Panorama de la erosión del olivar de Jaén: procesos, metodologías y significación económica y ambiental
1Calero, Julio; 2Sánchez-Gómez, Mario; 3Fernández, Tomás; 4Tovar, J.; 5García-Ruiz, Roberto
1Profesor Contratado. Doctor, Dep. de Geología, UJA
2Profesor Titular, Dep. de Geología, UJA
3Profesor Titular, Dep. de Ingeniería Cartográfica, Geodesia y Fotogrametría, UJA
4Catedrático de Escuela Universitaria, Dep. de Física, UJA
5Catedrático de Universidad, Dep. de Biología Animal, Vegetal y Ecología, UJA
02/04/2019Introducción
La provincia de Jaén es el área geográfica con mayor extensión del cultivo de olivar en el mundo. El cultivo ocupa un 48% de la superficie arable de la provincia (MAPAMA, 2015), y supone el 59% de la superficie de olivar en España, el 30% en Europa y el 19% en el mundo (FAOSTAT data, http://www.fao.org/faostat). Además, es la región con una mayor cuota de producción a nivel mundial, superando el 17% (CAP, 2015). Por ello, el olivar vertebra la vida económica, cultural y social de la provincia, siendo además su paisaje más emblemático, y su manejo agronómico tiene importantes repercusiones socio-económicas y ambientales. Sin embargo, la sostenibilidad de este cultivo no está exenta de amenazas. La intensificación a la que los suelos de olivar han estado sometidos en las últimas décadas ha mermado significativamente su calidad (Calero et al., 2018), lo que se traduce en una disminución en su capacidad a medio-largo plazo para sustentar la producción agrícola, la protección ambiental, y la propia salud y bienestar humano. Entre las principales amenazas del suelo se cuenta la erosión del suelo.
Procesos erosivos en el olivar
La erosión del suelo se define como la “ruptura de los agregados del suelo y posterior transporte de un lugar a otro de las partículas liberadas, debido a la actuación de los agentes erosivos” (Lal, 2002). La erosión del suelo forma parte del ciclo geológico natural y se halla estrechamente acoplada a los procesos de transporte y sedimentación, lo que hace de su estudio algo complejo a nivel espacial y temporal. En función del agente causante del proceso nos encontramos con la erosión hídrica y la erosión eólica, cuando los agentes implicados son, respectivamente, el agua o el viento. A estos dos tipos de erosión, que afectan principalmente en superficie del suelo, habría que sumar la erosión debida a desequilibrios gravitacionales, cuyo ejemplo más conocido son los deslizamientos. Al contrario que la erosión en superficie, la erosión por procesos gravitacionales afecta a toda la profundidad del suelo. Aunque este tipo de erosión suele contemplarse más desde el punto de vista de los riesgos geológicos, se relaciona estrechamente con la erosión hídrica y tiene importantes implicaciones en las pérdidas totales de suelo y en la gestión de fincas agrícolas y caminos rurales (Fernández et al., 2016; Carpena et al., 2017).
La erosión más importante en la cuenca mediterránea y, por tanto, en Andalucía y la Provincia de Jaén, es la erosión hídrica (Oldeman et al., 1991). Esto se debe a una multitud de factores, que incluyen precipitaciones intensas y concentradas, pendientes medias elevadas y escasa cobertura del terreno por la vegetación, típico de la mayoría de cultivos mediterráneos, pero también de muchas zonas naturales. El mecanismo fundamental de la erosión hídrica es el impacto de la gota de agua de lluvia contra los agregados del suelo, que provoca la ruptura de los mismos y la liberación de las partículas primarias de arena, limo y arcilla. Este proceso, denominado splash, se agrava infinitamente cuando el suelo no tiene ningún tipo de cobertura capaz de amortiguar la energía del impacto de la gota de agua. Una vez liberadas estas pequeñas partículas, especialmente las de menor tamaño y peso, son susceptibles de ser transportadas ladera abajo por las aguas de escorrentía y, por tanto, de que se produzca pérdida de suelo neta. Por su parte, el flujo de agua, además del transporte, también origina rotura de agregados y arranque de partículas por sí mismo si el suelo está desprotegido, sumándose al efecto negativo del splash.
