Alimentarse en climas revueltos
José Miguel Mulet
Catedrático de bioquímica y biología molecular y profesor e investigador de la Universidad Politécnica Valencia
05/12/2022La política europea no parece haberse enterado de la amenaza que se cierne, y ha diseñado una estrategia agrícola para las próximas décadas basada en dos pilares fundamentales: disminuir el uso de plaguicidas y aumentar la superficie de cultivo ecológico. De entrada, se ven dos problemas de base. El primero es que un agricultor no utiliza plaguicidas por gusto, sino por necesidad. Por lo tanto, si sigue necesitando herramientas para combatir plagas y no dispone de ellas, perderá la cosecha. Y se agravará ese problema de nuestra agricultura que nos prohíben productos en Europa, pero luego se importa producción de terceros países donde se utilizan esos productos que aquí no están autorizados. Respecto a la política de aumentar la superficie ecológica cabría recordar que en la actualidad el consumo en España se sitúa alrededor del 3% y en Europa no llega ni al 10%. La producción ecológica tiene el problema de la caída del rendimiento. Corremos el riesgo de tener más superficie, pero menos producción, y por lo tanto aumentar la dependencia de terceros países. No deja de ser sintomático que se hable de superficie y no de producción. La gente compra los tomates por kilogramos, y no por metros cuadrados.
Ante este panorama tan incierto urge buscar soluciones que permitan a los agricultores mantener la producción en condiciones adversas. En los últimos años hemos visto cómo se desarrollaban sistemas de riego más eficientes, invernaderos, o herramientas tecnológicas aplicadas a la agricultura de precisión que han permitido aumentar la eficiencia. La biotecnología también se ha aplicado a la agricultura con éxito rotundo. Si bien Europa ha frenado la siembra de cultivos transgénicos, estos sí que se han aplicado en el exterior. Ahora mismo Europa importa más de 100 variedades transgénicas, incluyendo maíz, soja, tomate, algodón y remolacha, entre otras. Otro avance es el CRISPR/Cas9, que permite editar genes sin incluir ADN foráneo, por lo que no se consideran transgénicos. Japón ya ha comercializado una variedad editada por esta técnica, aunque Europa todavía no tiene un marco normativo.
A esta batería de herramientas habría que añadir recientemente el uso de bioestimulantes, de micorrizas y de bacterias promotoras del crecimiento. La ventaja de estos compuestos es que pueden servir para que los cultivos toleren condiciones de sequía o salinidad más restrictiva, y son de origen natural, por lo que se pueden utilizar en cualquier tipo de producción (ecológica o convencional). El problema que nos encontramos es que hasta ahora el mercado tenía una ausencia de regulación, lo que permitía que cualquier empresa pusiera un producto a la venta sin necesidad de aportar ningún tipo de prueba sobre su eficacia. Desde julio de 2022 entró en vigor la nueva normativa que obliga a las empresas a acreditar la efectividad de sus productos, por lo que ahora son las empresas las que se enfrentan con el problema de desarrollar nuevas formulaciones o de acreditar la efectividad de los productos que comercializan.
Tratando de responder a las necesidades del sector desde nuestro laboratorio hemos desarrollado un sistema que permite hacer un cribado previo de diferentes productos, de forma que podemos seleccionar aquellos que van a ser más efectivos en campo. Esto permite ahorrar tiempo y dinero y tratar de certificar solo aquellos productos que tengan más probabilidades de ser efectivos, y por lo tanto, ayudar a mantener la producción agrícola. El campo demanda soluciones y es obligación de los científicos ofrecérselas. Estamos preparados para asumir el reto.