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En clave de opinión

Ferroforma, un patrimonio de todos

Iñaki Garmendia, Presidente de Ega Master, S.A. Premio Príncipe Felipe a la Excelencia en Competitividad.08/04/2009
Ferroforma es la segunda feria de Europa en su sector. Una feria que en la edición de 2007 alcanzó los parámetros más internacionales de su historia, gracias a la presencia de 24.080 profesionales de más de 90 países. En total fueron 1.314 las firmas expositoras, de ellas el 57% de origen extranjero. Ferroforma es sin duda la feria vasca por excelencia, el certamen que todos estamos obligados a defender y potenciar en la medida de nuestras posibilidades. Porque no fue siempre así. Y hay que recordarlo.

Ferroforma nació en plena autarquía, en 1974, con las fronteras cerradas a las importaciones salvo limitados cupos, en una época en la que la práctica totalidad de los fabricantes del sector daba por hecho que toda su producción se vendería sin mayor esfuerzo, con unos plazos de entrega en muchos casos superiores al año, con importantes ayudas económicas a la exportación vía desgravación fiscal y sin competencia alguna proveniente del mercado exterior. Tecnología y calidad eran los conceptos que primaban entre los fabricantes, sin que ello supusiera especial preocupación ni necesidad de desarrollo alguno por cuanto, se hiciera lo que fuera y como fuese, se vendía prácticamente todo. Eran tiempos en los que la productividad apenas era un concepto teórico, el marketing y la innovación simples palabras huecas, y la orientación al cliente una idea absolutamente desconocida. Para algunas de las empresas el valor o argumento principal estribaba en que su número de empleados superaba a la mayoría de los líderes europeos de su gremio, con lo que, lejos de preocuparse, se enorgullecían. El concepto cuantitativo primaba en todo momento sobre el cualitativo.

Foto1. Iñaki Garmendia, Presidente de Ega Master, S.A.
Foto1. Iñaki Garmendia, Presidente de Ega Master, S.A.

Era evidente que se vivía una situación supuestamente idílica de plena producción, sin mayor control de costos y con ventas aseguradas, sin percatarse de que se estaban levantando gigantes con pies de barro, con certificado de caducidad obligatoria a medio plazo, a no ser que se adoptaran cuanto antes los principios, sistemas, conceptos, estructuras y reglas propias de la libre competencia en la que ya para entonces se movían al menos los competidores europeos, japoneses y norteamericanos.

No parecía pues, a priori y en teoría, el escenario más propicio para emprender aventuras de ferias ni exposiciones de ámbito nacional, por cuanto ni la competencia lo sugería ni las acomodadas ventas lo requerían. Paradójicamente, sí se participaba –a través de la agrupación sectorial y mediante un stand común para las principales firmas asociadas– en las dos ferias referentes a nivel mundial, como eran la de Colonia y la de Nueva York. Pero el motivo de fondo habría que encontrarlo más en la conveniencia de cubrir las apariencias que en una auténtica vocación de competir en el mercado internacional.

“Parecía claro que nos hallábamos en vísperas de cambios sin precedentes, que no estábamos preparados para competir en un mercado abierto, y que el futuro pasaba precisamente por adaptarnos a las circunstancias plenamente aceptadas y normalizadas en los países del Primer Mundo”

Para entonces algunos de nosotros estábamos ya plenamente convencidos de que aquella situación privilegiada estaba condenada más pronto que tarde a dar un gran vuelco y, además, sin posibilidad alguna de retorno. Parecía claro que nos hallábamos en vísperas de cambios sin precedentes, que no estábamos preparados para competir en un mercado abierto, y que el futuro pasaba precisamente por adaptarnos a las circunstancias plenamente aceptadas y normalizadas en los países del Primer Mundo. No teníamos otra alternativa que prepararnos para la lucha en igualdad de condiciones o sucumbiríamos inexorablemente. Y fue en este contexto cuando entendimos que una feria en casa podría ser el motor del cambio, tanto más cuando contábamos con la infraestructura y los servicios de Bilbao, de los que tan buen resultado estaba obteniendo el sector de la máquina-herramienta.

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“Entendimos que una feria en casa podría ser el motor del cambio, tanto más cuando contábamos con la infraestructura y los servicios de Bilbao, de los que tan buen resultado estaba obteniendo el sector de la máquina-herramienta”

Fue en enero de 1974 cuando Luis Laporte, director entonces de Palmera y con quien compartía muchas inquietudes, aceptó la idea de que abordáramos con los directivos de la Feria de Bilbao el desarrollo de una muestra de ferretería. Dado que prácticamente el 90% de las herramientas, cerraduras, tornillos y demás artículos de ferretería en general del mercado doméstico se fabricaban por entonces en el País Vasco, la ubicación en Bilbao no supuso duda alguna. Todo lo contrario, la unanimidad fue plena.

De hecho no fue la elección de Bilbao sino la propia idea de concebir una feria de ferretería la que suscitó el rechazo de bastantes detractores, incluso entre los propios colegas del sector. No faltaron quienes, acostumbrados a vivir en la autarquía, no concebían la apertura como una necesidad imperiosa y, menos aún, como objeto declarado de sus planes y deseos. Durante meses, más que ayudas recibimos todo tipo de 'sugerencias' disuasorias pero, a pesar de todo, estábamos tan convencidos de la bondad y conveniencia del proyecto a medio y largo plazo que, en apenas unos meses, conseguimos superar todos los obstáculos e inaugurar el primer certamen en octubre de 1974. Curiosamente, la evidencia de su nacimiento logró incluso arrastrar a la mayoría de los renuentes y, finalmente, la práctica totalidad del sector terminó participando en la exposición desde la primera edición.

Con la perspectiva actual, puede resultar un tanto difícil de comprender –incluso increíble– que algún empresario llegara a oponerse al proyecto y, menos aún, que tratara de impedir el nacimiento de una feria de su propio sector y en su entorno más cercano. Pero indudablemente eran otros tiempos, otros equilibrios y otros intereses. Y lo que hoy no cabe entender o resulta muy difícil de explicar respondía a actitudes, valores, concepciones e, incluso, a experiencias vitales que hoy están ya felizmente superadas.

Afortunadamente, el grado de convencimiento y –por qué no decirlo– el coraje de los cuatro miembros que componíamos aquel comité hicieron que hoy podamos contar con una feria Ferroforma que se ha convertido ya en la segunda mas importante de su sector, después de la decana de Colonia con quien comparte su celebración en años alternativos. Entretanto, tanto la más antigua de Nueva York, como su sustituta, la de Chicago, han desaparecido. El que quiera entender que entienda.

“Todo un sector tan variopinto como el de la ferretería es, sin duda, copartícipe de sus anhelos. Pero Ferroforma es también patrimonio de todos, en la medida en que sus éxitos y fracasos trascienden a amplias capas sociales y económicas, más allá de los límites del sector estrictamente ferretero”

Ferroforma es hoy una gran feria de marchamo internacional, que está donde le corresponde y que ofrece al mundo unas instalaciones de auténtica vanguardia. Todo un sector tan variopinto como el de la ferretería es, sin duda, copartícipe de sus anhelos. Pero Ferroforma es también patrimonio de todos, en la medida en que sus éxitos y fracasos trascienden a amplias capas sociales y económicas, más allá de los límites del sector estrictamente ferretero. Será por tanto también obligación de todos seguir apoyándola y promocionándola para que continuamente vaya adaptándose a las circunstancias cambiantes, pueda responder a los retos que se le presenten y mantenga con solvencia un liderazgo largamente trabajado.

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