Una joya del interiorismo de la década de 1950 escondida en el casco antiguo de Córdoba: la Cámara de Comercio e Industria de Rafael de La-Hoz y José María García de Paredes
Roger Subirà
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03/11/2023Fachada a calle Pérez de Castro. El edificio se adapta al entorno urbano. Foto: José Hevia/Fundación Docomomo Ibérico.
Lo que resulta más singular de esta pequeña obra cordobesa es que su interior haya llegado a nuestros días con pocas alteraciones. Ya sea por cambios de uso, o bien porque el interiorismo se considera un elemento secundario dentro del planteamiento arquitectónico ─más sometido a las modas y gustos de cada momento─, los interiores acostumbran a cambiar varias veces a lo largo de la vida del edificio y son su elemento más efímero. En este caso es justo al revés: detrás de una fachada discreta, es en el interior donde los arquitectos despliegan todo el potencial expresivo de su arquitectura, con un planteamiento totalizador en el que ningún detalle se deja al azar. Esto incluye notables obras de arte y piezas de mobiliario específicamente diseñadas que, por fortuna, podemos admirar aún hoy. Sin duda, para el visitante, los ambientes interiores de esta obra tendrán una gran capacidad de evocación: recordándonos a Gio Ponti, Eero Saarinen o las ambientaciones de la serie Mad Men, etc.
Paseando por el casco antiguo de Córdoba, en una estrecha calle, encontramos una fachada que pasa desapercibida para la mayoría de los viandantes. Un edificio entre medianeras, con una composición de fachada geométricamente rigurosa y no carente de interés, pero con una voluntad de no desentonar ni de ser excesivamente monumental. Una vez dentro, todo cambia: la caprichosa forma del solar, de dimensiones reducidas, permite a los autores crear una serie de espacios fluidos y sinuosos que ─a través de su forma, volumen y materialidad─ consiguen articular una cadena de escenarios o episodios espaciales singulares y cambiantes. Para conseguirlo, se utilizan una serie de estrategias arquitectónicas de gran virtuosidad: en primer lugar, sorprende la elección de una paleta de materiales, de marcadas texturas y vivos colores yuxtapuestos, que tienen una gran presencia en el espacio y refuerzan sus geometrías.
En el vestíbulo, un suelo de piedra artificial de grandes bolos recuerda las antiguas calzadas empedradas, mientras que el techo oscuro, con focos empotrados, remite a un cielo estrellado. Una pieza del escultor Jorge Oteiza domina el espacio: a medio camino entre el mobiliario y la escultura hace las veces de mostrador. Detrás de este mostrador ─que invade el espacio con un gran voladizo─, una segunda escultura del mismo autor parece invitarnos a subir por la escalera.
La escalera es un elemento clave en la composición: irrumpe en el vestíbulo con una geometría helicoidal y, mediante la introducción de un patio que empieza en la planta primera, se ve inundada de una luz inesperada que invita a la ascensión. Desde la escalera y con una audaz geometría, nace una viga curva y blanca que se recorta en el techo negro, separando la planta baja en dos zonas a las que, además, da forma.
Detrás del umbral que genera esta viga, una sala de trabajo abierta se extiende hasta el fondo del solar, su menor altura se compensa con un cielo raso translúcido retroiluminado. La iluminación y una serie de espejos situados como telón de fondo contribuyen a incrementar la sensación de profundidad y la complejidad espacial.
La escalera helicoidal semicircular traslada la complejidad del vestíbulo hacia las plantas superiores que, si bien se caracterizan por su carácter funcional, no descuidan la atención por los detalles. Planos de color verde y azul se combinan con paramentos forrados de madera, algunos de ellos inclinados para singularizar la forma de los distintos espacios. En la sala de juntas y el despacho del presidente destacan los muebles diseñados por los mismos arquitectos, con unos estampados inspirados en las pieles de los animales africanos que, aún hoy, sorprenden por su atrevimiento.
Las sorpresas espaciales siguen en cada espacio que se descubre: en la planta segunda, el salón de actos está cubierto por un falsa cúpula rebajada de planta elíptica, donde el artista cordobés Javier del Rosal realiza una ‘sfumatura’ de tonos dorados y azules. En cada planta, esculturas de Oteiza ocupan lugares para nada casuales, jugando un papel en la composición del conjunto.
Para los autores Rafael de La-Hoz y José María García de Paredes esta fue una obra casi inaugural de sus trayectorias profesionales. García de Paredes, viajero insaciable, plasmó en Córdoba las nuevas tendencias que conoció en sus primeros viajes a los países nórdicos y a los EEUU. Rafael de La-Hoz también era conocedor directo de la arquitectura norteamericana, ya que terminó sus estudios en el Massachusetts Institute of Technology (MIT).
Ya por separado, ambos tuvieron carreras profesionales extensas y extraordinariamente brillantes. Sin embargo, la particular expresividad que desplegaron en los interiores de la Cámara de Comercio cordobesa no tuvo una clara continuidad en sus obras posteriores.