Próximos a celebrar los 25 años de la Ley 31/1995, que provocó un cambio sustancial de la situación de prevención de riesgos laborales, en España, parece un buen momento para analizar el panorama que se abre ante nosotros en los próximos años. La Humanidad siempre ha querido mirar hacia el futuro para estar preparada para los próximos acontecimientos y tomar las decisiones correctas. Pero actualmente vivimos y trabajamos en un mundo que se está transformando casi a diario debido a la innovación digital, la adaptación a la globalización, la transformación demográfica y los efectos de cambio climático. El cambio suele estar estrechamente relacionado con las nuevas oportunidades y el progreso, pero también puede significar incertidumbre y nuevos riesgos.
La reciente Conferencia Internacional del Trabajo, en la que se conmemoran los 100 años de esta institución central en la lucha por el bienestar mundial, ha debatido sobre ‘el futuro del trabajo que queremos’. Esta organización es, lógicamente, una de las instituciones más activas en el debate mundial del trabajo del futuro. Y es que en las últimas décadas se han venido sucediendo modificaciones sustanciales en el ámbito del trabajo. Las más visibles han sido aquellas que afectan al volumen y características del empleo. No obstante, otras transformaciones han afectado al contenido de las tareas que ejecutan una gran proporción de trabajadores. A este respecto, dos tipos de cambios han tenido especial incidencia. Por un lado, el creciente uso de herramientas basadas en las tecnologías de la información y la comunicación en las actividades laborales y, por otro lado, modificaciones en la forma de organizar el trabajo. No se trata de cambios sólo temporalmente coincidentes, sino que ambos se retroalimentan.
Por un lado, la capacidad para almacenar, transmitir y manejar información se ha ampliado enormemente en los últimos años como resultado de una serie de innovaciones cruciales en las tecnologías de la información y las telecomunicaciones. Debido a su aplicabilidad general, estas tecnologías están teniendo efectos muy significativos en la mayoría de las áreas de la economía, lo que lleva a una aceleración general en el ritmo del cambio técnico. El trabajo, su contenido, su organización y diseño, su regulación y su protección están en proceso de transformación. Estos cambios configuran nuevas realidades y, a menudo, implican una confusión de límites entre las diferentes dimensiones del trabajo y entre este, el empleo y la actividad no laboral.
Por otro lado, la globalización ha incentivado a las empresas para acometer todo tipo de reorganizaciones, tanto en el interior de sus propios procesos de trabajo como en sus relaciones con otras empresas. A este respecto, las “cadenas mundiales de suministro representan una nueva realidad” que condiciona el futuro del trabajo en gran parte del mundo. Y es que, no sólo las máquinas, por muy novedosas y sofisticadas que sean, son las únicas responsables de los cambios, tan importante o más es el cómo se usan, es decir, en qué modelo organizativo se integran. Por ello, las organizaciones laborales son un elemento configurador fundamental de las sociedades desarrolladas. Han venido modelando el mundo actual desde los orígenes de la revolución industrial y su evolución tendrá profundas repercusiones tanto para los trabajadores como para la economía y para la sociedad en su conjunto.
Por ello, en tiempos como los actuales, de grandes conmociones tecnológicas y sociales, resulta imprescindible vigilar atentamente las condiciones de trabajo: ¿Qué está cambiando? ¿Cuáles serán las consecuencias para la salud de los trabajadores? ¿Qué medidas deben tomarse para prevenir posibles consecuencias perjudiciales y minimizar los riesgos?
Aventurar el futuro siempre es arriesgado, pero podemos sacar algunas pistas si analizamos atentamente el pasado más reciente y proyectamos las tendencias actuales. A este respecto, repasando los principales riesgos para la seguridad y la salud de los trabajadores, en base a la información que genera y recopila el Observatorio Estatal de las Condiciones de Trabajo del Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo, podemos aventurar el sentido de ciertas evoluciones.
Así, primeramente podemos esperar una disminución de la siniestralidad, en especial de los accidentes más graves o mortales, que se concentran cada vez más en los originados por la creciente movilidad de muchas actividades, esto es, en forma de accidentes de tráfico, así como en las denominadas patologías no traumáticas. Esta sería la tendencia fuerte, dada la constante mejora y disminución proporcional de las tareas que implican uso de fuerza y la mejora de la seguridad intrínseca de las máquinas y equipos. No obstante, la creciente complejidad de muchos procesos de trabajo, unido a la ejecución de tareas, por personal poco experto debido a su temporalidad o precariedad y en contextos acuciados por la prisa y la urgencia, puede cambiar esta tendencia en circunstancias puntuales.