La erosión hídrica del suelo puede clasificarse en dos tipos, en función de los rasgos morfológicos que deja en el terreno. Así, se habla de erosión hídrica laminar cuando el agua transcurre ladera abajo sin incidir en el suelo, en la forma de una lámina continua, difusa y apenas perceptible. El proceso de splash, antes comentado, suele considerarse también como parte de la erosión laminar. Al no dejar rastro directo de su acción, como regueros o canales, la erosión laminar es en principio difícil de percibir, al menos en sus estadios iniciales. Sin embargo, algunos rasgos del terreno como las peanas de olivos o de infraestructuras nos pueden indicar que esta se está produciendo (Figura 1). La erosión laminar afecta tanto a laderas como a zonas más o menos planas, habiéndose detectado en pendientes incluso inferiores al 2%.
Especialmente compleja desde el punto de vista de su génesis, evolución y restauración, es la erosión en cárcavas (Poesen et al., 2003; Valentín et al., 2005). Es habitual que una cárcava represente la evolución natural de los surcos en las partes medias y bajas de la ladera (Figura 4). Sin embargo, muchas veces su aparición es súbita, y debida a distintos factores. Por ejemplo, en olivar es común encontrar cárcavas asociadas a zonas de drenaje de carreteras (Figura 5). No sólo las dimensiones diferencian los surcos y las cárcavas, también su dinámica de crecimiento y su capacidad de transporte. Los surcos crecen básicamente de forma longitudinal y su capacidad de transporte raramente excede los fragmentos de 9 cm de diámetro. Las cárcavas se extienden, como los surcos, en sentido longitudinal, pero además incrementan su anchura mediante deslizamientos de sus taludes (Figura 6), siendo este un mecanismo que dificulta notablemente su control. Las cárcavas que surgen en laderas agrícolas relacionadas con la evolución de los surcos se denominan cárcavas efímeras o de media ladera. Éstas suelen presentar profundidades no superiores a 1 ó 1,5 m y generan caudales máximos de 1 m3 s-1 (Gómez-Gutiérrez et al., 2011). Las cárcavas que se desarrollan en las vaguadas, por el contrario, se denominan cárcavas de fondo de valle. Son estructuras de tamaño considerable (> 3 m de profundidad y descargas > 1 m3 s-1), que se entrelazan y confunden con la red hidrográfica de barrancos y arroyos (Gómez-Gutiérrez et al., 2011). La capacidad de transporte de una cárcava de fondo de valle es muy elevada, siendo capaz de movilizar rocas de varias decenas de cm de diámetro. Desde el punto de vista de su control, se acuden a técnicas de corrección transversal como diques, o longitudinales, como escolleras, así como otras muchas acciones relacionadas con la revegetación de la cárcava destinadas a disminuir el influjo de escorrentía en la cabecera y estabilizar los taludes y el lecho (Gómez et al., 2011). Todas estas técnicas, sin embargo, son altamente costosas en tiempo y recursos, y complejas de planificar e implementar en el terreno, ya que normalmente han de efectuarse a nivel de cuenca hidrográfica para que sean verdaderamente efectivas.
Metodologías empleadas en la medida de la erosión en el olivar
Medidas de la erosión laminar y en surcos
Se han realizado medidas empíricas de la pérdida de suelo en olivares mediante la instalación de parcelas experimentales, que acotan zonas de ladera de superficie variable (habitualmente, de 50 a 500 m2) en las que se recogen las aguas de escorrentía y los sedimentos que contienen tras un episodio de lluvia natural o simulada. Con este método se estima, principalmente, la pérdida de suelo debida a erosión laminar y en pequeños surcos, ya que las cárcavas normalmente exceden la dimensión de la parcela y no permiten su correcta caracterización. Las parcelas experimentales se han empleado frecuentemente en el olivar y han permitido comparar de forma precisa las pérdidas de suelo asociadas a distintos manejos. Gómez et al. (2009) encuentran la máxima pérdida en laboreo convencional (23 Mg ha-1 año-1), mientras que Durán et al. (2009) asocian las mayores pérdidas a sistemas de no-laboreo con suelo desnudo (19 y 17 Mg ha-1 año-1, respectivamente). En los casos citados, las parcelas con cubierta vegetal, u hojas y restos de poda picada como demuestran Lozano-García et al. (2011), arrojaron valores muy inferiores de pérdida de suelo.
