15 años atrás corría el año 2007. Ese año y 2008 fueron los últimos años tranquilos antes de sumergirnos en la enorme crisis económica global que sacudió el mundo entero y lo sumió en un periodo de decrecimiento, incertidumbre y convulsiones políticas. En España, a la crisis económica se le sumó el estallido de la burbuja inmobiliaria, que había llevado a nuestro país a iniciar cada año la construcción de más viviendas que Alemania, Francia e Inglaterra juntas. Los efectos fueron visibles de inmediato. El paro creció en los años siguientes hasta los casi 5 millones de personas, una cifra nunca vista. La deuda pública se multiplicó por dos, el déficit público llegó al 10% y el euro, que tenía poco más de 6 años de vida, estuvo a punto de desaparecer.
La industria química encaró la crisis con preocupación. El año 2009 fue un año de claro decrecimiento de la actividad, con una bajada de la cifra de negocios del 9%, según datos de la Federación Empresarial de la Industria Química Española (Feique). Ahora bien, si avanzamos hasta el año 2021, el último año con estadísticas completas, los registros muestran un crecimiento acumulado de la cifra de negocios, sobre la base del 2007, del 20% mientras que el conjunto de la industria todavía navega claramente por debajo del nivel de 2007. En algunos foros se describe el periodo entre 2010, el año en que las ventas del sector se recuperaron, y 2020 como la “década prodigiosa” de la industria química. ¿Cómo es esto posible?
Las respuestas son múltiples, por supuesto. En la receta del éxito reciente de la industria química participan de forma decidida su apuesta por la innovación, su creciente internacionalización y la estabilidad que ha proporcionado la colaboración entre empresas y sindicatos del sector a través de su convenio general, uno de los más antiguos y consolidados de la industria y a la vez uno de los más progresistas. La industria química invierte en estos momentos un 10% de su valor añadido bruto en I+D+i, y da empleo a 1 de cada 5 investigadores de la industria de nuestro país. Asimismo, es el sector que más invierte en formación de sus empleados, 153 euros por persona y año. Una señal inequívoca de que los empleados son clave para el éxito de sus empresas y por ello reciben una remuneración anual promedio de 38.100 euros, una de las más altas de la industria.
Por otro lado, las empresas químicas españolas, que vieron en 2009 colapsar sus mercados domésticos, supieron reforzar su competitividad en mercados exteriores hasta el punto de que hoy en día el sector químico factura más de la mitad de su cifra de negocios fuera del país.
Toda esta evolución ha tenido en los últimos años una suerte de colofón involuntario. En 2020, la industria química, declarada oficialmente como sector esencial, mantuvo sus producciones en marcha y contribuyó decisivamente a paliar los efectos devastadores de la pandemia de la COVID-19, proporcionando materiales para fabricar equipos de protección individual, suministrando oxígeno medicinal, preservando la higiene de espacios y superficies a través de desinfectantes y biocidas, y suministrando productos a cadenas de valor indispensables como la alimentación, el packaging o la medicina. Los progresos alcanzados con las vacunas tampoco hubieran sido posibles sin la química.
Hay, pues, motivos para sentir orgullo por lo conseguido en estos últimos quince años, y a pesar de ello, los hay también para la preocupación. El sector se enfrenta a un cuádruple reto, ahora exacerbado por la guerra en Ucrania: la transición hacia un futuro de emisiones netas cero, la digitalización, la circularización de sus operaciones y de las de sus clientes, y la legislación cada vez más estricta del Pacto Europeo que propone para 2030 un entorno “libre de tóxicos”. Son retos formidables, sin duda. La industria química los encara con optimismo, reforzada por la convicción de que siempre ha conseguido salir adelante, incluso en el más difícil de los escenarios. Esta vez los obstáculos son de naturaleza diferente, pero el sector sigue igual de resuelto a encararlos de frente y superarlos porque, simplemente, no hay alternativa. El futuro sostenible de nuestro planeta necesita de la química.
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“Cuando pensamos en la producción y la transformación alimentaria de hoy en día, un ventilador no es lo primero que se nos viene a la mente y, sin embargo, en la gran mayoría de los procesos el movimiento de aire es un factor relevante o incluso crucial”