En lo que respecta a las exposiciones a riesgos físicos, los datos muestran la dificultad de controlar el ruido en los centros de trabajo, incluso el de nivel alto, por lo que durante mucho tiempo parece que seguirá siendo un insidioso compañero de trabajo. Pero, además, la frecuencia de la exposición al ruido a un nivel de molestia no ha experimentado una disminución sustancial. Ello tiene el efecto de dificultar la ejecución correcta de las tareas y de provocar por ello accidentes, así como una mayor fatiga en la realización del trabajo.
Respecto a los agentes químicos, lo probable es que los empresarios y los trabajadores que los emplean sean cada vez más conscientes de la peligrosidad de las sustancias que manipulan, incluso en proporciones pequeñas. A este respecto, hay camino para mejorar, ya que según los expertos nuestro nivel de conocimiento sobre la peligrosidad de las sustancias que se utilizan en buena parte de actividades es ínfimo, como lo demuestra la trágica historia de la exposición al amianto y, en general, del cáncer laboral. A este respecto, la exposición a nanosustancias y nanoproductos añade una preocupación suplementaria, teniendo en cuenta el gran desconocimiento actual en relación con sus efectos.
Por su parte, la exposición a agentes biológicos, aunque concentrada en determinadas actividades debido a la complejidad de su control y su capacidad para producir brotes, puede resultar no solo un peligro potencial sino, además, un peligro real, generador de miedo y de tensión en muchas actividades.
La carga física sigue un lento cambio de signo. Por un lado, decrecen las actividades que requieren esfuerzos, al tiempo que se incrementan los problemas derivados del mantenimiento de posturas de trabajo dolorosas o fatigantes. Así, al igual que en otros países, la exposición y quejas subsiguientes respecto a problemas musculoesqueléticos, que ya hoy es el principal factor de riesgo percibido por los trabajadores españoles, no dejará de crecer, inducido por sistemas de trabajo cada día más exigentes y las amplias jornadas de trabajo, al tiempo que el envejecimiento de la población laboral hará aún más problemática la situación.
Otro de los problemas prevalentes en la actualidad es el relativo a la creciente carga mental y emocional que soportan los trabajadores. Algunos expertos ya hablan de la sociedad del siglo XXI como la ‘sociedad del rendimiento’, en la que todo debe ser medido y optimizado bajo esta ‘única ley’. Ello conlleva un aumento de la obligación de realizar multitareas, exigiendo una hiperatención a la ejecución de más tareas, más variadas y más urgentes. Y ello durante una jornada de trabajo crecientemente diversa, impredecible y, por tanto, insostenible desde una óptica de conciliación con la vida personal y familiar. Por tanto, los problemas psicológicos se pueden hacer cada vez más graves.
No obstante, el futuro no está determinado y estas tendencias pueden y deben ser anuladas, corregidas o moduladas gracias al trabajo de los agentes implicados. La mejora de las condiciones de trabajo no es un proceso ‘natural’, ni el avance científico y tecnológico es siempre fuente de bienestar en el trabajo. La mejora requiere intervenciones en diversos ámbitos. En primer lugar, una adecuada, flexible y permanentemente actualizada regulación; en segundo lugar, una incesante labor investigadora para prever problemas y proponer soluciones preventivas y, por supuesto, un constante apoyo a las acciones que se realicen en el marco de la empresa, terreno en el que se construye la salud de los trabajadores.
Debemos reiterar que el futuro no está escrito y debemos gobernarlo con nuestras decisiones. El Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo, en tanto que órgano científico técnico de la Administración General de España, dirige su actividad técnica e investigadora hacia el conocimiento y la mejora de las herramientas técnicas que las empresas precisan para gestionar la seguridad y la salud de sus trabajadores.
La mejora de las condiciones de trabajo no es un proceso ‘natural’, ni el avance científico y tecnológico es siempre fuente de bienestar en el trabajo. La mejora requiere intervenciones en diversos ámbitos
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