En clave de opinión: A tres riñones el kilo
7 de enero de 2008
El otro día, huyendo de los programas del corazón y de los gritos de esos pseudo-periodistas que creen convencer con frases como “me he estado documentando y...” o “según mis fuentes”, acabé en uno de los documentales de La 2. El reportaje en sí versaba sobre los productos transgénicos y sobre los posibles efectos nocivos de éstos en la salud humana y en el medio ambiente.
Ya no sabes si se trata del delirio de cuatro ecologistas y hippies apocalípticos o de una confabulación de grandes multinacionales, ávidas de rápidos ingresos a toda costa. La duda, (razonable o ‘conspiranoica’), me llevo a hacer la compra de la semana en uno de esos supermercados de productos de alimentación ecológica. Al pagar la cuenta, pensé que la cajera se había equivocado. “Me parece que no está bien”, dije. Ella la repasó y, con una sonrisa que parecía decir “otro quiero y no puedo”, contestó tajante: “está correcto, señor”, a lo que yo espeté que si no prefería uno de mis riñones. La chica no tenía culpa, claro. Volvió a sonreír y dijo: “lo natural es caro”. ¡Qué razón tenía! El supermercado asegura que no se emplean productos químicos sintéticos en ninguna de las etapas del proceso, lo que garantiza un producto “más sano, más sabroso y más respetuoso con el medio ambiente”. “Casi prefiero que mi hijo nazca con seis patas y un tercer ojo transgénico en la frente que pagar una cuenta así”, pensé para mí, pero saqué mi requemada Visa y pagué. Lo natural es caro.
Un transgénico u organismo modificado genéticamente (OMG) es un organismo vivo, creado de forma artificial, a través de la manipulación de sus genes. Dicho así, asusta, pero los defensores de estas prácticas aseguran que las autoridades de los países más avanzados han aprobado estos productos con controles similares a los de los productos farmacéuticos, con plazos de comprobación de hasta 10 y 15 años. Los productos obtenidos de esta forma tienen, según ellos, un contenido nutricional de mejor calidad y reducen el riesgo de alergias.
En el lado opuesto, Greenpeace sostiene que los transgénicos son “una bomba de relojería que pone en riesgo la salud global del planeta”, ya que suponen “un grave riesgo para la biodiversidad y tienen efectos irreversibles e imprevisibles sobre los ecosistemas”. Según la organización ecologista, la salud humana también está en peligro: han aparecido nuevas alergias por la introducción de nuevas proteínas en los alimentos, así como nuevos tóxicos en los alimentos, y se ha incrementado la contaminación en los alimentos. La organización cree que lo peor podría estar todavía por llegar. Los riesgos sanitarios a largo plazo presentes en nuestra alimentación o en la de los animales cuyos productos consumimos “no se están evaluando correctamente y su alcance sigue siendo desconocido”. Un argumento que esgrimen los partidarios de los productos transgénicos es que éstos aportan propiedades que pueden solucionar graves problemas sociales o ambientales. Para Greenpeace, es parte de la estrategia de propaganda de la industria agrobiotecnológica.
Países industrializados como Canadá, Australia, España y Alemania han apostado por lo transgénico. La palma se la lleva Estados Unidos, que, en la actualidad, produce casi el 60 por ciento de este tipo de cultivos en el mundo. “Así están”, podría pensar alguno.