Díaz Ferrán como síntoma

No sé si cuando lean este artículo Gerardo Díaz Ferrán habrá dimitido como presidente de la CEOE. Si no lo ha hecho, debería hacerlo. Debería haberlo hecho en el primer momento, cuando saltó a la luz el grave problema de una de sus empresas, Air Comet. Las imágenes aparecidas en todos los medios de comunicación de esos infortunados clientes que perdieron sus vuelos, retenidos en los aeropuertos sin saber cómo volver a sus casas, y sus desafortunadas declaraciones culpándoles por haber confiado en una compañía insolvente, la suya, abocada al cierre, le invalidan como máximo responsable de la principal organización empresarial española.

La CEOE es, o debiera ser, una organización representativa. Y su presidente debiera ser, y parecer, un empresario intachable, un emprendedor modélico con el que pudieran sentirse identificados los empresarios españoles, en su mayoría, por cierto, pequeños y medianos empresarios entre los cuales tengo el orgullo de contarme. Yo, personalmente, no me siento representado por Gerardo Díaz Ferrán y creo que debería dimitir. Y al parecer no es la mía una opinión singular. La comparten el 85% de los empresarios y ejecutivos de los más de 1.000 que han respondido a la encuesta planteada por Interempresas.net en su página web. Un resultado que admite pocas interpretaciones.

Pero, más allá de la decisión personal de don Gerardo, lo que verdaderamente ruboriza es la defensa acrítica y el respaldo incondicional de los 21 vicepresidentes de la CEOE para que siga en el cargo. La peor imagen del corporativismo, del apego al poder y del coleguismo patronal más trasnochado. Me parece bochornoso que el máximo representante de los empresarios sea alguien cuya empresa no puede devolver un crédito de 26,5 millones de euros a Caja Madrid, siendo él mismo vocal de su consejo de administración. Es lógico y loable que un empresario infortunado reciba en lo personal el apoyo y la solidaridad de sus colegas. En lo personal. Pero en el ámbito institucional debería habérsele sugerido su dimisión o, en su defecto, haberle cesado en el cargo. Una organización que debe negociar con los sindicatos y con el gobierno, en un contexto tan sumamente crítico como el actual, no puede tener un presidente débil, con un currículum profesional empañado y una pésima imagen pública. Y mucho menos un presidente que ha perdido credibilidad y representatividad entre la mayor parte de empresarios españoles.

Con una perspectiva más amplia, tendremos que reflexionar sobre el papel de las organizaciones empresariales y también de los sindicatos. Su poca transparencia, su escaso arraigo, su limitadísima representatividad, su funcionamiento endogámico, su anquilosamiento, su apego al sillón (el anterior presidente de la CEOE estuvo 23 años en el cargo). De todo ello el caso Díaz Ferrán es sólo un síntoma. El síntoma de una enfermedad más seria.