El valor del esfuerzo
“El que no trabaja, no come”. Es un lema que han suscrito muchos, desde San Agustín hasta Lenin, pero hoy en día quizás estemos haciendo creer a los que están creciendo y se tienen que incorporar en un futuro al mundo laboral que se puede llegar a la cima sin “dar un palo al agua”. ¿Pero no será lo que ellos ven cada día en la televisión, en casa o en la escuela? ¿No será que en la sociedad que vivimos han desaparecido los objetivos a largo y medio plazo, y ha sido sustituido por una cultura de la satisfacción compulsiva, y la búsqueda de objetivos que no implique ningún sufrimiento?
Etapas de vacas gordas como la que hemos tenido en los últimos años sirven, al contrario de lo que se pueda pensar, a engordar el modelo de éxito fácil preconizado por campañas mediáticas. “Aprenda inglés en cuatro días y sin ningún esfuerzo”, era el lema que rezaba un antiguo anuncio publicitario. ¿Por cierto, cuantos de nuestros grandes dirigentes políticos hablan correctamente la lengua de Shakespeare? ¿Se le puede decir a nuestros jóvenes desde las administraciones que aprender lenguas es vital para el futuro, y a la vez mostrarles que sin tener ni idea se puede tener un puesto en lo más alto de la administración?
Ha de ser la escuela y, sobre todo, la familia quien ponga hincapié en una formación de niños y jóvenes que no esté basada en la permisividad continua, con la que adormecemos su voluntad y garra, valorando su esfuerzo diario, evitando así que se abandonen y dejen todo para el final.
En un mundo laboral cada día más exigente es necesario que no pase un día más sin que nuestra sociedad cambie de rumbo. Las empresas exigen y la sociedad presiona, y todos los que quieren incorporarse en un puesto de trabajo han de saber qué significa esforzarse, y que sólo aquel que esté mejor preparado tendrá más y mejores oportunidades. Benjamin Franklin decía: “Si no estás bien preparado, estás preparado para fracasar”.