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Los nuevos CAEs y su contribución a la mejora de la eficiencia energética

Guillermo López Alonso. Consejero técnico en la Subdirección General de Eficiencia Energética. Dirección General de Política Energética y Minas. Secretaría de Estado de Energía. Ministerio para la Transición Ecológica

06/03/2023
La aprobación del nuevo sistema de certificados de ahorro energético (CAEs) constituye la noticia más importante en cuanto a la regulación de eficiencia energética desde hace años. El motivo es doble: por una parte, cuantificamos de una forma más clara que nunca los ahorros en términos de energía, y por otro permitimos que el mercado asigne un precio a esos ahorros y que los utilicen para liquidar sus obligaciones legales.
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En primer lugar, y antes de ver los detalles, quiero subrayar desde una perspectiva más amplia la importancia de reforzar las medidas para mejorar el ahorro y la eficiencia energética (que son por cierto dos cosas diferentes y a su vez independientes de las energías renovables). Desde comienzos de la revolución industrial tanto el crecimiento de la población como el consumo individual no han hecho más que multiplicarse en progresión geométrica. Así, desde principios del siglo XVIII la población se ha multiplicado por 8, pero el consumo energético lo ha hecho por 25, apoyándose sobre todo en los combustibles fósiles (más del 70% del consumo en la España prepandemia del 2019, y un porcentaje bastante mayor a nivel mundial).
La sustitución de todo ese consumo creciente por tecnologías renovables y sostenibles es a día de hoy una ilusión. No quiero ser malinterpretado: debemos trabajar muy duro para que todo nuestro suministro energético sea renovable y sostenible, pero es inconcebible que un consumo sea renovable o sostenible si crece en progresión geométrica, sea de combustibles fósiles, o de materias primas para tecnologías renovables como el cobalto, el níquel o el cobre. El orden lógico de las cosas es poner en primer lugar la inteligencia (es decir, la eficiencia y el consumo responsable), para desacoplar la riqueza y el crecimiento del consumo de energía; y esto que puede sonar a otra ilusión, es algo que ya es una realidad en algunos países europeos.
Figura 1: Perspectiva de la tasa de crecimiento demográfica y energética en los últimos dos siglos. (Fuente: MITERD y ourworldindata.org)...
Figura 1: Perspectiva de la tasa de crecimiento demográfica y energética en los últimos dos siglos. (Fuente: MITERD y ourworldindata.org).

Las proyecciones demográficas nos dicen que en este siglo estabilizaremos nuestro crecimiento demográfico en alrededor de 10 mil millones de personas. Es un 25% más que hoy en menos de un siglo. Es un ejercicio de responsabilidad pensar en las implicaciones sobre el consumo energético, y en cómo combinamos con inteligencia técnicas de eficiencia energética, ahorro energético y suministro renovable para afrontar el futuro con responsabilidad.

Bajemos, en segundo lugar, a una perspectiva más económica. Uno de los enunciados más interesantes cuando se habla del principio de “Energy Efficiency First” es el de tratar la eficiencia energética como una fuente de energía por derecho propio. Hacer esto no es complicado, pero requiere un poco de reflexión. Lo primero es entender que las familias y las empresas no queremos energía per se; lo que queremos es confort, movilidad, iluminación o producir tornillos; y lo que nos debe mover en la contratación económica de los correspondientes suministros energéticos debe ser la comparación de prestaciones y precios, incluyendo como una opción esencial de suministro las tecnologías de eficiencia energética.

La eficiencia energética necesita habitualmente costes de inversión importantes, pero nulos o muy bajos costes de operación. Esto no es nuevo; lo aplicamos a muchos esquemas de producción de energía. La novedad es que aquí en vez de producir energía, la ahorramos, pero eso al resultado del proceso le da igual, tanto si se trata de calentar una vivienda como de fabricar galletas. La cuestión ahora es estimar tanto ese ahorro de energía -igual que estimamos la producción de un parque fotovoltaico-, como el precio de la energía a la que sustituye. Ajustando todo esto con toda la complicación que queramos (variación de precios, inflación), podemos llevar toda la operación a unos resultados financieros medidos con los parámetros clásicos de VAN, TIR y periodo de retorno que nos permitan evaluar y comparar alternativas.

Se trata entonces de valorar y competir con inteligencia económica: ¿cuál es la mejor decisión de inversión? ¿instalar paneles fotovoltaicos en el tejado o mejorar el aislamiento de la cubierta de mi edificio? En el primer caso tendré la certidumbre de un contador que mide la energía generada y que incluso puedo vender a la red; pero no puedo obviar buenas estimaciones que, en muchas zonas climáticas españolas, me demostrarán que la mejora de la envolvente es mejor inversión económica (y por supuesto medioambiental). Ya adelanto que, en términos generales, las medidas de eficiencia energética, aun siendo más sensatas y más rentables, suelen quedar irracionalmente postergadas.

Si hemos entendido esto, pongamos a nuestros pies la miríada de técnicas y tecnologías que nos permiten crecer y vivir bien desacoplando el consumo energético de nuestro bienestar y nuestro crecimiento: bombas de calor, aislamientos, variadores de velocidad, sistemas de control, todo tipo de equipos domésticos e industriales de bajo consumo (desde lavadoras hasta bombas de pistones), sistemas de conducción eficiente y control de flotas, sistemas de gestión energética, etc.

Pasemos por tercer y último lugar a entender cómo los nuevos CAEs van a contribuir a ayudarnos en toda esta tarea de poner la inteligencia energética en el lugar que le corresponde.

