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San Antón ya no bendice animales de labor en Castilla y León

Redacción oviespana.com17/01/2017

La festividad de san Antón o san Antonio Abad, de las más guardadas en el calendario litúrgico y agrícola de Castilla y León, ha quedado relegada al recuerdo de las bendiciones de los animales de labor y a las tradicionales vueltas de las bestias alrededor de los templos donde eran asperjados.
De proteger tiros de mulas, yuntas de bueyes, parejas de machos, rebaños de cabras y ovejas, piaras de marranos y otros irracionales de andar por casa, el santo eremita ha pasado a dispensar su amparo a los animales de compañía, ahora llamados mascotas, como los pájaros, perros, gatos y reptiles de todo jaez que hoy han desfilado delante de los templos de numerosos municipios de Castilla y León.
Es el signo de los tiempos, el fruto de la evolución de usos y costumbres, el resultado de la mecanización del campo y la consecuente desaparición del ganado como protagonista esencial de una economía agraria de subsistencia ya fenecida pero de la que cada 17 de enero, por san Antón, da cuenta una tradición que se resiste a firmar su rendición, que ha mutado pero no sucumbido.
La huella del santo egipcio, de quien dicen que vivió más de un siglo (251-356) de vida austera, penitente y predicadora contra el arrianismo, es palpable aún en una comunidad autónoma como Castilla y León de estirpe agraria y ganadera, y aún se pueden ver sus barbas junto al cerdo con su campanilla avisadora en altares y hornacinas de iglesias como la de Santa María del Castillo en Madrigal de las Altas Torres (Ávila).
El refranero también ha prestado cobijo al popular monje en dichos como "Después de san Antón, ninguna niebla llega a las dos" o "Por san Antón, gallinita pon", en tributo al patrón y titular de una advocación que fructificó en numerosas cofradías: seculares como las vinculadas al campo y religiosas en el caso de los hospitaleros.
Al igual que san Blas (3 de febrero) o san Roque (16 de agosto), Antonio Abad era impetrado en Castilla y León contra enfermedades epidémicas en un época donde proliferaban las peste, la lepra, la sarna y otros males del cuerpo, razón por la cual los monjes antonianos dispensaban su caridad y oficiaban de hospitaleros como aún testimonian, cerca de Castrojeriz (Burgos), las ruinas del antiguo convento-hospital de San Antón.
A la vera del Camino de Santiago, en Castrojeriz, los sucesores del fundador del movimiento eremita asistían a los peregrinos afectados por el mal del ergotismo, por un hongo (cornezuelo) que anidaba con especial profusión en el pan de centeno y en menor medida en el de trigo, cebada e incluso avena.
De ahí procede la costumbre de los 'panecillos del santo' y otros dulces de la repostería dedicados al barbudo que, durante esta jornada, salen de los obradores en multitud de pueblos de Castilla y León y se consumen en celebraciones populares amenizadas con pasacalles, música de dulzaina y hogueras purificadoras.
La iconografía tradicional representa al monje eremita junto a un cerdo en recuerdo de esa labor asistencial cuando aún no se había inventado la Seguridad Social, y la sanidad dependía de la caridad, generalmente desde órdenes y cofradías religiosas, a veces sustentadas por el peculio de almas temerosas.
El marrano de los antonianos andaba suelto, era engordado por los vecinos de una comunidad, llevaba una campanilla para advertir su peculiar condición, y del fruto de su matanza, cada vez más proscritas en público, se beneficiaban los más menesterosos como aún sucede en algunas poblaciones de la sierra salmantina, La Alberca y Mogarraz entre las más reseñadas, aunque ahora se sortea el guarro y la recaudación financia diversos actos culturales y turísticos.
La purificación del cuerpo y el alma predicó Antonio Abad, y así ha quedado prendido en la memoria y el imaginario de una sociedad que también exalta su festividad con hogueras o luminarias purgadoras de todo mal o pecado, las más renombradas en San Bartolomé de Pinares (Ávila) con el salto de jinetes entre las llamas.
Recuerdan así la intercesión del santo ante una peste que asoló la caballa equina en esa zona de Ávila, en una época donde los animales estaban tan cuidados y protegidos como las personas, ya que de ellos dependía la despensa familiar y los frutos de un campo labrado por el ganado de tiro. Su enfermedad, inutilización o muerte presagiaba el hambre como mal menor, de ahí su encomienda a la bendición del santo que aún se recuerda en Castilla y León.

Roberto Jiménez.

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