun así, es un sistema con limitaciones ya que no consigue que la transmisión de la información entre los diferentes agentes de la cadena de distribución sea rápida y transparente, con la consiguiente pérdida de confianza en el consumidor final cuando se declara una crisis alimentaria. Es por eso que las grandes cadenas de distribución europeas y algunos productores de nuestro país están interesados en desarrollar e implementar en sus productos nuevas tecnologías como la RFID, que permitiría facilitar a toda la cadena de distribución y finalmente al consumidor final una información veraz y rápida de los productos hortofrutícolas que se venden o consumen.
Hace nueve años, y tras la publicación del reglamento comunitario 178/2002, más del 60% de los exportadores hortofrutícolas andaluces ya adoptaban procesos de trazabilidad. A pesar de las acusaciones injustas vertidas por las autoridades alemanas contra los pepinos andaluces, ¿se puede concluir que la trazabilidad funciona y que el esfuerzo realizado por el sector ha valido la pena?
Definitivamente, creo que sí. De hecho, en la crisis de la 'E.coli' la respuesta de los exportadores hortofrutícolas a las autoridades alemanas fue rápida y clara. Y es que, en poco tiempos se comunicó las fincas de origen de los pepinos que se consideraba podían ser portadores de la misma, los camiones en los que se transportaron y el lugar de destino. Otra cosa es que las autoridades alemanas hicieran un uso correcto de la información.
La normativa europea no establece el sistema de trazabilidad a implantar, un aspecto que deciden las propias empresas, aunque el más empleado es el código de barras. Además, tampoco existen protocolos internacionales en este ámbito, por lo que cada cadena de distribución exige los suyos a sus proveedores. ¿A qué se debe esta legislación tan difusa? ¿Cómo se podrían unificar criterios para así trazar unas prácticas comunes de producción y manipulado de productos hortícolas, desde su cultivo hasta su exportación?
El origen de la normativa europea quería dar respuesta a una necesidad muy concreta a la famosa encefalopatía espongiforme bovina (EEB) o 'enfermedad de las vacas locas', una normativa muy dirigida al control de los piensos que se suministraban a los animales. A la vez, al intentar conjugar los intereses de los diferentes países miembros con su legislación ello hace que las normativa europeas sean difusas, a la fuerza. Asimismo, los productores hortofrutícolas de nuestro país llevan años inmersos en los procesos de certificación voluntarios como GLOBALGAP, BRC o IFS, que marcan unas pautas de cómo deben ser los protocolos de trazabilidad y de actuación en caso de reclamación o crisis alimentaria. Estas empresas tienen unos mecanismos comunes de actuación, muchas veces desconocidos por los siguientes pasos de la cadena de distribución o por la administración. El gran reto de toda la cadena de distribución es conseguir unos canales de comunicación rápidos y transparentes. En este objetivo, pueden ayudar tecnologías como la sensorización o sistema RFID, así como la unificación de los criterios exigidos por las diferentes certificaciones de calidad (GLOBALGAP, IFS, BRC, Nurture, Leaf, etc.).
Tras el incidente de la caída de la caja de pepinos en Hamburgo, los agricultores se quejan de que no se tiene el mismo cuidado en el destino, donde se manipulan y colocan los productos que en el campo. ¿Está de acuerdo con esta afirmación? ¿En qué aspectos se debería trabajar más?
En mi opinión, los sistema de trazabilidad implantados por parte de las empresas productoras tienen una fiabilidad y consistencia razonables, sobre todo las empresas que se dedican a la exportación y disponen de certificados como GLOBALGAP, IFS, por citar algunos. Los problemas aparecen cuando el producto se empieza a comercializar. Es decir, durante ese largo camino hacia el consumidor final (plataformas logísticas, reprocesados en diferentes puntos de la cadena de distribución) y donde el productor no tiene control sobre ellos.
Y ya para acabar, ¿hasta qué punto mejora la competitividad de la cadena hortofrutícola mediterránea, dada la globalización de la distribución actual, la adopción de ‘buenas prácticas’ y sus procesos, por parte del sector?
Aunque no es un camino sencillo, creo firmemente que la competitividad de la producción hortofrutícola de nuestro país depende de que sepamos dar respuestas rápidas, transparentes y veraces de nuestros productos, no solo ante una crisis alimentaria, sino en cualquier situación. En alimentación, la confianza es capital y la pérdida de ella cuesta mucho de recuperar.