Dada la gran variabilidad del suelo, resulta difícil generalizar medidas empíricas puntuales a otras localizaciones. Para ello se aplican modelos de base estadística, que permiten la extrapolación de los resultados de parcelas experimentales a nivel regional. Entre estos modelos destacan los que emplean la metodología tipo RUSLE (Renàrd et al., 1997), de gran aplicabilidad hoy en día gracias a la creciente disponibilidad de datos topográficos de elevada resolución, como los modelos digitales de elevación (MDE) basados en LiDAR, a la extensión de las técnicas de teledetección (imágenes aéreas y de satélite), y al empleo de los sistemas de información geográfica (SIG). El inventario nacional de erosión del suelo (INES) es una fuente importante de datos sobre pérdidas de suelo potenciales basado en RUSLE. Según INES (2004), la superficie afectada por erosión de la provincia de Jaén es la mayor de Andalucía y una de las mayores de España. Las tasas de erosión en la Provincia arrojan un valor medio de 32 Mg ha-1 año-1, con más de 1.000 km2 con tasas extremas superiores a los 100 Mg ha-1 año-1. Tal como indican Romero et al., (2007), comparado con las medidas experimentales, RUSLE tiende a sobrestimar las pérdidas de suelo intensas. Este puede ser el caso del olivar, donde la erosión estimada en parcelas suele ser inferior a 25 Mg ha-1 año-1 (inferiores incluso a 1 Mg ha-1 año-1 en olivares con cubierta), mientras que RUSLE suele arrojar valores medios de hasta 80 Mg ha-1 año-1 (López-Cuervo et al., 1990; Gómez et al., 2003) o 100 Mg ha-1 año-1 en el caso de fincas de no laboreo sobre margas (Vanwalleghem et al., 2011). En los últimos años, se dispone de un modelo RUSLE a nivel europeo (Panagos et al., 2015) con una resolución aún mayor que INES (100 m), que arroja valores medios para el olivar de la provincia de Jaén muy similares al anterior (40 Mg ha-1 año-1). Se prevé que este modelo se emplee de forma estándar en el seguimiento y monitorización de las buenas prácticas agrarias y medioambientales especificadas en la política agraria común (PAC), que estima como insostenible toda tasa de erosión superior a 5-10 Mg ha-1 año-1 (Panagos et al., 2015).
Estimaciones globales de la erosión en cuencas mediante modelización
Es importante subrayar que una parte significativa de las pérdidas de suelo estimadas en parcelas experimentales o con RUSLE, son re-depositadas en otras zonas adyacentes donde la pendiente es menor, o transportadas por la red hidrográfica fuera de la cuenca. En este sentido, ambas metodologías aportan poca información acerca de la cantidad real de sedimentos aportados a escala de cuenca hidrográfica (Merritt, 2003). Ramos et al. (2008) demuestran mediante sustracción de MDE de alta precisión la removilización de material en una ladera de olivar en Lahiguera (Jaén), con acumulación neta en la parte baja de la misma. Por otra parte, Calero et al. (2015) estimaron una transferencia neta de la erosión producida en la cuenca olivarera vertiente al embalse de Doña Aldonza (Jaén) de sólo el 3%. Así, las aportaciones de sedimentos parecen ser netamente inferiores a lo estimado por RUSLE, lo que implica que gran parte del material erosionado es simplemente re-depositado dentro de la misma cuenca.
Los estudios a nivel de cuenca, por tanto, nos dan una visión más completa del proceso erosivo, incluyendo los fenómenos de erosión debida a cárcavas. En olivar se han aplicado modelos de base física y/o conceptual como AnnAGNPS (Taguas et al., 2012). Estos autores estiman pérdidas de suelo de entre 2 Mg ha-1 año-1, (suelos con cubierta y medidas de control de cárcavas) y 4 Mg ha-1 año-1 (laboreo tradicional sin medidas de control de cárcavas), valores más coherentes con los valores de transferencia de cuencas a embalses antes comentados. Se trata, en cualquier caso, de modelos complejos que requieren gran cantidad de inputs, así como calibraciones relativamente complejas de llevar a cabo, al requerir medidas empíricas de caudales de escorrentía y sedimentos en cuencas experimentales de extensión controlada.