Quizá la manera más simple de explicar este nuevo sistema es que hemos sido capaces de construir un modelo que mide con mejor precisión que nunca antes los ahorros (y aún tenemos margen de mejora), y que apoya la financiación de las actuaciones que dan lugar a esos ahorros en función de la cantidad de energía ahorrada. Esta financiación queda provista por un nuevo mercado que tiene los siguientes elementos principales:

  • La demanda: hasta ahora nos hemos movido en un marco en el que las propias empresas comercializadoras de energía estaban obligadas a pagar una contribución anual, proporcional a sus ventas, con la que llevamos años poniendo en marcha diferentes programas de subvenciones. A partir de ahora les damos a estos sujetos obligados la opción de asumir la responsabilidad de buscar y apoyar económicamente esos ahorros, y de liquidar la parte correspondiente de su obligación entregándonos prueba de esos ahorros.
  • El producto: la “prueba de esos ahorros” toma la forma de CAEs: certificados de ahorros energéticos medidos en términos de kwh/año, y que están vinculados con una actuación concreta, la energía que ahorra, y la documentación mínima imprescindible que la identifica, evitando también el fraude.
  • La oferta: todos aquellos propietarios o inversores que tienen la facultad de desarrollar y poner en marcha una actuación que ahorre energía. Puede ser una comunidad de vecinos que aísla su edificio; una empresa de servicios energéticos que introduce una bomba de calor de alta eficiencia en un complejo hotelero, una industria agroalimentaria que mejora el aislamiento térmico de sus procesos, o una empresa de transporte que introduce sistemas electrónicos de optimización de la conducción en sus camiones.

Para convertir los ahorros en certificados, dispondremos de un catálogo de fichas de actuaciones replicables, que son aquellas que suelen realizarse con mucha frecuencia, de manera y con resultados análogos. En cada una de estas fichas se reflejará la descripción de la actuación, una sencilla fórmula o tabla que traduce los parámetros básicos de la actuación en ahorros energéticos (kWh/año), y el listado de documentos necesarios para poder formalizar los certificados. Para aquellas actuaciones singulares (no fácilmente replicables), se proporcionará también un procedimiento, necesariamente más genérico y complejo, para poder calcular la energía ahorrada. La idea es contar con todas las fichas que sean necesarias para recabar todos los ahorros, y para su formulación estamos contando con la colaboración de las comunidades autónomas y de las asociaciones sectoriales.

En todos los casos, se requiere que el propietario del ahorro firme un convenio privado en el que cede sus ahorros al sujeto obligado (o al sujeto delegado que lo represente). El mercado da espacio para que terceros intermedien entre las partes; por ejemplo, un instalador de ventanas puede acordar con un sujeto obligado o delegado la bonificación por cada una de sus operaciones, y el instalador será el encargado de informar y recibir de cada propietario el convenio en donde en todo caso han de quedar claras la inversión y la bonificación recibida. También un comercializador de lavadoras puede, junto con la factura, entregar un convenio (en este caso debería ser un formulario tan sencillo como la propia factura), en el que debe figurar el precio del electrodoméstico eficiente junto con la bonificación recibida.

Toda la documentación ha tenido que ser examinada por un verificador, que ha de comprobar que el proceso del cálculo del ahorro es completo y correcto; y entonces las comunidades autónomas pueden ya emitir los CAEs previa solicitud de los sujetos obligados (o sus delegados).

Posteriormente el CAE puede ser objeto de compra y venta entre sujetos obligados y delegados, de tal forma que aquellos que hayan tenido éxito sobrado en su adquisición puedan venderlos a los que se hayan quedado cortos. Finalmente, el CAE sale de circulación cuando el propietario del mismo (o su delegado) lo decida liquidar contra sus obligaciones.

La emisión, el cambio de propiedad y la liquidación de los CAES tendrá lugar en una plataforma electrónica diseñada con este propósito. Además, hay un plazo de tres años para liquidar los CAES, lo que dota de aún más flexibilidad al sistema.

Aún tenemos retos por delante: hay dos órdenes ministeriales en camino con detalles del funcionamiento del sistema, con el catálogo de fichas y con el procedimiento de actuaciones singulares.

Por otra parte, aún nos quedan muchos retos por delante. Por ejemplo, nos hemos dotado de la posibilidad de que la propia Dirección General de Política Energética y Minas emita subastas para adquirir CAEs y evitar falta de liquidez en este mercado. Además, el sistema de medida que estamos utilizando, kWh/año, es menos preciso que otras técnicas de medición de ahorros acumulados como los kWhcumac que utilizan por ejemplo en Francia (pioneros de los CAEs). Esto es así porque inevitablemente heredamos parte del procedimiento tradicional de medición de ahorros, que tratamos de mejorar día a día, y que en el momento apropiado intentaremos también corregir en este aspecto.

En conclusión; el sistema de CAEs beneficia a todos: la demanda, porque tiene la opción de hacer frente a sus costes a menor precio; los inversores en eficiencia energética porque contarán con una ayuda adicional, que por cierto, no es ayuda de Estado y por lo tanto es compatible con cualquier subvención (salvo las que provengan del Fondo Nacional de Eficiencia Energética, FNEE); y la sociedad en general porque la mejora de la eficiencia energética son solo ventajas, en términos medioambientales, climáticos, económicos y sociales y de responsabilidad respecto a nuestro futuro.
Figura 2: Ciclo de vida de un CAE...
Figura 2: Ciclo de vida de un CAE. En ordenadas los diferentes agentes, y en abscisas las etapas del proceso (Fuente: MITERD)

"Para convertir los ahorros en certificados, dispondremos de un catálogo de fichas de actuaciones replicables"

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