¿Desamortización de montes en el siglo XXI?
14 de junio de 2010
Pues bien, después de este lamentable balance, el catedrático y ex ministro de centroderecha posfranquista señor Lamo de Espinosa se permite, casi dos siglos después, invocar una nueva desamortización de montes para reducir el déficit público que los especuladores financieros internacionales han disparado intencionadamente mediante el aumento de los intereses y del coste de aseguramiento de la deuda en un ataque en toda regla contra la soberanía de España (como de cualquier Estado cuando lo consideran conveniente a sus intereses privados).
En el siglo XIX podía tener algún sentido, en la lógica liberal de la época, vender tierras incultas para incrementar la producción agrícola, y hubo mercado para ello (pese a que fue mucho más restringido de lo imaginado por los desamortizadores, por razones que no vienen al caso). Si hoy en día se pusieran en el mercado los montes públicos una vez efectuadas las profundísimas reformas legislativas imprescindibles para ello, debe tenerse en cuenta que en la actualidad ocupan mayoritariamente tierras no cultivables por sus condiciones de suelo y pendiente, que los mercados de los productos forestales están en general bajo mínimos, que la burbuja inmobiliaria explotó recientemente menoscabando las posibles expectativas urbanizadoras y que la inversión puramente especulativa para su adquisición detraería preciosos recursos financieros para actividades productivas muy necesarias en el momento actual.
En resumidas cuentas, es más que dudoso que hubiera compradores, y los que pudieran interesarse serían en todo caso los especuladores a quienes se brindaría una oportunidad de oro para detraer recursos del sistema productivo y fiscal.
Pienso que en estos momentos debe rechazarse tajantemente tan desafortunada y anacrónica idea por los motivos expresados. Pero también es cierto que las administraciones públicas implicadas -central, autonómicas, locales en la medida que a cada una corresponda- deben hacer un importante esfuerzo en la gestión de este inmenso patrimonio público forestal, cuyo abandono sistemático en los últimos 30 años ha profundizado la crisis rural que hoy padecemos: no se olvide que el monte es una vasta fuente de recursos productivos, de empleo y base de un tejido industrial que nunca debió llegar a tan bajo nivel como el actual. Las obvias necesidades de atender una fuerte demanda conservacionista han sido la coartada de esta política de desidia, pero creo que llega el momento de, sin desatender dicha demanda, reincorporar los montes a las cadenas productivas, en el convencimiento de que tarde o temprano la economía productiva volverá a tomar el protagonismo que le corresponde frente a la economía financiero-especulativa.
Dichos modelos, que pueden ser diferentes para cada administración pública, deberían sin embargo basarse en tres principios básicos: a) autonomía presupuestaria y de gestión sobre la base de financiación parcial pública (por los servicios antes relacionados), b) especialización en la materia de gestión de montes y comercialización de sus productos evitando dispersión de competencias en su seno y finalmente c) ejercicio de potestades administrativas para la mejor defensa del dominio público o en su caso de la propiedad pública no demanial. Existen en nuestro derecho administrativo diversas figuras que cumplen con los tres requisitos: Agencias Públicas, Organismos Autónomos, Entidades Públicas Empresariales y otras.
Administraciones tan prestigiosas como la francesa a través de la Oficina Nacional de los Bosques han optado por modelos de este tipo con éxito consolidado a lo largo de los años. Entiendo que es la hora de la puesta en valor de nuestro patrimonio público forestal, y no de su desamortización decimonónica, pese a los cantos de sirena que propugnan esta solución, que según expresión castiza y rural no es más que “pan para hoy y hambre para mañana” (en el caso más optimista).