Estimación de la erosión en cárcavas mediante técnicas geomáticas
Más allá de la modelización, la evolución de sistemas de cárcavas en el tiempo puede abordarse a través de levantamientos geométricos directos. Éstos se fundamentan en técnicas geomáticas que van desde la captura de puntos discretos mediante topografía clásica y GNSS, o masiva desde LiDAR (terrestre o aéreo), hasta la captura de imágenes de distinta resolución. Para la caracterización superficial (anchura y longitud) hoy día resulta suficiente con el empleo de ortofotografía aérea, o en su defecto imágenes de satélite de alta resolución. En un estudio del olivar de los términos de Torredelcampo, Fuerte del Rey y LaHiguera (Jaén), sobre una extensión de más de 100 km2, nuestro grupo de investigación (Ribeiro, 2018) ha obtenido un incremento en la densidad lineal de cárcavas entre 2009 y 2011 de 1,15 a 2 km km-2, respectivamente (Figura 7). Se trata de valores incluso superiores a los rangos más elevados definidos por Gómez (2015) para Andalucía. Así mismo, en un seguimiento fotogramétrico de 5 grandes sistemas de cárcavas de fondo de valle en la zona de Santo Tomé (Jaén), llevado a cabo entre los años 2009 y 2013, Alarcón-Torres (inédito) encuentra incrementos de anchura medios del 40%.
Figura 7. Medida del aumento en la densidad lineal de cárcavas entre 2009 y 2011 mediante fotointerpretación (Fuerte del rey, Jaén). a) Fotografía aérea 2009; b) Fotografía aérea 2011; c) Fotografía aérea 2009 indicando las cárcavas registradas (1,15 km km-2); d) Fotografía aérea 2011 indicando las cárcavas registradas (2,00 km km-2).
La estimación de la profundidad y el volumen de cárcavas requiere, no obstante, otras aproximaciones que permitan una reconstrucción en 3D del terreno. Para ello, se han empleado métodos topográficos, como la medida mediante distanciómetro laser y estación total, así como métodos microgeodésicos o fotogramétricos (Castillo et al., 2012). A partir de medidas topográficas en cárcavas de nueva aparición, Ribeiro (2018) estima volúmenes de suelo removidos de entre 148 y 3.980 m3, correspondientes a tasas de pérdida de suelo de entre 3 y 70 Mg ha-1 año-1, respectivamente. Por su parte, Diaz (2017) estima mediante un MDE de alta resolución (20 cm) generado mediante GPS, una pérdida de suelo de 7.960 m3 y 83 Mg ha-1 año-1. En ambos casos, la pérdida de suelo estimada en las cárcavas multiplicaba entre 2 y 30 veces la erosión potencial arrojada por RUSLE para la misma localización. El problema de los levantamientos directos, sea mediante mediadas topográficas o microgeodésicas, es su relativamente elevado coste en tiempo y recursos.
La captura de imágenes, desde la fotogrametría terrestre con cámaras no métricas (Castillo et al., 2012), hasta la aérea mediante vehículos aéreos no tripulados (UAV) (López-Vicente y Álvarez, 2018) o plataformas aéreas convencionales (Martínez-Casanova, 2003), suele ser más ventajosa en la relación precisión/coste para la obtención de MDE. Además, son adaptables en extensión y resolución, desde algunos metros hasta decímetros o incluso centímetros en los vuelos UAV (Fernández et al., 2016), y más fácilmente reproducibles, permitiendo además realizar estudios retrospectivos, cuando se incorporan vuelos fotogramétrico históricos. Tan sólo el LiDAR permite mejorar las prestaciones en la obtención de MDE (Castillo et al., 2012) y favorece la obtención de modelos digitales del terreno (MDT) mediante clasificación de la nube de puntos; si bien, su reciente desarrollo restringe la escala temporal de estudio de las cárcavas a los últimos años.
