Julio Iglesias y Aristóteles
1 de octubre de 2009
La vida sigue igual, sostenía Julio Iglesias a finales de los años sesenta. Y bueno, parece que el tiempo le va dando la razón. La vida sigue igual, y nada hace presagiar que eso vaya a cambiar en el próximo futuro.
Y no me refiero a los efectos de la crisis que, como la gripe A, habrá pasado entre nosotros con gran turbulencia mediática, dejando –eso sí– algunos muertos en el camino. Pero poco más. Ya se empiezan a atisbar síntomas claros de recuperación, que se harán más evidentes en los próximos meses. Y en poco tiempo la mayoría de empresas verán mejorar sus ventas y sus beneficios, la bolsa seguirá subiendo, algunos parados encontrarán trabajo y volveremos a las andadas como si aquí no hubiera pasado nada. Los bancos y las grandes empresas seguirán pagando primas astronómicas a sus directivos como si se tratara de futbolistas de élite, la economía especulativa volverá a dominar sobre la productiva, los sindicatos seguirán bloqueando cualquier reforma en el mercado laboral, no parará de crecer el número de funcionarios y un alto porcentaje de ciudadanos continuará viviendo del subsidio o de la subvención. Igual que antes de la crisis. Igual. Y mucho me temo que los pilares de nuestra economía seguirán siendo los de siempre: el turismo y, a la larga, de nuevo, la construcción. Y un flujo de nuevos inmigrantes que, ni siquiera en lo más hondo de la recesión, ha cesado de aumentar.
¿De qué habrá servido, pues, la crisis? ¿Qué consecuencias habrán tenido tantas reuniones de estadistas en las que se iban a forjar los cimientos del nuevo capitalismo? ¿Qué ha quedado de tantas predicciones de prestigiosos economistas y acreditados organismos internacionales en las que se afirmaba que ya nada volvería a ser como antes, que nuevos controles y regulaciones impedirían los excesos financieros, castigarían la especulación imprudente y la temeridad en la asunción de riesgos?
Se dijo que ésta era una crisis de valores. Y es cierto. Yo mismo en un artículo anterior (La emergencia de los viejos valores) expresaba mi esperanza de un retorno a los pilares sobre los que se cimentó el crecimiento empresarial en el pasado. El valor del esfuerzo, la responsabilidad en la asunción de riesgos, la revalorización del largo plazo, el reconocimiento de la experiencia, entre muchos otros. Pero, a pesar de la dureza del castigo, nada hace presagiar que hayamos aprendido la lección. Sospecho que las cosas seguirán poco más o menos como antes, que volveremos a caer en los mismos excesos y que seguiremos hinchando burbujas que nos estallarán entre las manos de tiempo en tiempo. No habrá sido el Apocalipsis que muchos presagiaban. Pero habrá servido de muy poco.
Decía Aristóteles, hace unos veinticinco siglos, que la corrupción de una cosa corresponde necesariamente a la generación de otra. Pero, por lo visto en esta crisis, el gran filósofo griego se equivocaba. Julio Iglesias, con su eterno bronceado y su mano en el corazón, fue en eso mucho más clarividente. La vida sigue igual.