Cómo será 2013
Andamos los empresarios en estos días haciendo presupuestos. Debatiéndonos, como siempre, entre el pesimismo de la inteligencia y el optimismo de la voluntad. Y salvo para los pocos privilegiados para quienes el mercado español ya es irrelevante, para los demás es crucial prever cómo se comportará la economía española en el próximo año porque de ello dependerá en buena medida la evolución de nuestros ingresos. Este es el interrogante que nos inquieta a todos en estas fechas y que, dado el embarrancado cauce por el que fluye nuestra economía desde hace ya cuatro años, nos resulta más incierto y difícil de resolver.
Veamos lo que opinan los presuntos expertos. Dice la Comisión Europea que la economía española caerá en 2013, en términos de PIB, un 1,4%, la misma previsión que hacen la OCDE y el BBVA. Según el FMI, algo más optimista, sólo descenderemos un 1,3%, mientras que para la Fundación de Cajas de Ahorro (FUNCAS) la caída será más pronunciada, un 1,6%. El Gobierno, inasequible al desaliento, sostiene que todos ellos se equivocan y que la bajada del PIB será mínima, de apenas un 0,5%. Pero en cualquier caso, todos, sin excepción, admiten que 2013 será peor que 2012. En este contexto, ¿hay margen para el optimismo?
Les diré cuál es mi previsión, aunque en este terreno todas las conjeturas son meras opiniones y todas están basadas en razonamientos más o menos fundados. Decía Gioberti que la opinión es la enemiga directa de la verdad. Y en cuanto a los razonamientos, argumentaba Lamartine que no todos los que razonan tienen razón, los razonamientos son infinitos pero la razón sólo una. Les prevengo, por tanto, a que no den demasiado crédito a mi argumentación, no es más que una opinión razonada.
A mi juicio, 2013 será el año de la recuperación en el ámbito de las pequeñas y medianas empresas y en la mayor parte de sectores. Se seguirá destruyendo empleo, pero serán las administraciones y empresas públicas junto con las entidades financieras, ya no las pymes, las que contribuirán al aumento del paro. La exportación seguirá tirando de las empresas más dinámicas y éstas, a su vez, ejercerán de tractoras sobre las demás. La mayor parte de empresas, las que han podido sobrevivir a la criba, ya han hecho los ajustes necesarios para adaptarse a una demanda deprimida y están en mejores condiciones para afrontar el futuro. Y en cuanto a la financiación, es probable que empiece a resolverse una vez haya culminado el proceso de fusiones y la reforma del sector financiero en los próximos meses. Que España tenga que pedir o no el rescate parece ahora menos trascendente. La realidad es que la prima de riesgo se ha relajado y el Tesoro va colocando deuda sin demasiados problemas. Y lo más relevante, en 2013 hay elecciones en Alemania y, sea cual sea el resultado, es previsible un cambio de rumbo en la Unión Europea tendente a disminuir la presión sobre las medidas de ajuste en los países periféricos y a apostar por las políticas de crecimiento. El resultado de las recientes elecciones en Estados Unidos contribuirá, sin duda, a la consolidación de este nuevo enfoque. En 2013 no se terminará la crisis, si entendemos por crisis un contexto económico de crecimiento escaso con elevadas tasas de desempleo y de endeudamiento público y privado. Esto va para largo. Pero 2013 puede ser el año de la definitiva estabilización de la economía y, para las empresas en su conjunto, el punto de inflexión hacia una nueva etapa de crecimiento sostenido.
Hay bases para el optimismo. En estas fechas de renovaciones de campañas, en Interempresas hablamos cada semana con numerosos empresarios de todos los ámbitos. Y la sensación general, aunque con notables excepciones sectoriales, es positiva. Las empresas tienen problemas de índole muy diversa, pero la mayor parte ya no se queja de falta de trabajo. Y éste es un excelente indicio, aunque todos tiendan a torcer el gesto cuando se les inquiere sobre el futuro. Es cierto, hay un problema general de falta de confianza, pero unos cuantos meses más de estabilidad tenderán a fortalecerla. Hay bases para el optimismo y hay que aferrarse a ellas. Porque sin confianza no habrá recuperación. Y es un deber de todos, no sólo de los políticos, contribuir a afianzarla.