Nuestro grupo de investigación aplica actualmente este tipo de medidas al seguimiento y monitorización de cárcavas de fondo de valle en el olivar de Jaén. Mediante sustracción de MDT reconstruidos a partir de fotografía aérea histórica (1977 – 2016), Fernández et al. (enviado a publicación) han estimado incrementos de profundidad y de pérdidas de suelo acumuladas del orden de 1.747 m y 57.226 m3, respectivamente, en un tramo de 1.000 m de longitud de una cárcava en la localidad de Torredelcampo (Jaén), resaltando que una tercera parte de la pérdida de volumen se concentró en el periodo 2009 - 2011 (Figura 8). Datos similares se observan en otras cárcavas grandes en los términos de Bailén e Ibros, también en la provincia de Jaén. El avance del proceso de acarcavamiento obtenido por nuestro grupo de investigación, tanto a nivel de densidad lineal como de volumen, son consistentes con las indicadas por otros autores en olivar (Hayas et al., 2017) lo que, al fin y al cabo, da cuenta de la enorme gravedad del proceso.
Implicación social y económica de la erosión en Jaén
Además de los factores geo-ecológicos locales (litología, topografía, clima), las elevadas tasas de erosión probablemente responden a cambios en el sistema de cultivo y uso del suelo (Guzmán-Álvarez et al., 2009). La extensión del olivar hacia áreas naturales u ocupadas por otros cultivos ha sido el cambio de uso de suelo más importante en la provincia en los últimos 250 años (Garrido-González, 2007). A ello se suma que solo un 20% del olivar de Jaén presenta cubierta vegetal permanente (MAGRAMA, 2015), a pesar de que tales medidas se hallan claramente reguladas en el marco legislativo agroambiental actual: Política Agraria Común 2014-2020 (EC, 2005); RD 1078/2014 de 20 de diciembre, sobre las medidas de condicionalidad para el régimen de Pago directo (BOE, 2014); y Decreto 103/2015 de 19 de marzo, Plan Director del Olivar (BOJA, 2015). Todo esto provoca una aceleración en las tasas de erosión, como en el estudio a largo plazo de Vanwalleghem et al. (2011) donde se estima un incremento de la pérdida de suelo del 100% (desde 30 Mg ha-1 año-1 en 1.750 hasta más de 60 Mg ha-1 año-1 en 2.011), con pérdidas de espesor de hasta 52 cm.
La erosión también supone una pérdida económica, aunque ésta es difícil de valorar ya que además de la pérdida de la productividad del suelo (pérdida de nutrientes, de agua, etc.), se han de considerar efectos ex-situ como la colmatación de embalses o el daño a infraestructuras. En USA, Pimentel et al. (1995) estiman una pérdida media de 174 $ ha-1 año-1 en cultivo de maíz para un nivel de erosión de 17 Mg ha-1 año-1. De estos, el mayor coste se produciría in-situ (130 174 $ ha-1 año-1), con pérdida de hasta un tercio de la fertilización de N y P y un equivalente a 750 m3 ha-1 debido a la disminución del agua útil del suelo. Respecto a los efectos ex-situ, destacarían los daños a infraestructuras, hasta 4 mil millones $ al año, o el agravamiento de las inundaciones debido al sedimento acumulado en embalses y riberas (939 millones $ al año). En total, estos autores valoran en 44 mil millones $ al año. Trabajos más recientes, como Uri (2001), estiman una cantidad cercana, si bien algo inferior (38 mil millones $ al año).
En nuestro entorno geográfico, Colombo et al. (2003) valoran los daños por erosión entre 42 y 72 € ha-1 año-1 en un estudio en la cuenca alta del Genil, mientras que Taguas y Gómez (2015) llegan a establecer las pérdidas hasta en 100 € ha-1 año-1 para olivares de sierra de escaso espesor, mientras que Montanarella et al. (2007) establecen costes de hasta 118 € ha-1 año-1 para niveles erosivos altos (olivar de Jaén), resaltando que aproximadamente el 90% de las pérdidas son debidas a efectos ex-situ. Es probable, aunque no se haya cuantificado, que gran parte de las pérdidas económicas en el área de estudio asociadas al deterioro de caminos rurales, inundaciones o colmatación de embalses, se deban a los efectos ex-situ de la erosión (Calero et al., 2015). En este sentido, cabría preguntarse qué porcentaje de los costes estimados para los episodios de inundaciones ocurridos en 2010 en la ribera del Guadalquivir (4,5 millones €, según datos Diputación Provincial de Jaén), o de los 19 millones € del Plan Encamina2 destinados en 2011 al arreglo de caminos rurales (datos Consejería Agricultura y Pesca, Junta de Andalucía) podrían achacarse a la intensa erosión de nuestros olivares (Figura 8).
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